lunes, 14 de marzo de 2011

Ha muerto Carlos el Hijoputa. Parte IV.

Empiecen por la parte 1, pinchando llegan: PARTE I, o no se enterarán de qué va esto. Ustedes mismos.
Éramos crueles y era una crueldad que no arrastraba apenas rencores. Una crueldad casi natural. Contarle a un amigo, en un momento de debilidad, que te gustaba fulanita, suponía que a la media hora fulanita, engreída, lo supiese. Se solventaba esto con "sois unos hijos de puta y unos cabrones" (y ya os la devolveré).
El caso es que a un Carlos que quería ser "normal", comportarse como todos, seguir protocolos panolis de la época y la edad, le fuimos jodiendo todas las posibilidades una a una; era demasiado goloso decir que su madre tenía un bar de putas, no ya por fastidiarle, por hacerse el hombre de mundo delante de unas pavas que, supongo, no debían encontrar nada interesante que uno presumiese de amigo que su madre tenia un bar de putas. Dio Carlos por perdidas las niñas tontas de nuestro contexto social y empezó a buscar en otros ambientes...
Perdí de vista a Carlos una temporada. Me enganchó Amelia. Me atrajo, me sedujo, me hizo quedar para ir al cine. Tengo 13 años y por primera vez voy a quedar con una chica. Ahora mismo pienso lo ridículo que debe ser quedar con una chica y aparecer con ropa estrenada media hora antes, menos mal que no me quedó ninguna etiqueta colgando. Ella había decidido ir al cine, qué película ver y qué hacer después del cine. Más adelante decidió dejarme, siempre fue muy decidida. Yo sólo sabía decir que sí, que me parece bien, que debía ser la versión infantil del "si, cariño, lo que tú digas, cariño, como tú quieras, cariño". Protocolo, punto 1: coger la mano. Ese día en el cine follé por primera vez. Nos follamos las manos. Sé que me acabo de cepillar tres siglos de literatura romántica con la cogida de manita, pero aquello fue follarse las manos en toda regla. Fue un empezar tímido, lento, suave, un írsete el alma con el contacto, fue un seguir explorando, dedo a dedo, la palma, las arrugas de la palma, el dorso, acariciar suave el suave vello, las juntas de los dedos, las uñas, fue un entrelazar las manos, con fuerza, casi con rabia, fue un frotarlas el uno al otro, fue un respirar fuerte, agitado, fue un sentir el tacto de nuestras manos como una vibración que nos recorrió el cuerpo. Fue que llevé una erección de puta madre, que si no reventé la bragueta de los Levi's debió ser porque sería verdad aquello que llevaban dibujado en la etiqueta del culo (en la parte de la cintura), que tiraban dos caballos cada uno en dirección contraria, atados al pantalón, y este no se rompía. Tres siglos de literatura romántica a tomar por culo. A besarla no me atreví, no estrictamente por falta de valor, hubo algo más: llevaba un aparato corrector de dientes y el miedo al rechazo me dejaba seco. ¿Que qué película hacían? Y yo qué sé...
Colado. Me dejó colado. Desconozco si por ser la primera que me hizo sentir esas cosas, si por guapa, si por su carácter o sí por todo. Colado. Un par de meses después me dejó. No se portó bien, pero no voy a juzgar a una niña de 13 años: no me lo dijo, sencillamente me rehuía y yo, al no entender, seguía buscándola. Entonces puso cara de asco y dijo en voz bien alta, en público: "¡QUÉ PESADO!"
No tardaron en llegarme las correveidiles de sus amigas con el cuento: me había dejado porque no la besaba.
Primer hostiazo sentimental, me quiero morir, ¿me suicido o no tengo valor para ello?, nunca voy a amar a otra como a ella, etc. Pocos meses más tarde conocí a Cristina... 
