domingo, 20 de febrero de 2011

"Memoria histórica" de la que no gusta a casi nadie.


Bueno, a mí esta "memoria histórica" sí me gusta. Entrecomillo lo de "memoria histórica" porque el mismo concepto es una soplapollez como un piano de gorda; algo muy orwelliano en sí, algo como discriminaciones positivas y esos conceptos que una palabra contradice a la anterior y nos quieren meter con calzador como una clara forma de doblepensar relativista, para que nunca sepas qué suelo pisas y tanto valga 8 que 80,  y me llevo 2 si así lo demanda el pogreso y el futuro. La memoria es selectiva, interesada, distorsionadora... humana al cabo. La Historia es otra cosa, debe ser otra cosa, bastante alejada de la tramposa y subjetiva memoria de alguien que "crea recordar" o "políticamente nos interesa recordar", la Historia debe ser objetiva, documentada y lo menos tendenciosa posible. Y eso no interesa a casi nadie porque casi todos tienen mucho que callar. 
Traigo un texto menor de Orwell, corto y asequible para leer en un rato, más corto e igualmente sincero que su "Homenaje a Cataluña".
Orwell hoy es un icono social, pero recordemos que en su época fue repudiado por toda la "intelectualidad" europea, intelectualidad que, mayormente, sólo había visto una trinchera en fotos, intelectualidad que no tuvo que salir por piernas de España perseguido por los de su bando; los estalinistas. "Fuego amigo", que se dice. Intelectualidad que hasta hace 3 días, aún estaban loando las maravillas de esas ciudades balneario de juegos de invierno llamadas gulags. Intelectualidad de chichi y nabo, de sopa boba, de ver si follo haciéndome el progre ya que soy más feo que una mierda, intelectualidad que sirve a sus amos, rara vez a la verdad.
Memoria histórica al fin y al cabo; habla de lo que recuerda, pero me parece que recuerda mejor que muchos otros.
La foto es de Centelles y el texto copiado de internet. Si hay problemas lo borro.
Entrada de la serie "Titanes del copiapega".


