martes, 23 de marzo de 2010

Un relato.

Animado al ver que Raus cuelga sus cuadros, me he preguntado: ¿Y por qué no? y cuelgo un relato con el que quedé finalista de un premio ya de cierta envergadura.  No fue premiado pero al tratarse de (aprox.) 1.500 obras entre todo el mundo y quedar la mía entre las 10 primeras, me puse pavo perdido. Era la primera vez que mandaba un relato, además. Me invitaron a la cena de entrega de premios, pero no fui.
No sé si alguien tendrá la paciencia de leerlo, pero ahí está...
Como soy un desastre y cambié de sistema operativo, no consigo encontrar el cedé donde guarde el resultado final. Cuelgo una versión que envié a un amigo por mail para que opinara, que aún tendrá alguna errata.
Ahora me he animado y he mandado otros 2 relatos a 2 concursos, lo que pasa es que soy un "avaricias" y me ciega el importe del premio de los concursos gordos y ahí mando,  en vez de mandar a concursos más modestos donde habría -supongo- más posibilidades.
Aviso a navegantes 1: ni hace ninguna falta identificarme a mí con el protagonista y su forma de pensar, ni esto se ajustaría a la realidad. Cuando escribo en plan "mercenario" escribo lo que creo que el público al que va dirigido quiere leer. Por las características del concurso pensé que esto les gustaría leer y parece que no me equivoqué por mucho.
Aviso a navegantes 2: si a alguien que pase por aquí se le ocurre copiarlo y presentarlo a concursos, va a quedar como el culo: no es ya inédito y tiene dueño.

Pd: para Amor: ¿has visto que entrada más cortita? Jajajajaja

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   El invierno del 48-49 había sido duro, muy duro. Estábamos hasta los huevos. ¿Para qué os voy a decir otra cosa? No había sido tan duro por el frío y el hambre. Pasamos los días más duros de frío en un corral que, o bien nos prestaron, o bien los dueños hicieron la vista gorda. Fue duro porque duro nos pegaron. Más de lo que estábamos habituados.
No nos sorprendió saber que ya había guerrilleros que no conocíamos que se estaban moviendo por nuestro territorio. Ya estaban aquí. Nos lo dijo al ¨Sebas¨ y a mí un campesino:

-Anoche vino una partida a pedirme comida. ¿Qué iba a hacer? Pues darles, igual que hago con vosotros.
-Una partida... ¿De quién? ¿Quiénes eran?
-Y yo qué sé. No hablaban de por aquí...

El campesino, Julián se llamaba y por mal nombre el ¨Zuncho¨, apareció muerto contra la pared de su casa tres días después. Yo no lo vi, dicen quienes le vieron que tenía la cabeza destrozada de un tiro y otros dos en el pecho. El mismo día que lo mataron la guardia civil hizo un bando en el pueblo: ¨Todo aquel que ayude a los bandoleros será considerado un traidor a la patria y acabará como Julián Izquierdo Ramírez. Españoles, en estos momentos difíciles la patria os necesita etc. etc.¨
Mierda, mierda, mierda. Estaba claro, al igual que en otros sitios, los guardias se estaban haciendo pasar por guerrilleros. No había que ser un lince para darse cuenta de que la gente de los campos que nos ayudaba (a veces por lástima, a veces por convicción) ya no iba a poder ayudarnos. Los más de mi partida eran gente de fuera, algunos venidos de Francia, gente dura y muy curtida. Sólo el Sebas y yo éramos de la zona, sólo a nosotros la gente conocía. ¿Qué íbamos a hacer ahora?
En el plazo de una semana desde que mataron al Zuncho, los guardias detuvieron a 9 personas más. Mi madre, el padre del Sebas y 7 entre amigos y colaboradores. El Zuncho había cantado antes de que lo mataran, de poco le sirvió. ¡Pobre diablo! Si hay dios que se apiade de él. Nuestro jefe, ¨Asturiano¨, ordenó cambiar el campamento y no usar ninguno de los que hasta ahora veníamos utilizando. Se le veía cansado. A mí me ordenó acercarme al pueblo y enterarme de cómo iban las cosas. Yo, como de costumbre últimamente, miré hacia el norte y obedecí.
¿Y cómo puñetas iba yo a enterarme de algo? Apresados nuestros colaboradores, además de mi madre y el padre del Sebas. ¿Cómo cojones lo iba a hacer?
Me dirigí a la finca del molino del tío Flores. El tío Flores era el cacique del pueblo. Tenía un hijo: El Manolín. Mis padres trabajaron para el tío Flores antes de la guerra. Cuando la guerra, mi padre se hizo revolucionario y convenció a medio pueblo del magnífico futuro que nos esperaba después de la revolución. No permitió que se tocara al tío Flores, lo cual le valió cierto resquemor con no sé qué comité central de la provincia. Gente de fuera que no sabía la vida del pueblo y que al parecer, su única aspiración era cargarse a todos los caciques y a todos los curas. Mi padre dijo que al tío Flores y a su familia no se les tocaba, o que pasaran por encima de él. Pasada la guerra y muerto el sueño revolucionario de mi padre y tantos como él, mi padre fue a la cárcel. Se había negado a huir como otros. Él no había hecho daño a nadie, decía. Una mañana, dos años después, apareció por casa. Había en su expediente un defecto de procedimiento o algo así que él no entendía y de momento lo habían soltado. Alguien del pueblo debió avisar de que mi padre estaba allí de nuevo. A la mañana siguiente se lo llevaron de casa. Con el tiempo pensé que lo habían soltado de la cárcel sólo para dar un escarmiento en el pueblo. Falangistas forasteros lo sacaron a punta de pistola y lo llevaron al cuartelillo. Allí lo atiborraron de laxantes. Nos hicieron ir a todo el pueblo a la plaza. No hubo ningún juicio ni nada que se le pareciera. Le pegaron a mi padre una paliza descomunal, con palos, a patadas. El hombre se descompuso. Los falangistas se empezaron a burlar: - ¡Mira el rojillo, se ha cagado de miedo!- Nunca he pasado tanta vergüenza. Mi madre nunca fue la misma. Yo tampoco. Tuvimos que recogerle a la mañana siguiente de una era, con tres tiros y sucio de mierda y sangre seca hasta los tobillos. Lo limpiamos, lo aseamos, lo enterramos allí mismo.
Al día siguiente mi madre fue a buscar al tío Flores. Con lágrimas en los ojos, los brazos caídos, los puños cerrados, le preguntó cómo no había podido parar aquello, él, que tanto le debía a mi padre. Aquel ni se inmutó. Balbuceó algo así como que los tiempos eran duros, que las cosas estaban feas y que esto era lo que había. El hijo del tío Flores, el Manolín, se levantó de la silla y le espetó a su padre: -¡Desagradecido! ¿Cómo has podido...?- El tío Flores le cruzó la cara de un revés y el Manolín salió de la estancia, humillado, el labio inferior sangrando. El Manolín y yo éramos amigos, de una amistad de chiquillos de pueblo, sin clases. Una amistad forjada a mamporros y a hurtos de fruta de los huertos. Mi madre le dijo algo al tío Flores, algo que no quiero recordar. Él contestó algo que no puedo olvidar:-

¡Ay, Rosario! Si tú hubieras querido...

