Habemus nueva musa.

Advertencia: que no lo lean los niños, que me pongo guarro en algún pasaje.

En mi infancia me convertí en un voraz lector. Por fortuna los sicológos estaban mal vistos y los sicopedagogos, Alá los confunda, creo que no existían. Dado que compaginaba mi voracidad lectora con mi formación como macho guerrero ejerciendo el noble arte de la caza con lagartijas, pájaros y mi breve experiencia como cazador de gatos, de haber existido estos siniestros personajes, estos sicopedagogos tarados que proyectan sobre los niños todas sus chaladuras, me habrían diagnosticado una hiperactividad o algo peor aún y me habrían drogado a pastillas cual Nicholson en el nido del cuco.

Pero todo eso no pasó, porque esos enfermos aún tardarían en estar encumbrados por un sistema que pretende la desintegración social, crear individuos temerosos, aislados, llenos de traumas, y pude seguir con mi sana formación leyendo vorazmente y tratando de verle las bragas a las niñas que jugaban a la goma.

Creo que fue Dumas el que me enseñó el morbo por las malvadas bellas. En calidad de proyecto de D'Artagnan que era yo en aquel entonces, la ñoña de Constance no me provocaba ningún morbo, pero a la hija de la gran puta de Milady de Winter me la hubiera follado hasta deshidratarme. (Metáfora: lo de follar no sabía qué era entonces - hoy tampoco es que lo domine del todo- , pero ustedes ya me entienden). Otra teoría podría ser que me apeteciese infinitamente más una mamada de la malvada y bella madrastra de Blancanieves, que de la cursi susodicha. Además, según reveló mi subconsciente, a mí lo que me ponían eran los enanitos, aunque mi memoria haya borrado tan deshonroso pasaje.

No, descartada la pánfila de Blancanieves, queda más culto y más honroso decir que fue Dumas el que me enseñó la atracción abismal por las malvadas bellas.

Uno no elige de quién se enamora. Y si lo hace, no está enamorado. En este estúpido e irremisible orden de cosas me enamoré de la descerebrada Bibiana. Descerebrada, inútil y mala hasta decir basta. Pero ¿de verdad alguien cree que yo pude elegir enamorarme de semejante engendro? Uno no elige de quién se enamora, aunque si fuese honrado, que no lo soy, distinguiría entre enamoramiento y encoñamiento.  Vamos, que me follaba a la inútil hasta deshidratarme, ustedes ya me entienden.

Por fortuna para el bienestar del país, y aunque nos salió bastante caro a los españolitos pagarle el puesto en la ONU a la inútil, la Bibi salió de mi vida.

Y tan tranquilo estaba yo, diciéndome a mí mismo como esas mujeres enamoradas del amor, que cuando acaban una tormentosa relación se dicen que:  "no me volveré a enamorar, no quiero sufrir de nuevo", cuando la vi:

¿Cómo puedo ser tan desgraciado? Y encima, esta fachorra y con una pinta de ambiciosa, marimandona y trepa que tumba de espaldas. Malvada y para mi gusto bella, morbosa a saco, encaja en lo que Dumas me enseñó. Me follaba a esta Milady de Winter hasta deshidratarme. Me voy a poner hasta un poco guarro: a cada embestida de mi polla en su coño le iba a ir una dedicatoria: "esta por lo obreros, esta por las ayudas a la Iglesia, esta por vuestros amiguitos los banqueros", y en ese plan cochinote. No sigo que me estoy poniendo cachondísimo pensándolo.

Habemus nueva musa, hermanos.

Quería hacerle un poema, algo así en plan: "Me la pones sin igual/te follaría tal cual/Cospedal", y ni me sale, esto es más grave de lo que pensé, he perdido hasta la capacidad de versar en el acto.

Apiádense de mí, estoy muy enfem-mo.

Te amo, fachorra mía.