 RECUERDOS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA.
I.
En primer lugar los recuerdos físicos, los ruidos, los olores, la superficie de los objetos. Es curioso, pero lo que recuerdo más vivamente de la guerra es la semana de supuesta instrucción que recibimos antes de que se nos enviara al frente: el enorme cuartel de caballería de Barcelona, con sus cuadras llenas de corrientes de aire y sus patios adoquinados; el frío glacial de la bomba de agua donde nos lavábamos; la asquerosa comida que tragágamos gracias al vino abundante; las milicianas con pantalones que partían leña y la lista que pasaban al amanecer, en la que mi prosaico nombre inglés era una especie de interludio cómico entre los sonoros nombres españoles: Manuel González, Pedro Aguilar, Ramón Fenellosa, Roque Ballester, Jaime Doménech, Sebastián Viltrón y Ramón Nuvo Bosch, cuyos nombres cito en particular porque recuerdo sus caras. Exceptuando a dos que eran escoria y que sin duda serán ahora buenos falangistas, es probable que todos estén muertos. El más viejo tendría unos veinticinco años; el más joven, dieciséis.
Una experiencia esencial en la guerra es la imposibilidad de librarse en ningún momento de los malos olores de origen humano. Hablar de las letrinas es un lugar común de la literatura bélica, y yo no las mencionaría si no fuera porque las de nuestro cuartel contribuyeron a desinflar el globo de mis fantasías sobre la guerra civil española. La letrina ibérica en la que hay que acuclillarse ya es suficientemente mala en el mejor de los casos, pero las del cuartel estaban hechas con una piedra pulimentada tan resbaladiza que costaba lo suyo no caerse. Además, siempre estaban obstruidas.
En la actualidad recuerdo muchísimos otros pormenores repugnantes, pero creo que fueron aquellas letrinas las que me hicieron pensar por primera vez en una idea sobre la que volvería a menudo: «somos soldados de un ejército revolucionario que va a defender la democracia del fascismo, a librar una guerra por algo concreto, y sin embargo, los detalles de nuestra vida son tan sórdidos y degradantes como podrían serlo en una cárcel, y no digamos en un ejército burgués». Ulteriores experiencias confirmaron esta impresión; por ejemplo, el aburrimiento, el hambre canina de la vida en las trincheras, las vergonzosas intrigas por hacerse con las sobras del rancho, las mezquinas y fastidiosas peleas en las que se enzarzaban hombres muertos de sueño.
El carácter de la guerra en la que se combate afecta muy poco al horror esencial de la vida militar (todo el que haya sido soldado sabrá qué entiendo por el horror esencial de la vida militar). Por ejemplo, la disciplina es idéntica, en última instancia, en todos los ejércitos. Las órdenes se tienen que obedecer y cumplir con castigos si es preciso, y las relaciones entre mandos y tropa han de ser relaciones entre superiores e inferiores. La imagen de la guerra que se presenta en libros como //Sin novedad en el frente// es auténtica en lo fundamental. Las balas duelen, los cadáveres apestan, los hombres expuestos al fuego enemigo suelen estar tan asustados que se mojan los pantalones. Es cierto que el fondo social del que brota un ejército influye en su adiestramiento, en su táctica y en su eficacia general, y también que la conciencia de estar en el bando justo puede elevar la moral, aunque este factor repercute más en la población civil que en los combatientes (la gente olvida que un soldado destacado en el frente o en los alrededores suele estar demasiado hambriento, o asustado, o helado, o -por encima de todo- demasiado cansado para preocuparse por las causas políticas de la guerra). Pero las leyes de la naturaleza son tan implacables para los ejércitos «rojos» como para los «blancos». Un piojo es un piojo y una bomba es una bomba, por muy justa que sea la causa por la que se combate.
¿Por qué vale la pena señalar cosas tan evidentes? Porque la intelectualidad británica y estadounidense no reparaba en ellas entonces, como tampoco lo hace en la actualidad. Nuestra memoria flaquea en los tiempos que corren, pero retrocedamos un poco, excavemos en los archivos del //New Masse// o del //Daily Worker// y echemos un vistazo a la romántica basura belicista que nuestros izquierdistas nos lanzaban antaño. ¡Cuánto tópico! ¡Cuánta insensibilidad y falta de imaginación! ¡Con qué indiferencia afrontó Londres el bombardeo de Madrid!
No me estoy refiriendo a los contrapropagandistas de derecha, los Lunn, Garvin y otras hierbas, que aquí se dan por descontado. Me refiero a las mismísimas personas que durante veinte años habían abucheado y criticado la «gloria» de la guerra, los relatos de atrocidades, el patriotismo, incluso el valor físico, con unos argumentos que habrían podido publicarse en el //Daily Mail// en 1918 cambiando unos cuantos nombres. Si con algo estaba comprometida la intelectualidad británica era con la versión desacreditadora de la guerra, con la teoría de que una contienda se reduce a cadáveres y letrinas y de que nunca conduce a nada bueno. Pues bien, las mismas personas que en 1933 sonreían con desdén cuando se les decía que en determinadas circunstancias había que luchar por la patria, en 1937 lo acusaban públicamente a uno de //trotskifascista// si insinuaba que las anécdotas que publicaba el //New Masse// sobre los recién heridos que pedían a gritos volver al combate quizás fueran exageradas. Y la intelectualidad izquierdista pasó de decir «la guerra es horrible» a decir «la guerra es gloriosa», no sólo sin el menor sentido de la coherencia, sino casi sin transición. Casi todos sus miembros darían después otros golpes de timón igual de bruscos. Porque tuvieron que ser muchos, algo así como el cogollo de la intelectualidad, los que aprobaron la declaración «Por el rey y la patria» de 1935, pidieron a gritos una «política firme» frente a Alemania en 1937, apoyaron a la Convención del Pueblo en 1940 y hoy exigen un «segundo frente».
En las masas, los extraordinarios cambios de opinión que hay en la actualidad, las emociones que se pueden abrir y cerrar como un grifo, son un efecto de la hipnosis que producen la prensa y la radio. En los intelectuales, yo diría que son efecto del dinero y de la seguridad personal pura y simple. En un momento dado pueden ser belicistas o pacifistas, pero en ninguno de los dos casos tienen una idea realista de lo que es la guerra. Cuando se entusiasmaron con la guerra civil española sabían, como es lógico, que había gente que mataba a otra gente y que morir así es desagradable, pero pensaban que la experiencia de la guerra no era en cierto modo humillante para un soldado del ejército republicano español. Las letrinas olían mejor, la disciplina era menos irritante. No hay más que echar un vistazo al //New Statesman// para comprobar que se lo creían: idénticas paparruchas se escriben sobre el Ejército Rojo en la actualidad.

II.
Nos hemos vuelto demasiado civilizados para ver lo evidente. Porque la verdad es muy sencilla: para sobrevivir, a menudo hay que luchar; y para luchar, hay que mancharse las manos. La guerra es mala y es, con frecuencia, el mal menor. Los que tomen la espada, perecerán por la espada; y los que no la tomen, perecerán de enfermedades malolientes. El hecho de que valga la pena recordar aquí este lugar común revela lo que han producido en nosotros estos años de capitalismo de rentistas.

En relación con lo que acabo de decir, una breve nota sobre atrocidades:

Tengo poco conocimiento directo de las atrocidades que se cometieron en la guerra civil española. Sé que los republicanos fueron responsables de algunas y que los fascistas lo fueron de muchas más (y todavía siguen en ello). Pero lo que me llamó mucho la atención por aquellas fechas, y sigue llamándomela desde entonces, es que los individuos se creen las atrocidades o no se las creen basándose única y exclusivamente en sus inclinaciones políticas. Todos se creen las atrocidades del enemigo y no dan crédito a las que se cuentan del bando propio, sin molestarse en analizar las pruebas.