Al día siguiente me eché al monte. Se lo dije a mi madre. No se puso ni contenta ni triste, sólo murmuró:

-Otro más que va a hacerse matar...

La guerrilla ajustició al alcalde del pueblo y al jefe de la falange 5 meses después. A mí no me dejaron participar. Dijeron que ¨no había que mezclar las cosas¨. Yo no lo entendí. Cuando subieron me dijeron que esto no iba a devolverme a mi padre ni a quitarme la vergüenza, pero que había dos cabrones fascistas menos en este mundo. Por lo que me contaron, a estos sí les hicieron un juicio. El tío Flores estaba desaparecido. Se había ido a la capital decían sus familiares.

Ahora era primavera del año 49 y yo tenía 25 años y estaba andando de noche, por el monte, hacia la casa del tío Flores, hacia la casa de mi amigo Manolín.

Echarse al monte fue fácil. El ambiente no era malo. Al principio sólo éramos ¨huidos¨ sin una idea política clara. Luego fue llegando gente del partido y nos fuimos organizando. A Franco y a los fascistas no les quedaba nada. Éramos muchos en la partida, la mitad huidos, la mitad (en la que me incluyo) guerrilleros. Los años 44 y 45 fueron ilusionantes. Los guardias trataban de eludirnos. La guerra mundial estaba acabada y con ella Franco. ¿Alguien lo dudaba? Algunas veces bajábamos a algún pueblo sin cuartelillo, poníamos centinelas, nos tomábamos algo en la cantina con todo el descaro y los guardias ni aparecer. Acojonados los teníamos. Íbamos a ganar la guerra mundial y más les valía estar tranquilos. De vez en cuando teníamos escaramuzas. Poca cosa, unos tiros por aquí, chillidos por allá, nada serio. Si entraba un guardia chuleta rápidamente se le ponía al día. Unos cuantos pasquines pegados por el pueblo y se calmaba. Recuerdo uno que me gustó. Pegamos por las paredes del pueblo el siguiente pasquín: ¨El fascista guardia civil Antonio Pérez Cabalota, estuvo de patrulla a tiro de nuestros fusiles el miércoles 13 por la vereda del río entre las aldeas de el Tomar y la Losilla durante toda la mañana. No fue ajusticiado porque, pese a su actitud chulesca y fascista, aún no ha hecho ningún mal a la gente del pueblo a la cual representamos. Los guerrilleros, pese a lo que la propaganda fascista diga, no somos asesinos, somos patriotas españoles que queremos un país libre y en paz. ¡Viva la república! ¡Abajo el fascismo¡¨
Nos meábamos de la risa cuando uno de nuestros colaboradores nos contaba que el tío cagón del guardia había ido a su jefe de puesto llorando, las patas temblándole como si tuviera espasmos, a pedir que le cambiaran de destino, que tenía mujer y dos hijos y que en el monte estábamos todos locos. La respuesta del jefe de puesto fue ponerlo a limpiar de maleza la parte de atrás del cuartelillo por cobardía, con lo cual alguno de nosotros se meó realmente de risa.
Tomamos tres pueblos, una vez el mío. Dábamos mítines, repartíamos nuestro periódico ¨El guerrillero¨, esas cosas. Yo era joven e iba armado con un naranjero que no funcionaba pero eso no lo sabía nadie. Asturiano nos obligó a afeitarnos y ponernos muda limpia. Decía que los guerrilleros debíamos tener buena pinta y huir de la imagen de bandolero que el fascismo daba de nosotros. Me encontraba guapo cuando tomamos mi pueblo, chulo y fardón. La Encarna me miraba y yo ponía cara de no darme cuenta. La Encarna me miraba con sus ojos oscuros brillantes, tan llenos de promesas de futuro como poco futuro teníamos. La broma de tomar el pueblo le costó a mi madre tal paliza que quedó coja una temporada. El padre del Sebas salió mejor parado: en unos meses le soldaron los huesos del brazo.

El año 47 cambiaron las tornas. Esta mierda de guerra se perdió tres veces. Se perdió cuando Francia, Gran Bretaña y su puta madre miraron hacia otro lado y dejaron que a Franco lo abastecieran los alemanes e italianos. Se volvió a perder cuando los americanos, Francia, Gran Bretaña y su puta madre decidieron que Franco no era tan mal tipo y que era un buen anticomunista. Y se acabó de perder cuando Stalin quedó satisfecho con el reparto del pastel y pensó que España le quedaba muy lejos y que ya tenia bastante trozo desde Rusia hasta Alemania. Esta guerra se perdió tantas veces que nunca ninguna guerra ha estado tan perdida. Y ahí estábamos nosotros, resistiendo. Yo cada vez me sorprendía más a mí mismo mirando hacia el norte.

Durante un tiempo tuvimos radio. La perdimos cuando salimos por piernas del último campamento. Ilusionaba escuchar la Pirenaica, aunque últimamente ya no nos la creíamos. El tono encendido y triunfal nos sorprendía: ¨Por todas las ciudades los obreros se están levantando contra Franco, compañeros, la revolución está a las puertas y nos debe coger preparados. En los campos los campesinos están dispuestos y a las ordenes del proletariado internacional para conseguir un mañana más justo y más igualitario, etc etc¨ ¿De qué país hablaría? Del nuestro no, seguro. Asturiano se cabreaba si protestábamos. Nos decía que eso era desmoralizar y hacer contrarrevolución. Era buen tipo el Asturiano. Le respetábamos y callábamos.