Estuve unos años sin apenas ver a Carlos, estaba más interesado en follarme manos, en el punto 2, 3, 4... del protocolo... Si llegué a más puntos me lo callo, que esta es la historia de Carlos, no la mía, yo hago de comparsa para entender el contexto, la época. Un par de veces lo vi, andaba con chicas raras, marginales, agitanadas, chicas oscuras y silenciosas que cuando nos presentaban quedaban calladas, como recelosas. Las madres siempre tienen razón y Carlos no era uno de los nuestros. Ni aquella época le dejamos ser uno de los nuestros, aunque aún hoy no sepa quién coño serían "los nuestros".
Cuando no salía con alguna chica, que era la mayor parte del tiempo, aunque siempre estaba enamorado de alguna, iba en pandilla con los compañeros del colegio y había dejado, todos lo hicimos, a la pandilla del barrio abandonada.
Pero llegaron las drogas y Carlos renació. Su madre cerraba el bar tarde, de noche, a veces de madrugada. No estaban los bancos abiertos a esas horas así que se subía la recaudación a casa. Su madre era una manirrota que, lo más seguro, cogía el montón de billetes, lo echaba sin contarlos en un cajón y al día siguiente lo ingresaba. Encontró Carlos una fuente diaria de billetes. Las drogas valían dinero y Carlos manejaba mucho dinero. De repente, sin saber muy bien cómo, nos reencontramos los amigos del barrio. Todos volvimos a nuestro particular Innisfree dándonoslas de sabidos, de muy follados (yo aún virgen y sospecho que la mayoría) y de expertos en drogas. No financió Carlos la fiesta por hacerse de querer, por pagar la amistad; siempre fue desprendido. No nos guardaba rencor, aceptaba la vida como venía y él era un hijo de puta, un condenado a llevar vida de hijo de puta, sin acceso a maripavas maritontas normales, que ahora se reencontraba con sus amigos en una orgía perpetua de fines de semana de colocón y lunes de resacas imposibles de soportar si no tienes 17, 18 años...
Porros, anfetas, ácidos, mescalinas, "espit" (speed), setas, coca, éxtasis, todo bien regado de alcohol, caballo... ¡Alto! ¡Caballo no, joder! ¿Pero no habéis visto al hermano de este, o al otro, o a aquel de más allá... Caballo no, joder. De nuevo Carlos era uno de los nuestros y en el maremágnum de niñatas drogadas daba igual que fuera un hijo de puta que el hijo del Sha de Persia. Se atraen las drogas y la marginalidad y a veces nos veíamos metidos en el fondo de una casa de gitanos comprando material. Parecía que Carlos en ese mundo había encontrado su sitio: tenía a sus amigos de siempre y frecuentábamos sitios en los que él sabía moverse, manejaba dinero y, aunque había mucha pija drogándose, a las mujeres no les iba ni les venía el origen de Carlos, un tío tan simpático, tan "enrrollao" y tan desprendido, que tan bien sabía manejarse en el filo de la marginalidad.
Me salí de ese mundo. Hartazgo, ningún problema de salud. Hartazgo puro y duro. Me quedé ya para siempre con el alcohol sin más como droga festiva. Barato, buen efecto y sabiendo lo que te metes. Lo venden en los bares además, no hay que ir a las chabolas a comprarlo. Nos salimos casi todos. El balance final fue de tres pérdidas: Sergio y Félix yonquis, cuando lo del "¡Caballo no, joder!" se debieron pelar la clase. Ni sé dónde cascó Sergio, un día su cadáver andante desapareció de la escena tras haber tratado de robarnos, de engañarnos o de estafarnos a todos. Debió convertirse en un cadáver real. A Félix lo vi el otro día. Tiene aguante el tío. Un tipo de 1,80, el guapo de la pandilla, el que llevaba a todas locas, el moderno, el que tocaba instrumentos, el de la lengua ingeniosa, arrastrando sus escasos ¿50 kilos?, enfundado en un chándal lleno de mierda, comprando una cerveza, una litrona, en un supermercado. Con la voz de pito de yonqui, su compañera, mismo aspecto, parecen clones, le apremiaba: "Venga, tío, questas pavo, que tengo sed".
Lo de Carlos fue colateral...