Hace poco, elaboré una lista de atrocidades cometidas entre 1918 y el presente (1); no pasó un año sin que se cometieran en alguna parte y no había prácticamente ningún caso en el que la derecha y la izquierda creyeran las mismas historias al mismo tiempo. Y, lo que es más curioso aún, en cualquier momento se puede revertir la situación de manera radical y hacer posible que la atrocidad totalmente demostrada de ayer mismo se convierta en una mentira absurda, sólo porque haya cambiado el panorama político.

En la guerra actual, estamos en la curiosa situación de que emprendimos nuestra campaña contra las atrocidades mucho antes de que se iniciase el conflicto, y la emprendió sobre todo la izquierda, la gente que acostumbra a enorgullecerse de su incredulidad. En el mismo periodo, la derecha, divulgadora de las atrocidades en 1914-1918, observaba la Alemania nazi y se negaba de plano a ver ningún peligro en ella. Pero cuando la guerra estalló, fueron los pronazis de ayer los que se pusieron a repetir cuentos de miedo, mientras que los antinazis se quedaban de pronto dudando de si la Gestapo existía en realidad. No fue sólo por el pacto germano-soviético. Por un lado, fue porque antes de la guerra la izquierda había confiado erróneamente en que Gran Bretaña y Alemania no llegarían a enfrentarse; por tanto, podía ser antialemana y antibritánica al mismo tiempo. Y por el otro, fue porque la propaganda bélica oficial, con su hipocresía y fariseísmo nauseabundos, siempre consigue que la gente sensata simpatice con el enemigo.

Parte del precio que pagamos por las mentiras sistemáticas de 1914-1918 fue la exagerada reacción germanófila que siguió. Entre 1918 y 1933, a uno lo abucheaban en los círculos izquierdistas si insinuaba que Alemania había tenido siquiera una mínima responsabilidad en el estallido del conflicto. En todas las condenas de Versalles que oí durante aquellos años no recuerdo que nadie preguntara qué habría pasado si Alemania hubiera vencido, y menos aún, que se comentara la posibilidad. Lo mismo cabe decir de las atrocidades. Es sabido que la verdad se vuelve mentira cuando la formula el enemigo. Últimamente he comprobado que las mismas personas que se tragaron todos los cuentos de miedo sobre los japoneses en Nanking, en 1937, se han negado a creer los mismos cuentos en relación con Hong Kong en 1942. Incluso se notaba cierta tendencia a creer que las atrocidades de Nanking se habían vuelto retrospectivamente falsas -por así decirlo- porque el gobierno británico llamaba ahora la atención sobre ellas.

Pero, por desgracia, la verdad sobre las atrocidades es mucho peor que las mentiras que se inventan al respecto y con las que se hace la propaganda. La verdad es que se producen. Lo único que consigue el argumento que se aduce a menudo como motivación para el escepticismo -que en todas las guerras se divulgan las mismas historias- es aumentar las probabilidades de que las historias sean ciertas. Sin duda se trata de fantasías muy extendidas y la guerra proporciona una oportunidad para ponerlas en práctica. Además, aunque ya no esté de moda decirlo, no se puede negar que los que en términos generales llamamos «blancos» cometen muchas más y peores atrocidades que los «rojos».

El comportamiento de los japoneses en China, por ejemplo, constituye una prueba. Tampoco caben muchas dudas sobre la larga lista de barbaridades que han cometido los fascistas en Europa en los últimos diez años. Hay una cantidad enorme de testimonios y una parte respetable de los mismos procede de la prensa y la radio alemanas. Estos hechos ocurrieron realmente, y esto es lo que no hay que perder de vista. Ocurrieron incluso a pesar de que lord Halifax dijera que ocurrían. Violaciones y matanzas en ciudades chinas, torturas en sótanos de la Gestapo, ancianos profesores judíos arrojados a pozos negros, ametrallamiento de refugiados en las carreteras españolas. Todas esas cosas sucedieron y no sucedieron menos porque el //Daily Telegraph// las descubra de pronto con cinco años de retraso.

III.
Dos recuerdos, uno que no demuestra nada en concreto y otro que creo que permite entrever el clima reinante en un periodo revolucionario. Cierta madrugada, uno de mis compañeros y yo habíamos salido a disparar contra los fascistas en las trincheras de las afueras de Huesca. Entre su línea y le nuestra había trescientos metros, una distancia a la que era difícil acertar con nuestros anticuados fusiles; pero si se acercaba uno arrastrándose a un punto situado a unos cien metros de la trinchera fascista, a lo mejor, con un poco de suerte, le daba a alguien por una grieta que había en el parapeto.