Pero lo cierto es que las cosas habían cambiado. De la euforia por la caída de Alemania pasamos a la decepcionante realidad. La guerrilla había intentado invadir España por el Valle de Arán y había fracasado. Éste capítulo era confuso, pero uno de nuestra partida, ¨Rubio¨, había estado en la invasión. Una noche que teníamos vino y la lengua larga me lo confesó: -Nos engañaron ¨Chaval¨- me dijo- Nos engañaron como chinos. Nos dijeron que de todos los pueblos la gente se iba a levantar, que nos estaban esperando. Y allí recelaban de nosotros más incluso que aquí. Encima no les entendías, hablaban una especie de catalán raro y no tenías ni majadera idea de qué te decían. Pero te miraban hoscos y el ¨no¨, lo entendías. ¡Hostia qué si lo entendías! El ¨no¨ se entiende hasta en vasco ¨nen¨, lo que yo te diga. Luego volvió a contar (otra vez) lo de cuando los trabajadores derrotaron el alzamiento fascista en Barcelona en el 36 y la ciudad quedó bajo control obrero. O puede que contara (otra vez) lo de cuando los españoles entraron los primeros a liberar París de los nazis y él iba en un tanque, más flamenco que flamenco, sonriendo a las muchachas. El caso es que ¨Picadura¨ le cortó:- ¡Hostia maño! ¡Qué nos lo has contado 100 veces!- Y acabamos los tres riendo. Picadura era un zaragozano socarrón y alegre. Antes solía decir, a veces cantando, que: ¨A Franquico le queda poquicoooo¨.

Últimamente recelábamos unos de otros. La deserción en sí no era grave, lo grave era la delación. Y nunca sabíamos si un lecho vacío al amanecer era una deserción o una delación. No lo sabíamos. Entre Asturiano con su manía contrarrevolucionaria, prohibido hacer comentarios desmoralizantes, Rubio contándonos que habían sido engañados, los campesinos que ya no nos querían ayudar y el Sebas y yo hartos de las mentiras de la Pirenaica, no se puede decir que la moral fuera alta. Si te levantabas a mear de madrugada y el jergón de tu lado estaba vacío, te caía el mundo encima. O veías venir a tu compañero sacudiéndosela y dabas gracias al dios en el que no creías. Ya no repartíamos ¨El guerrillero¨ ni dábamos mítines ni nada. Estábamos sobreviviendo como podíamos y si me apuráis, estábamos robando constantemente para poder comer. Cuando esquilmábamos a algún campesino y le entregábamos un vale para pagarle cuando venciéramos, nos miraban con desprecio. Uno nos lo dijo: ¨Con este recibo yo me limpio el culo, que entre unos y otros no nos dejáis vivir¨. Su mujer terció rápida: ¨No le hagáis caso, él lo dice pero no lo piensa¨. Esto ya no tenía mucho sentido. De ser los libertadores del pueblo nos habíamos convertido en otra cosa. No sé en qué. En famélicos espectros pululantes. Creo que nos tenían más miedo o lástima, según, que otra cosa. Con el tiempo me di cuenta de que mientras parecía que podíamos ganar teníamos muchos ¨amigos¨ Cuando se vio claro que habíamos perdido ya no teníamos tantos.

El año pasado tuvimos dos bajas, dos hermanos de Jaén que cayeron juntos. No fue raro, siempre iban juntos. Nos sorprendió una pareja de guardias, sólo eran dos así que dejamos a los dos hermanos que cubrieran la retirada del resto. No sabemos qué pasó, suponemos que aparecieron más guardias. El caso es que están los dos hermanos enterrados en una aldea, fuera del cementerio, sin cruz y sin nombres. No cantaron. Pasara lo que pasara no cantaron. Estuvimos una semana desde lejos observando nuestro campamento y por allí no apareció nadie.

Contrapartidas: los guardias civiles disfrazados de guerrilleros se llamaban contrapartidas. Habían iniciado este tipo de actuación hacia algún tiempo. A alguna lumbrera se le debió ocurrir. En la comarca de al lado de la nuestra, por lo que sabemos, empezaron su andadura en la casa del Charco Verde. Una contrapartida se plantó allí de noche, pidieron alimentos y mantas, el hombre de la casa se las dio. Los guardias quemaron la casa con toda la familia dentro. Todo esto lo supimos por el pastor de la zona quien nos pidió no vernos más. Estaba muerto de miedo. Fue el primero a quien oí decir lo que luego parecía una costumbre decirnos: ¨Esto es una locura, nos van a matar a todos, por favor a mí dejadme en paz. Yo no os deseo ningún mal¨.

¿Seguiría queriendo mirarme la Encarna con sus ojos morenos brillantes? Ahora ya no parecía que pudiéramos ganar. Era un guerrillero, eso sí, pero sin futuro. Bueno, según la Pirenaica la revolución era inminente, pero no creo que la Encarna escuchara la Pirenaica.
En todo esto pensaba mientras cortaba la noche hacia la casa del tío Flores. En esto y en localizar la estrella polar, la que marca hacia el norte. Que mira que me lo habían explicado veces cómo encontrarla y nada, ni por esas. Por el día con el sol, te decía hasta la hora que era y me equivocaba en 10 minutos. Pero por la noche, la polar esa de las puñetas se me resistía. Las luces tenues de aceite de la casa del tío Flores aparecieron al fondo del valle.
Me acerqué despacio, tenso. Sabía de sobra cual era la ventana del cuarto del Manolín. La de veces que nos habíamos descolgado desde esa ventana. La de veces que habíamos trepado hasta esa ventana. Esta vez se trataba de lo segundo: de trepar hasta ella.
¿El plan? No había plan. Asturiano hacía planes: ¨Tomamos este pueblo, ponemos centinelas, expropiamos al alcalde¨. Yo no hacía planes, no me daba la cabeza para tanto. Subiría por la ventana, entraría en la habitación y le diría: ¨Manolín, soy el Pedro¨. Luego ya veríamos.

- Manolín, soy el Pedro.
- ¡Hostia, Pedro! Pero, ¿Qué haces aquí? Estás loco.
- Shhiitt, no chilles jodeer que se va a enterar toda la casa.
- ¡La hostia, Pedro! ¡La hostia! A veces pensaba que estabas muerto.
- Pues aún no.