Continua en la PARTE FINAL.      


16 comentarios:

  1. Que triste pasar de aquella inocencia infantil a la dura realidad, como en la tonteria, algunos quedan por el camino, una pena.
    Bueno, a esperar el final....

    ResponderEliminar
  2. Vale que yo me paso mucho, sobre todo con la última entrada, pero tú te estás yendo al extremo opuesto y nos estás racionando las palabras con cuentagotas. ¿Por qué no has llegado hasta el final de un tirón? Eres malo, y quieres tenernos pendientes del Reader todo el día.

    ResponderEliminar
  3. Es curioso cómo,aun siendo jóvenes,a medida que se crece las gamberradas empiezan a ser menos divertidas...y aunque de pequeños no vemos el peligro,como frase hecha,de mayores es fácil que el peligro nos vea y nos coja...
    No puedo evitar hacer una visión en paralelo y acordarme de a los que yo he perdido,a los que aún aguantan,como tu Félix...
    En fin...
    Achuchones

    ResponderEliminar
  4. Si las paredes del cine hablaran...
    En la fila de los mancos no te enterabas de la película, pero aprendías otras cosas.
    Y yo me acabo de enterar de los detalles del dibujo de la etiqueta de los Levi´s. Nunca me había fijado que entre los caballos había un pantalón, ja, ja.
    La Cristina esa..¡QUE BORDE!
    Bicos.

    ResponderEliminar
  5. Lo que más me sorprende es cómo pasas del humor (lo de las manos, los levis, cómo te follas la novela romántica... y no recordar la peli (eso sí es delito!!!)... Recuerdo la primera vez que fui al cine con la que es ahora mi compañera y le suelto: "Ah! Yo al cine vengo a ver la película, así que nada de besitos y cosas de esas (ja,ja)".
    Me pierdo... Pues eso...cómo pasas del humor a la parte trágica o dramática. Supongo que eso es la vida en realidad.
    Alucino un poco con las cosas que cuentas, más que nada porque mi vida ha sido mucho más modosita. Pero bueno...
    Me va a dar pena que termine.
    Un saludito.

    ResponderEliminar
  6. Cheli/India: habéis venido a decir lo mismo. Pues sí.. Sabíais que al final el chico muere, empezó ya estando muerto.

    Koti: ¡que no se escribe solo! LLevo lío con trabajo y cosas, cuando tengo un rato pego un arranque, pero los recuerdos me vienen al escribir y me lío...

    Blue: la borde era Amelia, pero te agradezco que me defiendas, jajaja. (LO de un follamanos yo creo que no será pecado...)

    ResponderEliminar
  7. David, que escribimos a la vez. Pues... es que era así, una de cal/risa, una de arena/drama, por eso paso así saltando.
    (Anda que lo de tu mujer y el cine, jajajajaja)

    Me voy a la cama que estoy reventado.
    bicobesos de mancos con follamanos.

    ResponderEliminar
  8. Amelia, por Diosssss...¡QUE BORDE!.
    El pecado es perder el tiempo viendo películas malas, porque seguro que eran malas.
    Ya sabía que David te iba a castigar, ja, ja.

    ResponderEliminar
  9. Eres la única persona del mundo mundial que conozco que se haya expresado con respecto al manido "hacer manitas", con mayor propiedad. No lo podría haber expresado mejor con mi vetusta experiencia, y estoy totalmente de acuerdo. Un fuerte abrazo mientras espero el final de Carlos, el hijoputa.

    ResponderEliminar
  10. Hola a todos, un marginado trata con marginales. Triste y solitario final...una pena. Las manos son más que cinco dedos, sin duda alguna.Un beso

    ResponderEliminar
  11. Poco te puedo decir. Me es tan próximo en muchos aspectos que algunas cosas son propias. Años duros, muy duros.

    saludos

    ResponderEliminar
  12. Oye, Descla, ¿es autobiográfico?.

    Me parece un relato cojonudo.

    Sigues en racha. Que dure.

    Saludos¡¡¡

    ResponderEliminar
  13. "me había dejado porque no la besaba".

    mola, tío.

    ResponderEliminar
  14. Descla en la primera parte me ha encantado esa descripción de tu perdida de virginidad manitas, jajaja es perfecta. Aysss ese maldito aparatillo de los dientes. En esos casos había que guardarlos en la funda.
    La segunda parte me resulta demasiado real y me trae recuerdos de amigos perdidos como tu amigo Carlos. Creo que es algo por lo que la mayoría hemos pasado.

    Venga, la última secuencia (si no te enroolas y te sale otra más, jajajaja)

    ResponderEliminar
  15. Gracias a todos.

    Pues si vieras lo que me moló a mí, Egoitz, jajajaja. Me moló tanto que me cagué en su puta madre.

    ResponderEliminar
  16. ¿Quieres creer que justo cuando iba a comentar anoche, me quedé sin conexión hasta ahora?
    Como ya has publicado la muerte, nos vemos en el entierro.
    Salud

    ResponderEliminar

Caminante que por aquí recalas: si me comentas en una entrada antigua es probable que no te conteste por no ver tu comentario. Pero no por ello te prives.