Por desgracia, el terreno que nos separaba de allí era un campo de remolachas llano y sin más protección que unas cuantas zanjas, y había que salir cuando todavía estaba oscuro y volver justo después del alba, antes de que hubiera buena luz. Aquella vez no vimos a ningún fascista; nos quedamos demasiado tiempo y nos sorprendió el amanecer. Estábamos en una zanja, pero detrás de nosotros había doscientos metros de terreno llano donde difícilmente se habría podido esconder un conejo. Todavía andábamos infundiéndonos ánimos para echar una carrera cuando oímos mucho alboroto y silbatos en la trinchera fascista: se acercaban aviones nuestros. De pronto, un hombre, al parecer con un mensaje para un oficial, salió de un salto de la trinchera y corrió por encima del parapeto, a plena luz. Iba vestido a medias y mientras corría se sujetaba los pantalones con ambas manos. Contuve el impulso de dispararle. Es cierto que soy mal tirador y que es muy difícil dar a un hombre que corre a cien metros de distancia, y además yo estaba pensando sobre todo en volver a nuestra trinchera aprovechando que los fascistas estaban pendientes de los aviones. Sin embargo, si no le disparé fue por el detalle de los pantalones. Yo había ido allí a pegar tiros contra los «fascistas», pero un hombre al que se le caen los pantalones no es un «fascista»; es, a todas luces, otro animal humano, un semejante, y se le quitan a uno las ganas de dispararle.

¿Qué demuestra este episodio? Poca cosa, porque estos incidentes se producen continuamente en todas las guerras. El que viene ahora es distinto. Supongo que contándolo no conmoveré a los lectores, pero pido que se me crea si digo que me conmovió a mí, ya que fue un incidente característico del clima moral de un periodo concreto.

Un recluta que se incorporó a nuestra unidad mientras estábamos en el cuartel era un joven de los suburbios de Barcelona, de aspecto salvaje. Iba descalzo y vestido con andrajos. Era muy moreno -sangre árabe, me atrevería a decir- hacía gestos que no suelen hacer los europeos; uno en concreto (el brazo estirado, la palma vertical) era típico de los hindúes. Un día me robaron de la litera un haz de puros de los que todavía se podían comprar muy baratos. Con no poca imprudencia, di parte al oficial y uno de los granujas a los que ya me he referido se apresuró a adelantarse y dijo que a él le habían robado veinticinco pesetas, cosa completamente falsa. Por la razón que fuera, el oficial llegó a la conclusión de que el ladrón había sido el joven de tez morena. El robo era un delito grave en las milicias y en teoría se podía fusilar a un ladrón.

El pobre muchacho se dejó conducir al cuerpo de guardia para ser registrado. Lo que más me llamó la atención fue que apenas se quejó. En el fatalismo de su actitud se percibía la terrible pobreza en que se había criado. El oficial le ordenó que se desnudara. Con una humildad que me resultó insoportable, se quitó la ropa, que fue registrada. En ella no estaban ni los puros ni el dinero; la verdad es que el muchacho no los había robado. Lo más doloroso fue que parecía igual de avergonzado incluso después de haberse demostrado su inocencia. Aquella noche lo invité al cine y le di brandy y chocolate, pero la operación no fue menos horrible; me refiero a pretender borrar una ofensa con dinero. Durante unos minutos yo había creído a medias que era un ladrón y esa mancha no se podía borrar.

Pues bien, unas semanas después, estando en el frente, tuve un altercado con un hombre de mi sección. Yo era cabo por entonces y tenía doce hombres a mi mando. Estábamos en un periodo de inactividad, hacía un frío espantoso, y mi principal cometido era que los centinelas estuvieran despiertos y en sus puestos. Cierto día, un hombre se negó a ir a determinado puesto, que según él estaba demasiado expuesto al fuego enemigo, cosa que era cierta. Era un individuo débil, así que lo cogí del brazo y tiré de él. El gesto despertó la indignación de los demás, porque me da la sensación de que los españoles toleran menos que nosotros que les pongan las manos encima. Al instante me vi rodeado de hombres que me gritaban: «¡Fascista! ¡Fascista! ¡Déjalo en paz! Esto no es un ejército burgués. ¡Fascista!», etcétera. En mi mal español, les expliqué lo mejor que pude que las órdenes estaban para cumpirlas. La polémica se convirtió en una de esas discusiones tremendas mediante las que se negocia poco a poco la disciplina en los ejércitos revolucionarios. Unos decían que yo tenía razón; otros, que no. La cuestión es que el que se puso de mi parte de forma más incondicional fue el joven de tez morena. En cuanto vio lo que pasaba, se plantó en medio del corro y se puso a defenderme con vehemencia. Haciendo aquel extraño e intempestivo gesto hindú, repetía sin parar: «¡No hay un cabo como él!». Más tarde solicitó un permiso para pasarse a mi sección.