Nos miramos en la penumbra. Que camisón de dormir más ridículo llevaba, pensé. Como son estos señoritos de finolis. Nos abrazamos, él sólo repetía una y otra vez: ¨¡La hostia, Pedro! ¡La hostia Pedro!¨
¿Qué había pasado en el pueblo y cómo nos podía afectar? Él me lo podía decir. Las cosas estaban muy mal. En el pueblo los chillidos de nuestros colaboradores detenidos ponían la carne de gallina. Los estaban torturando y eran 9. Yo dudaba que uno sólo pudiera resistir la tortura, así que 9 era imposible. Pensé en mi madre. Nada sabía, nada podía decir. Pensé en la Encarna, no la habían detenido, no colaboraba con nosotros. En éstas me dijo el Manolín que sabía por la Encarna... -¿Cómo qué por la Encarna?- Sí, la Encarna le limpia la casa al teniente, y allí oye cosas. - ¿Qué cosas? - Pues... cosas, que tenéis el campamento en el Cerro Pelado, que quedáis 7, pues eso, cosas. - Y tú, ¿Qué coño tienes con la Encarna? Se rió. Me miro fijo y luego se rió. - La hostia, Pedro, pero, pero... ¡Si estás por la Encarna! - Y eso... ¿Qué coño tiene que ver ahora?
-Naada, hombre naada. Que viene a comprar el pan a casa y me cuenta. A veces me pregunta por ti y le digo la verdad: que nada sé de ti. Hasta esta noche, claro.
- No le digas que me has visto.
Nos abrazamos, me dio dinero y me dijo lo que todos últimamente: ¨Esto es una locura, así no podéis seguir os van a matar a todos¨. Manolín no decía: nos van a matar a todos. Me alegré por él.

De vuelta al campamento provisional analicé la situación. La de la guerrilla no, la mía personal: era harto difícil que la Encarna escuchara la Pirenaica, por lo que no podía verme como el héroe libertador de la revolución inminente que la Pirenaica proclamaba. Con lo cual, si me quería, me quería a mí, no al muchacho que entró en el pueblo una mañana de otoño con un fusil al hombro que no funcionaba. No quería lo que yo representaba, me quería a MÍ. Las relaciones estaban prohibidas en la guerrilla, por seguridad decían. Yo aún era virgen. Luego me acordé de mi madre y me sentí mal y triste. Proseguí el camino sin pensar. Tratando de no pensar más bien.

Olía a alubias cuando llegué al campamento provisional. Siempre olía a alubias en el campamento. Asturiano no se anduvo con rodeos, me preguntó a bocajarro:- ¿Qué pasa, Chaval? ¿Qué es lo que has averiguado?- No tenía remedio, pese a mi edad de entonces, cuando subí al monte era un chaval y ¨Chaval¨ me quedé.

- Están interrogando a los nuestros y han cantado, no sé quién.
- Pero, ¿Qué saben? ¿Quién te lo ha dicho? ¿Con quién has hablado?
- Con el Manolín, el hijo del Flores.
- ¿Tú estás loco? ¿Te fías de un fascista?
- No es un fascista, es mi amigo.
Intervino ¨Abuelo¨, sólo tenía 50 años pero había estado en esto desde el principio. Era el cocinero.- ¡Deja al Chaval que cuente!- Abuelo y Asturiano estaban juntos desde la revolución de Asturias del 34.
Conté, conté que habían pillado a nuestros colaboradores. Conté que sabían todo. Conté que los guardias bajo tortura eran capaces de conseguir confesiones y cuando estaba contando que no sabía cómo íbamos a salir de ésta, Asturiano me cortó y me dijo que me fuera a descansar. No conté lo de la Encarna, ni lo de mi madre, era un guerrillero.

Antes dábamos clases. Nos explicaban qué era el partido, qué era Rusia. Cómo el proletariado se había emancipado, cosas de estas. También discutíamos textos políticos. Nos mandaron dos semanas de cursillo a una escuela de guerrilleros. ¡Si hasta el abuelo aprendió a leer! Con lo que nos reíamos cuando murmuraba: ¨Esto es imposible, yo nunca sabré qué es lo que dice aquí¨ Ahora las cosas habían cambiado. Asturiano se puso de mala leche la última vez que vinieron órdenes de Francia. Primero no soltó prenda, más tarde dijo algo así como:- ¡No te jode! ¡Qué nos introduzcamos en las fábricas para hacer política! Y... ¿Cómo creen estos imbéciles que nos vamos a introducir si nos conocen mejor que si nos hubieran parido?-
Por lo menos esta vez también habían traído dinero. Fue un alivio, la gente ya no podía ayudarnos.
Era la primera vez que oí discrepar a Asturiano de las órdenes del partido. Algo debía ir muy mal. Asturiano siempre decía que el camarada Stalin tenía sus razones y que el partido sabía lo que hacía. Algo iba fatal.

No se me quitaba de la cabeza. Una de las veces que fui a recoger a otro enlace con órdenes de Francia, interrogado por mí, me dijo que el paso menos vigilado de la frontera era por Ordesa y Monte Perdido. Me dijo que era duro y sólo pasable en verano pero que por eso mismo era el mejor. No obstante, él había venido esa vez por Canfranc. No se me quitaba de la cabeza.
Corrió entonces el rumor de que los guardias cobraban por guerrillero muerto. Al principio no nos lo creíamos, luego sí. Y nos acojonó. También oímos que habían puesto un jefe nuevo de los civiles, un tal Pizarro. Se decía que no era un tipo que anduviese con bromas. Al poco empezaron las contrapartidas, las torturas a los enlaces y la ley de fugas. Parece ser que les decían a los enlaces que se fueran después de interrogarlos y los mataban por la espalda, para parecer que se querían fugar.
Miré al norte. Por allí debía andar la aldea aquella de Ordesa y el Monte Perdido, detrás estaba Francia. Me dormí pensando cosas raras.

Me despertaron a la anochecida. - Cambiamos de campamento, este no es seguro.
Anduvimos una vez más toda la noche. Sin fumar. Sin hablar. El jefe pasó recado de que me pusiera a su lado. -Mira, Chaval- me dijo - Tienes que recoger a un camarada que viene de Francia. Trae nuevas órdenes. La partida de ¨Capitán¨ lo trae desde la Serranía. Lo dejarán en la Hoya de Benacas el día 23. Te lo traes aquí.
-Están mal las cosas ¿Verdad, Asturiano?
-Chaval, nos están dando por culo por todos los lados.
-¿Nos vamos a Francia? Quiero decir... ¿El partido nos mandará a Francia? ¿Nos sacará de aquí?
- Eso fue lo que les pedí. Me dijeron derrotista. Luego nos dijeron que el camarada Stalin había decidido que nos infiltráramos en las masas obreras. Que ahora íbamos a ser agentes políticos, ya ves tú. Por un lado nos dicen que la guerrilla está bien para proteger a los agentes del llano, y al mismo tiempo nos dicen que hay que disolver la guerrilla para ser agentes políticos, no entiendo nada. Ahora no sé lo qué nos van a decir.

Instalamos un campamento provisional en la Loma Tres Pinos. Luego nos aplastamos al terreno para pasar el día. El día 22 por la noche partí hacia la Hoya de Benacas. Llevaba un fusil ametrallador con un cargador lleno, 3 bombas de mano y un queso. La noche era limpia, olía bien, Benacas estaba a 12 horas.
El sol ya estaba alto cuando llegué a la estafeta, una grieta en una pared rocosa a unos tres metros de altura. Había que trepar para llegar a ella. Mi mano palpó un papel, bajé y lo leí: ¨ El guerrillero ¨Chato¨ trae al enlace de Francia. Estarán bajo una carrasca en la parte de la Hoya que da a la Muelecilla. Pregunta: ¿Hay cerca una fuente? Respuesta: siempre hay cerca una fuente¨.
Conocía a Chato. Un tipo muy alegre, siempre estaba riendo.
Sobre las 11 llegué a la Hoya. Allí estaba la carrasca. Allí solo había un hombre. Me acerqué. El fusil a mano bajo la chaqueta.
- ¿Hay cerca una fuente?
- Siempre hay cerca una fuente. Salud, Chaval.

No parecía alegre. Las cosas estaban mal en todos los lados. Me extrañó que estuviera desarmado, debían ir fatal de armamento.

- Salud,  Chato. ¿Y el enlace?
- No te esperaba hasta más tarde...
- Tengo buenas piernas ¿Y el enlace?
- Esta allí -señaló la Muelecilla - Por si las moscas... Te espera en la Muelecilla. Yo os esperaré aquí para ver que todo vaya bien. ¿Qué haréis luego?

- Lo de siempre, pegarnos al terreno y partir al anochecer.

Me costó tres cuartos de hora subir a la Muelecilla. Un calvero rocoso rodeado de paredes verticales salvo la parte que daba a la hoya. Al otro lado la pared daba al río y cruzándolo, una extensión llana de huertas. Coronaba el calvero cuando un sonido lejano me hizo volverme. Un camión paró junto a Chato y de su parte trasera salió un enjambre de guardias. Pero, ¿por qué Chato no había huido? Debía salvar al enlace. La parte del cortado que daba al río tenía una torrentera, una canal por la que se podía bajar destrepando. Llegué arriba del todo, allí no había nadie. Lo vi claro: ¨No te esperaba (mos) hasta más tarde¨, había dicho Chato. La partida de Capitán había caído, el enlace había caído y Chato, con toda seguridad, había negociado salvar su vida a cambio de la nuestra. Por lo menos ya no estaba alegre el maldito cabrón. No tendría claro que no lo fueran a matar de todas formas. Ya lo tenían todo. Aún podía escapar por la torrentera. Llegué al borde de la torrentera para ver como 6 guardias vadeaban el río, los brazos alzados, los fusiles en alto, el agua hasta las tetillas. Estaba atrapado, me iban a cazar como a una alimaña. Tenía 15 balas. 14, la última era para mí. Vivo no me atraparían.
Piensa, piensa, piensa. Los guardias de la Hoya se desplegaron. Serían unos 14. Formaron una línea separados entre ellos uno de otro sobre unos 50 metros. Piensa, piensa. Medio agachados, fusil en ristre empezaron a subir. Piensa, piensa, piensa. ¡Piensa, me cagüen dios!
A media ladera vi una roca alta y solitaria que sobresalía del terreno. No podía funcionar, era imposible. Lo intentaría de todas formas.
Me arrastré hasta la roca. Las aliagas medían un metro y pinchaban como la hostia. Si yo no veía a los guardias ellos no me podían ver a mí: simple y creo que efectivo. Me arrastré por medio de las aliagas y los romeros como una serpiente. Llegué a la roca hecho un Cristo, sangrando mucho por los brazos y las rodillas. Sólo arañazos. Ya curarían si no me mataban hoy. Ya estaba en la roca y ahora ¿qué? Me quedé en la parte de la roca contraria a por donde los guardias subían. Los que subían por la torrentera hacia la Muelecilla aún tardarían en llegar a la cumbre por lo que de momento no me veía nadie. Una laja grande, plana, de unos 30 kilos, de rodeno, a mis pies me dio la siguiente idea. Iba a matar, iba a matar sin hacer ruido. Me asomé muy cuidadoso. Los guardias estaban a unos 50 metros, uno venía directo a la roca, uno venía directo hacia su muerte. Yo aún no había matado. Bueno, no lo sabía. Había disparado muchas veces ¨al bulto¨ pero no había matado de frente. Yo era, más que otra cosa, el chico de los recados. Cuando los oí cerca me erguí, extendí los brazos y levanté la piedra sobre mi cabeza. ¿Por cuál de los dos lados de la roca pasaría? Llegué a temer que se oyeran los latidos de mi corazón. La punta del fusil apareció por mi lado derecho. Siguiendo al fusil apareció un tricornio. Apenas sonó. Que anduviera medio agachado me facilitó la faena, un POF seco y un vivo menos. Los guardias se jaleaban unos a otros, supongo que para darse ánimos y para acojonarme a mí.- ¡Venga, venga, venga!- Eso debió ahogar más el sonido. La roca nos protegía del siguiente guardia de la izquierda y el de la derecha tampoco vio nada. Debían mirar con fijeza al frente por si aparecía por allí. Me quedé aplastado al suelo junto al cuerpo sin vida, el tricornio aplastado y los ojos abiertos del guardia. Pensé que el hilillo de sangre que manaba de la aplastada cabeza del guardia tenía un color parecido al rodeno. También pensé que su dios lo iba a tener mal para arreglarle lo de la cabeza. Pensamientos absurdos... Me lo habían dicho, cuando matas de frente por primera vez te queda un sabor acre en la boca y por la cabeza te pasan pensamientos absurdos.
Había roto la línea, sólo quedaba un camino: hacia delante. Continué serpenteando hacia la Hoya. No me daba cuenta de que desde arriba era fácil de ver. Sólo pensaba en cuánto tiempo tardarían en darse cuenta de que les faltaba uno. Los pinos les dificultaban verse entre ellos. Un guardia gritó:- ¡Mi teniente, aquí hay un rastro de sangre en unas piedras que sube hacia arriba!- Joder, era mi sangre de arrastrarme y no subía, bajaba. El teniente contestó:- Estará herido, se habrá herido subiendo ¡Arriba coño, a por él! ¡1000 pesetas y un mes de permiso a quien lo cace!- Sin pretenderlo los había engañado. Seguirían el rastro de sangre hacia arriba, no hacia abajo. Cegados por la recompensa, la excitación y el miedo, no advirtieron que faltaba un guardia. Ahora sí noté que me temblaba todo. Pensé que cuando llegará a la Hoya me podría arrastrar por el cereal y escabullirme. Cometí un error, había llovido poco y el cereal en esta época no levantaba más que palmo y medio del suelo. Era absurdo arrastrarse por allí y pretender que no te vieran. Salí del aliagar y me lancé a la carrera contra el camión. No había corrido ni 100 metros cuando sonó el primer PAC. Un pedazo de tierra saltó en el aire unos metros por delante de mí. Me habían descubierto y me estaban disparando desde arriba. A esa distancia si me daban era de casualidad, corrí más si cabe. Rodeado de PACS a lo lejos y de trocitos de tierra que se levantaban a lo cerca, llegué a la trasera del camión, escogí el flanco derecho. De la cabina bajaba un guardia alertado por los PACS, oí los PACS de mi fusil mucho más cercanos y al guardia se le abrieron tres agujeros en la guerrera. Extendió los brazos dejó caer el fusil y cayó al suelo de espaldas. Miré en la cabina. Vacía. ¿Y el otro guardia? Un clack detrás de mí me alertó. Cuando me volví vi al guardia forcejeando con el cerrojo de su fusil. Se le había encasquillado y por eso seguía yo vivo. Había rodeado el camión para sorprenderme por la espalda. Alcé el fusil, iba a matar por tercera vez ese día. Toda esta escena fue rapidísima y yo la vivía muy lenta. El guardia tiró el fusil y levantó los brazos. -Tenía hambre- empezó a decir- Tenía mucha hambre por eso me metí a guardia. Te lo juro, tenía mucha hambre- Empezó a llorar.- ¡Tengo a la mujer preñada, es una chiquilla, tiene 19 años! ¡Tenía hambre, no me mates por favor, no me mates!- Tenía los ojos azules muy claros y al llorar parecía que fuesen de agua. Sonó otro PAC lejano seguido de muchos más. Sólo entonces reparé en que los tiros habían cesado antes. El guardia pareció ser empujado, abrió la boca mucho, como si quisiera respirar y no pudiese y cayó de bruces. Lo habían matado los suyos. Saqué una bomba de mano y descubrí que arrastrándome había perdido las otras dos. De milagro no me habían estallado bajando. Hoy era mi día de suerte sin duda. Arrojé la bomba en la cabina del camión y volví a correr como si me persiguiesen Franco y el caballo en persona.
La comarca estaba infestada de guardias. Tuve que permanecer escondido muchas horas evitándolos. Sólo quería avisar a mis compañeros. Quería llegar antes que los guardias y que pudiéramos escapar. Y que el partido de una puñetera vez nos sacara de aquí. Y que soltaran a mi madre. Y que la Encarna me quisiera. Y... Al caer la noche pude avanzar más deprisa.