¿Por qué me resulta conmovedor ese incidente? Porque en circunstancias normales habría sido imposible que se restablecieran las buenas relaciones entre nosotros (2). Con mi afán por reparar la ofensa no sólo no habría mitigado la acusación tácita de ladrón, sino que a buen seguro la habría agravado. Un efecto de la vida civilizada y segura es el desarrollo de una hipersensibilidad que acababa considerando repugnantes todas las emociones primarias. La generosidad es tan ofensiva como la tacañería; la gratitud, tan odiosa como la ingratitud. Pero quien estaba en la España de 1936 no vivía en una época normal, sino en una época en la que los sentimientos y detalles generosos surgían con mayor espontaneidad.

Podría contar una docena de episodios parecidos, en apariencia insignificantes pero vinculados en mi recuerdo con el clima especial de la época, con la ropa raída y los carteles revolucionarios de colores alegres, con el empleo general de la palabra «camarada», con las canciones antifascistas impresas en un papel pésimo, que se vendían por un penique, con expresiones como «solidaridad proletaria internacional», repetidas conmovedoramente por analfabetos que creían que significaba algo.

¿Sentiríamos simpatía por otro y nos pondríamos de su parte en una pelea después de haber sido ignominiosamente registrados en su presencia, en busca de objetos que se sospechaba que le habíamos robado? No, desde luego que no; sin embargo, podríamos sentir y obrar de este modo si los dos hubiéramos pasado una experiencia emocionalmente enriquecedora. Es una de las consecuencias de la revolución, aunque en este caso sólo había un barrunto de revolución y estaba a todas luces condenado, de antemano, al fracaso.

(2) El autor es británico.

IV.
La lucha por el poder entre los partidos políticos de la España republicana es un episodio desdichado y lejano que no tengo ningún deseo de revivir en estos momentos. Lo menciono sólo para decir a continuación: no creáis nada, o casi nada, de lo que leáis sobre los asuntos internos en el bando republicano. Sea cual fuera el origen de la información, todo es propaganda de partido, es decir, mentira. La verdad desnuda sobre la guerra es muy simple. La burguesía española vio la ocasión de aplastar la revolución obrera y la aprovechó, con ayuda de los nazis y de las fuerzas reaccionarias de todo el mundo. Aparte de eso, es dudoso que pueda demostrarse nada.

Recuerdo que en cierta ocasión le dije a Arthur Koetsler: «La historia se detuvo en 1936». Él lo comprendió de inmediato y asintió con la cabeza. Los dos pensábamos en el totalitarismo en general, pero más concretamente en la guerra civil española. Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. Vi informar sobre grandiosas batallas cuando apenas se había producido una refriega, y silencio absoluto cuando habían caído cientos de hombres. Vi que se calificaba de cobardes y traidores a soldados que habían combatido con valentía, mientras que a otros que no habían visto disparar un fusil en su vida se los tenía por héroes de victorias inexistentes; y en Londres, vi periódicos que repetían estas mentiras e intelectuales entusiastas que articulaban superestructuras sentimentales sobre acontecimientos que jamás habían tenido lugar.

En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». Sin embargo, y por horrible que fuera, hasta cierto punto no importaba demasiado. Afectaba a asuntos secundarios, a saber: a la lucha por el poder entre la III Internacional y los partidos izquierdistas españoles, y a los esfuerzos del gobierno ruso por impedir la revolución en España. Pero la imagen general de la guerra que daba el gobierno de la República al mundo no era falsa. Los asuntos principales eran y como los explicaban sus portavoces. En cambio, los fascistas y sus partidarios no podían ni por asomo ser tan veraces. ¿Cómo iban a confesar sus verdaderos objetivos? Su versión de la guerra era pura fantasía, y en aquellas circunstancias no habría podido ser otra cosa.

El único recurso propagandístico que tenían los nazis y fascistas era presentarse como patriotas cristianos que querían salvar a España de la dictadura rusa. Para ello, había que fingir que en la vida en la España republicana era una incesante escabechina (véanse el //Catholic Herald// o el //Daily Mail//, que no obstante, resultaban un juego de niños en comparación con la prensa fascista de la Europa continental) y había que exagerar la magnitud de la intervención rusa.

Fijémonos en un solo detalle de la ingente montaña de mentiras que acumuló la prensa católica y reaccionaria del mundo entero: la supuesta presencia de un ejército ruso en España. Todos los fervientes partidarios de Franco estaban convencidos de ello, y calculaban que podía constar de medio millón de soldados. Ahora bien, no hubo ningún ejército ruso en España. Puede que hubiera algunos pilotos y técnicos, unos centenares a lo sumo, pero de ningún modo un ejército. Varios millares de combatientes extranjeros, por no hablar de millones de españoles, fueron testigos de lo que digo; sin embargo, sus declaraciones no hicieron mella alguna en los partidarios de Franco, que por otro lado no estaban en la España republicana. Al mismo tiempo, estos últimos se negaban categóricamente a admitir la intervención alemana e italiana mientras la prensa alemana e italiana proclamaba a los cuatro vientos las hazañas de sus «legionarios». He preferido hablar sólo de un detalle, pero la verdad es que toda la propaganda fascista sobre la contienda era de ese nivel.

Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia. ¿Cómo se escribirá la historia de la guerra civil española? Si Franco se mantiene en el poder, los libros de historia los escribirán sus prebendados y -por ceñirme al detalle de antes- el ejército ruso que nunca existió se convertirá en hecho histórico que estudiarán los escolares de las generaciones venideras. Pero supongamos que dentro de poco cae el fascismo y se restablece en España un gobierno más o menos democrático; incluso así, ¿cómo se escribirá la historia? ¿qué archivos habrá dejado Franco intactos? Y aún suponiendo que se pudieran recuperar los archivos relacionados con el bando republicano, ¿cómo se podrá escribir una historia fidedigna de la guerra? Porque, como ya he señalado, en el bando republicano también hubo mentiras a espuertas. Desde el punto de vista antifascista se podría escribir una historia de la guerra que sería fiel a la verdad en términos generales, pero sería una historia partidista que no merecería ninguna confianza en lo que se refiere a los detalles de poca monta. Sin embargo, es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad.

Sé que está de moda decir que casi toda la historia escrita es una sarta de mentiras. Estoy dispuesto a creer que la mayor parte de la historia es tendenciosa y poco sólida, pero lo que es característico de nuestro tiempo es la renuncia a la idea de que la historia se podría escribir con veracidad. En el pasado se mentía a sabiendas, o se maquillaba de forma inconsciente lo que se escribía, o se buscaba denodadamente la verdad, sabiendo muy bien que los errores eran inevitables; pero en cualquier caso se creía que «los hechos» habían existido y que eran más o menos susceptibles de descubrirse. Y en la práctica, había siempre un consideraba caudal de datos que casi todos admitían. Si consultamos la historia de la última guerra [la I Guerra Mundial], por ejemplo, en la //Enciclopedia Británica//, veremos que una parte considerable del material procede de fuentes alemanas. Un historiador británico y otro alemán podrían disentir en muchas cosas, incluso en las fundamentales, pero sigue habiendo un acervo de datos neutrales, por llamarlos de algún modo, que ninguno de los dos se atrevería a poner en duda. Es esta convención de base, que presupone que todos los seres humanos pertenecemos a una misma especie, lo que destruye el totalitarismo. La teoría nazi niega en concreto que exista nada llamado «la verdad». Tampoco, por ejemplo, existe «la ciencia»: lo único que hay es «ciencia alemana», «ciencia judía», etcétera. El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas, y después de las experiencias de los últimos años no es una conjetura hecha a tontas y a locas.

Pero, ¿es infantil o quizás morboso asustarse con imágenes de un futuro totalitario? Antes de descartar el mundo totalitario como pesadilla que no puede hacerse realidad, recordemos que en 1925 el mundo actual habría parecido una pesadilla que no podía hacerse realidad. Contra ese mundo cambiante y fantasmagórico, un mundo en el que lo negro puede ser blanco mañana, en el que las condiciones climatológicas de ayer se pueden cambiar por decreto, sólo hay dos garantías: Una es que, por mucho que neguemos la verdad, la verdad sigue existiendo, por así decirlo, sin nuestro consentimiento, y en consecuencia no podemos tergiversarla de manera que lesione la eficacia militar. La otra es que mientras quede parte de la tierra sin conquistar, la tradición liberal seguirá viva.

Si el fascismo, o tal vez una combinación de fascismos, se adueña del mundo entero, las dos garantías dejarán de existir. En Inglaterra infravaloramos esos peligros porque, provistos de una fe sentimental por nuestras tradiciones y nuestra seguridad pasada, creemos que al final todo se arregla y nunca pasa lo que más tememos. Educados durante cientos de años por una literadura en la que la Justicia triunfa invariablemente en el último capítulo, creemos casi por instinto que el mal siempre se despeña solo a la larga. El pacifismo, por ejemplo, se basa en buena medida en esa convicción: no te opongas al mal, pues ya se destruirá él solo. Pero, ¿por qué ha de destruirse? ¿Y qué pruebas hay de que lo hace? ¿Cuántos casos hay de modernos estados industrializados que se hayan hundido sin que los haya conquistado un ejército extranjero?

Pensemos por ejemplo en la reimplantación de la esclavitud. ¿Quién habría imaginado hace veinte años que volvería a haber esclavitud en Europa? Pues bien, la esclavitud ha reaparecido ante nuestras propias narices. Los polacos, rusos, judíos y presos políticos de todas las nacionalidades que construyen carreteras o desecan pantanos a cambio de una ración mínima de comida en los campos de trabajo que pueblan toda Europa y el norte de África son simples siervos de la gleba. Lo más que se puede decir es que todavía no está permitido que un individuo compre y venda esclavos; por lo demás -la separación forzosa de las familias, pongamos por caso-, las condiciones son probablemente peores que en las antiguas plantaciones de algodón de Estados Unidos. No hay razón para creer que esta situación vaya a cambiar mientras dure el dominio totalitario. No comprendemos todas sus consecuencias porque, con nuestra misma actitud, creemos que un régimen basado en la esclavitud por fuerza ha de venirse abajo. Sin embargo, vale la pena comparar la duración de los imperios esclavistas de la antigüedad con la de cualquier Estado moderno. Las civilizaciones basadas en la esclavitud han durado, en total, alrededor de cuatro mil años.