Amanecía cuando subiendo la loma de enfrente del campamento olí a pino quemado. ¿Qué era esto? Coroné la loma y me parapeté en unos peñascos. Nunca había visto tantos guardias. Serían más de 100 subiendo desplegados hacia el campamento mientras una enorme columna de humo oscuro salía de éste. ¡Hijos de puta! Le habían pegado fuego al monte en la ladera opuesta y ahora mis compañeros sólo podían que salir hacia las balas de los guardias o achicharrarse. El tal Pizarro éste que se había hecho cargo de los civiles era un cabrón muy efectivo. Un grandísimo cabrón muy efectivo. Con lágrimas en los ojos los vi caer a todos. Ni uno, ni uno sólo se entregó o levantó los brazos. Al principio, Asturiano se abrió paso. Abrió una pequeña brecha entre los guardias a base de bombas de mano. Fue inútil. Enseguida se reagruparon. Picadura cayó cubriendo a Asturiano mientras éste tiraba las bombas. Los guardias habían obligado a ir a Chato delante y allí pagó su traición. Quedó reventado de una bomba que le tiró ¨Carpintero¨. A Rubio le dio un espasmo y cayó de bruces. Algo raro pasó con el Sebas, primero cayó herido y después Carpintero le pegó un tiro en la cabeza. Supuse que el Sebas le pidió a Carpintero que lo rematara, que no lo cogieran vivo. Luego Carpintero se puso el fusil en la boca y se disparó. Al Abuelo lo alcanzaron las llamas y bajó encendido ladera abajo aullando, corriendo y disparando. Lo acribillaron. Siguió ardiendo un rato después de muerto, luego humeaba. Asturiano demostró ser un buen guerrillero hasta el final. Lo vi caer, supuse que muerto. Cuando todo parecía haber pasado y yo no podía parar de llorar y temblar mientras no cesaba de decir en voz baja: ¡Hijos de puta!, ¡Hijos de puta!, Asturiano aún me sorprendió. Los guardias empezaron a subir. Al llegar donde Asturiano había caído de espaldas, con el pie le dieron la vuelta. Asturiano llevaba un tiro en el hombro, sonrió y gritó:- ¡Nos vamos al infierno cabroneeees!- Llevaba una bomba de mano entre las manos y 2 ó 3 más al cinto. Cayeron unos 7 guardias, algunos se retorcían en tierra. Asturiano parecía que se hubiese evaporado. Yo pensé que al fin había logrado escapar.
Pasé el resto del día escondido. No me quedaban lágrimas. No me moví. Arrastraron los cadáveres de los pies hacia el llano, los tirotearon, se rieron de ellos, al final los cargaron en mulos y se fueron.

Anocheció y miré hacia el norte. Apenas nada podía hacer aquí. La partida más cercana a la nuestra, la de Capitán, había caído sin duda. Ir a la capital y tratar de establecer contacto con el partido era una locura. Mi ropa estaba hecha jirones. Los colaboradores y enlaces estaban presos si no muertos a estas alturas. Miré hacia el norte, allí estaba Ordesa y un Monte Perdido. Detrás estaba Francia. Tenía media primavera y el verano por delante. Empecé a andar.
A la fuerza, aprendí a localizar la estrella polar. No siempre podía ir hacia el norte, a veces me encontraba llanos, como en Teruel, donde la vista se perdía y me tocaba desviarme al oeste o al este para seguir por las sierras. En una gasolinera robé un mapa de España. No salía Ordesa ni el Monte Perdido, pero la frontera con Francia era enorme y estaba allí. Sólo andaba de noche y éstas eran cortas. Aragón me abasteció de fruta. Como en mi pueblo había río y yo creía saber nadar, crucé el Ebro a nado. Los puentes estaban vigilados. Nunca he tragado tanta agua. Aparecí tres o cuatro kilómetros río abajo y había perdido el fusil.
Un día a lo lejos vi unas montañas enormes y supe que eran los Pirineos. Al llegar al pie de estas montañas, de amanecida, le pregunté a un pastor. Era la primera persona con la que hablaba en mucho tiempo. Estaba cerca de Panticosa. Le pregunté por varios nombres que había leído en el mapa y metí Ordesa por el medio. Ordesa era un valle al Este, lejos, me dijo. Tenía que llegar a un pueblo llamado Torla. Golpeé al pastor en la cabeza con una piedra y lo até a un árbol. Pobre hombre. No podía dejar que me delatara. Francia estaba ahí, al otro lado. Rogué porque lo encontrarán pronto, pero no demasiado pronto.
Resistí la tentación de cruzar la mole de piedra pirenaica ¨a las bravas¨ y seguí hacia el este.
Al fin encontré Torla. No tenía misterio, o cruzaba las moles de montañas que tenía delante o Torla aparecería yendo hacia el este. Torla apareció. Subí por Ordesa, que no era un pueblo, río arriba. Me encontré con cascadas y pasos que parecían insalvables pero que aguzando la vista descubrías la senda por donde seguir. Por aquí ya no había nada que comer (que robar para comer). Al tercer día de salir de Torla me encontré con la puerta de Francia. Yo jamás hubiese pensado que los países tuvieran puerta, pero era evidente, un tajo enorme, rectangular, en una pared de piedra y superado éste se iniciaba el descenso. Más adelante supe que esto se llamaba la brecha de Rolando y que los países no tienen puerta. Nunca supe donde estaba el Monte Perdido, le habían puesto un nombre apropiado. Al día siguiente, lo que quedaba de mí llegó a una pequeña población llamada Gavarnie. Vi un calendario en una panadería y supe que estábamos a 27 de Julio. Había perdido la noción de los días. Yo había salido un 24 de mayo por lo que llevaba andando sesenta y tantos días, o mejor dicho sesenta y tantas noches. Y estaba en Francia.
Deambulé un poco por la población, sin saber muy bien qué hacer y entonces oí a dos obreros que estaban adoquinando una calle hablar en español. - Soy español, me he escapado de Franco- les dije. Creo que estaba medio delirado, medio chiflado.

-Hijo, pero si estás hecho un Cristo. Siéntate anda, cómete esto- me ofreció pan y tortilla. Me lo comí sin respirar
-¿Qué es eso de que te has escapado de Franco?
-Que he cruzado por la montaña. He entrado por la puerta. ¿Dónde puedo encontrar al partido?
-Come y descansa, esta noche hablaremos.

Se llamaba Tomás. Había luchado, primero contra Franco y luego contra los nazis en Francia y no podía volver a España. Su mujer se llamaba Eufemia y trabajaba limpiando un hotel, que les cedía un cuartucho con cocina donde vivían. Pasé una semana en cama, enfermo y agotado. Me dieron de comer y me lavaron y remedaron la ropa. Cuando estuviera bien iríamos a ver al partido. Si te pillaban los gendarmes te devolvían a España, así que mucho ojo. Eran pobres y todo lo compartieron conmigo. Sus hijos estaban en España. En prisión tres y bajo tierra, no sabían donde, otros dos.

A las dos semanas Tomás me acompañó a una pequeña población cercana. Allí me acogió ¨Wenceslao¨. Era argentino y éste no era su nombre. Un tipo opaco. Al mes de haber entrado en Francia estaba en Toulouse, en la sede del partido.
Me hicieron miles de preguntas. Una y otra vez tuve que contar lo ocurrido. Burócratas duros, no tenían ni puñetera idea de lo que pasaba en España. Me dieron una documentación. Me consiguieron un trabajo en una fábrica de muelles y una habitación en un piso compartido. En el piso éramos cinco españoles. Había otro guerrillero, maqui, decían siempre por aquí. Era un tipo de León. También habían eliminado a su partida y también había pasado andando por Navarra. Tontamente le pregunté si también había seguido la polar. Me contestó cachazudo:

- ¡No jodas! ¡Si hubiera seguido la polar aún estaría en el Cantábrico nadando!

A duras penas se había puesto en contacto con un pasador que conocía de cuando su partida - ¨Mugalari¨- decían los vascos.- Éste le pidió 1.500 pesetas por pasarlo y como el Leonés no las tenía, atracó una joyería en San Sebastián. Consiguió 300 pesetas y un montón de joyas y fue a buscar al pasador con el producto del botín. El pasador le recibió diciéndole que las cosas estaban muy mal y que por allí ya no se podía pasar ¨ni sobornando¨. Podría pasarlo por el Roncal, pero, entendería que eso era más caro. El Leonés le enseñó el botín y de paso la pistola Astra al cinto. El pasador exclamó:

- ¡La hostia! ¡Por eso te paso yo subido a la chepa!

Por el camino le comentó que había hecho una pequeña fortuna durante la segunda guerra mundial. Recogía, de manos de la resistencia francesa, aviadores ingleses que habían sido derribados en suelo francés y los llevaba al cónsul británico de San Sebastián, desde donde los repatriaban a Inglaterra. ¨Un caballero¨. Dijo. Pagaba bien y al contado por cada aviador entregado. Al dejarlo en Francia el pasador le dejó una pequeña cantidad de las joyas para que ¨fuera tirando¨ y luego le deseo suerte.
-Buena gente esos vascos.- Concluyó. -Muy raros, eso sí. Fíjate que son al mismo tiempo católicos y antifranquistas. Allí los curas están con el pueblo.

Le escribí tres cartas a Encarna que jamás me contestó. Por otro familiar supe que mi madre se había ahorcado, o la habían ahorcado, enrollando su propia falda y colgándola de los barrotes de la ventana del cuartelillo. Pensé que yo la había matado. Recordé el día que me eché al monte. Recordé a mi madre murmurar con la mirada perdida ¨Otro que va a hacerse matar¨. Se equivocó. Yo sobreviví, la maté a ella. El padre de Sebas murió al intentar huir, versión oficial. La otra versión era que lo habían matado en el cuartelillo y habían abandonado de madrugada su cadáver en una vereda. Típico de la época. Más tarde supe que Encarna se casó con el Manolín, mi amigo de la infancia. Para entonces me alegré por ellos.