Cuando pienso en la antigüedad, el detalle que me asusta es que aquellos centenares de millones de esclavos en cuyas espaldas se apoyaba la civilización, generación tras generación, no han dejado ningún testimonio de su existencia. Ni siquiera conocemos sus nombres. ¿Cuántos nombres de esclavos conocemos en toda la historia de Grecia y Roma? Se me ocurren dos, quizá tres. Uno es Espartaco; el otro, Epicteto. Y en la sala romana del Museo Británico hay un vaso de cristal con el nombre de un artífice grabado en el fondo, «Félix fecit». Tengo una vívida imagen mental del pobre Félix (un galo pelirrojo con un collar metálico en el cuello), pero cabe la posibilidad de que no fuera esclavo, así que sólo conozco con seguridad el nombre de dos esclavos y creo que pocas personas conocerán más. El resto duerme en el más profundo silencio.

V.
La columna vertebral de la resistencia antifranquista fue la clase obrera española, sobre todo los trabajadores urbanos afiliados a los sindicatos. A largo plazo -y es importante recordar que sólo a largo plazo-, la clase obrera sigue siendo el enemigo más encarnizado del fascismo, por la sencilla razón de que es la que más ganaría con una reorganización decente de la sociedad. A diferencias de otras clases o estamentos, no se la puede sobornar eternamente.

Decir esto no es idealizar la clase obrera. En la larga lucha que siguió a la Revolución Rusa, los derrotados han sido los trabajadores manuales y es imposible no creer que la culpa fue de ellos. Los obreros organizados han sido aplastados una y otra vez, en un país tras otro, con métodos violentos manifiestamente ilegales, y sus compañeros extranjeros, con los que estaban unidos por un sentimiento de teórica solidaridad, se han limitado a mirar, sin mover un dedo. ¿Quién puede creer ya en el proletariado internacional con conciencia de clase después de los sucesos de los diez últimos años? Las matanzas de trabajadores en Viena, Berlín, Madrid o donde fuera, parecían tener menor interés e importancia para sus camaradas británicos que el partido de fútbol del día anterior.

Con todo, eso no altera el hecho de que la clase obrera seguirá luchando contra el fascismo aunque los demás cedan. Un rasgo sorprendente de la conquista nazi de Francia ha sido la cantidad de defecciones que ha habido entre los intelectuales, incluso entre la intelectualidad política de izquierdas. Los intelectuales son los que más gritan contra el fascismo, pero un respetable porcentaje se hunde en el derrotismo cuando llega el momento. Saben ver de lejos las probabilidades que tienen en contra, y además, se los puede sobornar, pues es evidente que los nazis piensan que vale la pena sobornar a los intelectuales. Con los trabajadores sucede al revés: demasiado ignorantes para ver las trampas que les tienden, creen con facilidad en las promesas del fascismo, pero tarde o temprano siempre reanudan la lucha; y así debe ser, porque siempre descubren en sus propias carnes que las promesas del fascismo no se pueden cumplir. Para amordazar de una vez por todas a la clase trabajadora, los fascistas tendrían que subir el nivel de vida general, cosa que ni pueden ni probablemente quieren hacer.

La lucha de la clase obrera es como una planta que crece. La planta es ciega y sin seso, pero sabe lo suficiente para estirarse sin parar y ascender hacia la luz, y no cejará por muchos obstáculos que encuentre. ¿Cuál es el objetivo por el que luchan los trabajadores? Esa vida digna que, de manera creciente, saben que ya es técnicamente posible. La conciencia de este objetivo tiene flujos y reflujos. En España, durante un tiempo, las masas obraron conscientemente, avanzaron hacia una meta que querían alcanzar y que creían que podían alcanzar. Esto explica el curioso optimismo que impregnó la vida en la España republicana durante los primeros meses de la contienda. La gente sencilla sentía en sus propias entrañas que la República estaba con ellos y que Franco era el enemigo; sabía que la razón estaba de su lado, porque luchaba por algo que el mundo le debía y estaba en condiciones de darle.