En diciembre el partido me hizo algo parecido a un juicio. No sé bien de qué me acusaban. Creo que variaba entre deserción y traición. Mediado el juicio llegó la noticia de que en una Sierra entre Cuenca y Valencia, en el campamento del Cerro Moreno, se habían cargado a un número importante de jefes de la guerrilla. Se dieron prisa por absolverme y encargarse de ésta catástrofe.

En el 52 el partido me envió a Huesca a recoger los restos de la agrupación guerrillera de Levante y pasarlos a Francia. Hasta el 52 aguantaron allí, en el culo del infierno, a esta pobre gente. Un médico del partido me había diagnosticado una falsa enfermedad para liberarme temporalmente del trabajo. Entré con documentación falsa y recuperé el nombre de ¨Chaval¨ para actuar. España estaba muy cambiada pero el miedo se palpaba en los ojos de la gente. Pasé al grupo, famélicos y derrotados, sin ningún percance. Parece ser que un grupo iba a venir en tren y otro a pie. Al final la guardia civil les mató al guía (no sé si a los del tren o a los de a pie) y tardaron mucho en llegar y ya los dábamos por muertos.

Cada cierto tiempo iba a ver a Tomás y Eufemia a Gavarnie. Me adoptaron como a un hijo y yo a ellos como a unos padres. Habían perdido a los hijos que les quedaban, los fusilaron, y yo a mis padres. Parecía razonable adoptarnos mutuamente, normal incluso. Cuando iba a verles les llevaba viandas y cosas de la ¨capital¨ como decían ellos. Eran analfabetos. Siempre pasábamos media mañana leyendo las cartas que habían recibido en mi ausencia. Eufemia insistía en que me buscara una buena chica, me decía:- ¡Pero que sea española eh! ¡Que estas francesas son muy raras y muy lagartas!- Tomás le contestaba:-¡Deja al Pedrito que está en la flor de la vida!

En el 68 la Unión Soviética invadió Checoslovaquia. Me quise desvincular del partido, era la excusa que necesitaba. Ya hacia tiempo que me habían desengañado. Ya hacía tiempo que los consideraba culpables de tener tanta gente, la mejor gente, en el matadero. Quién sabe por qué oscuros intereses a gran escala, cosas que a la gente pequeña se le escapaban, nosotros sólo valimos para dejarnos matar. Para que burócratas cómodamente sentados en despachos decidieran dejarnos matar. Tomás se disgustó mucho conmigo. Me dijo que nadie en todos los tiempos de los tiempos había hecho por los obreros lo que había hecho el partido. Le dio un buen soponcio y la Eufemia me dijo que no me costaba nada darle gusto al Tomás que estaba viejo y maniático, aunque ella de política no entendiera. Seguí en el partido. Tomás murió fiel al partido.

En el 75 murió Franco y por primera vez en muchos años reí. No fingí que reía como hacia siempre en mis relaciones sociales, reí de verdad, por dentro y por fuera, a carcajadas.
En el 77 volví a España y fui al pueblo. Había encargado tres lápidas de metal dorado. Las encargué en Francia porque no me atrevía a hacerlo en España. El autobús me dejó en mi pueblo del cual apenas reconocía nada y por fortuna nadie parecía acordarse de mí.
Llegué andando a la era donde mi padre estaba enterrado. Allí todo seguía igual. Llevaba un saco con una pequeña cantidad de cemento y una garrafa de agua. Preparé la mezcla, busqué una piedra grande y fundí la placa a la piedra allí donde mi padre había muerto.
En la chapa ponía: ¨Aquí yace un hombre bueno. Nunca hizo daño a nadie. Lo mataron los fascistas por querer un mundo mejor. Que la tierra le sea leve¨.
Posiblemente retiraran la chapa. No importaba, la memoria de mi padre ya había sido lavada y nada podían hacer ya por evitarlo.
Repetí la maniobra en el cementerio, en la tumba de mi madre. En la placa ponía lo mismo pero en mujer. A ella le puse flores. A mi padre no le habría gustado. Otra que iba a poder descansar tranquila, toda la mierda que el fascismo les había tirado encima había sido lavada.
Me acosté en la pensión, mañana sería un día duro.

Me levanté de amanecida y me encaminé al campamento de Loma Tres Pinos donde una vez vi caer a mis compañeros. Se habían abierto innumerables pistas forestales, así que lo que yo creí que iba a ser un infierno (a mi edad lo de ¨Chaval¨ ya era sólo un recuerdo) sólo fue un paseo duro. Llegué al campamento, del incendio no quedaba ni rastro, los pinos habían crecido de nuevo en este tiempo. Escogí la roca donde una vez se parapetara Asturiano y pegué la placa a la roca. Esta decía así:
¨La partida guerrillera del Asturiano fue asesinada aquí. Eran seis hombres valientes y eligieron la muerte a la rendición. Con sus errores y sus aciertos lucharon por un mundo más justo y más igualitario. Como con tantos otros, la humanidad siempre estará en deuda con ellos. Que la tierra les sea leve¨
Pasé el resto del día allí, con sus fantasmas y mis recuerdos. La tarde declinó, me incorporé y empecé a bajar hacia el pueblo. Pensé dos cosas: Que me había ganado una cerveza bien fría, y que ahora ya podía morirme a gusto. Como decían los curas, había arreglado mis asuntos espirituales, estaba en paz conmigo mismo y con mis muertos.
Luego, llegando al pueblo también pensé que quizás antes de morirme escribiría éste relato. Quizás

2 comentarios:

  1. Pues retomaremos:

    Decíamos ayer, señor Katorga, a cerca de los concursos literarios...

    He mandado a 4. El primero es este que he colgado que quedó finalista. El segundo, María se emperró en que escribiera un relato de 12 páginas, tema libre, en una tarde porque vio el concurso en un diario el último día válido. Salió una patata, claro. Creo que era de un perro en plan "Colmillo blanco"que se vuelve salvaje en una urbanización residencial.
    Y ahora tengo 2 por ahí concursando, creo que saldrá veredicto antes del 23 de abril, o por ahí.

    Pero la sensación que tengo es que "buscan nombre"para premiar. Que premian a los ya conocidos. No tengo datos que avalen esta sospecha, es una sensación.

    Bienvenido de nuevo por aquí.

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  2. "Joder, Descla"... ;-)
    Achuchones

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