Hay que recordar esto si se quiere enfocar con objetividad la guerra civil española. Cuando se piensa en la crueldad, miseria e inutilidad de la guerra -y en este caso concreto, en las intrigas, las persecuciones, las mentiras y los malentendidos- siempre es una tentación decir: «Los dos bandos son igual de malos; me declaro neutral». En la práctica, sin embargo, no se puede ser neutral, y difícilmente se encontrará una guerra en la que carezca de importancia quién resulte vencedor, pues un bando casi siempre tiende a apostar por el progreso, mientras que el otro es más o menos reaccionario. El odio que la República española suscitó en los millonarios, los duques, los cardenales, los señoritos, los espadones y demás bastaría por sí solo para saber lo que se cocía. En esencia fue una guerra de clases. Si se hubiera ganado, se habría fortalecido la causa de la gente corriente del mundo entero; pero se perdió y los inversores de todo el mundo se frotaron las manos. Esto fue lo que sucedió en el fondo. Lo demás no fue más que espuma de superficie.

VI.
El resultado de la guerra civil española se determinó en Londres, en París, en Roma, en Berlín, pero no en España. Después del verano de 1937, los que veían las cosas tal y como eran se dieron cuenta de que el gobierno no podría ganar la guerra si no se producía un cambio radical en el escenario internacional. Si Negrín y los demás decidieron proseguir la lucha se debió en parte a que esperaban que la guerra mundial que estalló en 1939 lo hubiera hecho en 1938.

La desunión del bando republicano, de la que tanto se habló, no estuvo entre las causas fundamentales de la derrota. Las milicias populares se organizaron deprisa y corriendo, estaban mal armadas y hubo falta de imaginación en sus planteamientos militares, pera nada habría sido diferente si se hubiera alcanzado un acuerdo político global desde el principio. Cuando estalló la guerra, el trabajador industrial medio no sabía disparar un arma y el pacifismo tradicional de la izquierda constituía un gran obstáculo. Los miles de extranjeros que combatieron en España eran buenos como soldados de infantería, pero entre ellos había poquísimos que estuvieran especializados en algo. La tesis troskista de que la guerra se habría ganado si no se hubiera saboteado la revolución es probablemente falsa. Nacionalizar fábricas, demoler iglesias y publicar manifiestos revolucionarios no habría aumentado la eficacia de los ejércitos. Los fascistas vencieron porque eran más fuertes: tenían armas modernas y los otros carecían de ellas. Ninguna estrategia política habría compensado ese factor.

Lo más desconcertante de la guerra civil española fue la actitud de las grandes potencias. La guerra la ganaron en realidad los alemanes y los italianos, cuyos motivos saltaban a la vista. Los motivos de Francia y Gran Bretaña son menos comprensibles. Todos sabían en 1936 que si Gran Bretaña hubiera ayudado a la II República, aunque sólo hubiera sido con unos cuantos millones de libras esterlinas en armas, Franco habría sucumbido y la estrategia alemana habría sufrido un serio revés. Por entonces no hacía falta ser adivino para prever la inminencia de un conflicto entre Gran Bretaña y Alemania; incluso se habría podido predecir el momento, año más o menos.

Pero la clase gobernante británica, del modo más mezquino, cobarde e hipócrita, hizo cuanto pudo por entregar España a Franco y a los nazis. ¿Por qué? La respuesta más evidente es que era protofascista. Indiscutiblemente lo era, pero cuando llegó la confrontación final, optó por oponerse a Alemania. Siguen sin conocerse las intenciones que sustentaban su apoyo a Franco, y es posible que en realidad no hubiera ninguna intención clara. Si la clase gobernante británica es abyecta o solamente idiota es una de las incógnitas más intrincadas de nuestro tiempo, y en determinados momentos, una incógnita de importancia capital.

En cuanto a los rusos, sus motivos en relación con la guerra española son completamente inescrutables. ¿Intervinieron en ella, como creían los izquierdosos, para defender la democracia y frustrar los planes nazis? En ese caso, ¿por qué intervinieron a una escala tan ridícula y al final dejaron a España en la estacada? ¿O intervinieron, como sostenían los católicos, para promover la revolución? En ese caso, ¿por qué hicieron todo lo posible por abortar todos los movimientos revolucionarios, por defender la propiedad privada y por ceder el poder a la clase media y no a la clase trabajadora? ¿O intervinieron, como sugerían los troskistas, únicamente con intención de impedir una revolución en España? En ese caso, ¿por qué no apoyaron a Franco? La verdad es que la conducta de los rusos se explica fácilmente si se parte de la base de que obedecía a principios contradictorios. Creo que en el futuro acabaremos por pensar que la política exterior de Stalin, lejos de ser una astucia diabólica -como se ha afirmado-, ha sido sólo oportunista y torpe.

De todos modos, la guerra civil española puso de manifiesto que los nazis, a diferencia de sus oponentes, sabían lo que se traían entre manos. La guerra se libró a un nivel tecnológico bajo y su estrategia fundamental fue muy sencilla: el bando que tuviera armas, vencería. Los nazis y los italianos dieron armas a sus aliados españoles, mientras que las democracias occidentales y los rusos no hicieron lo propio con los que deberían haber sido sus aliados. Así pereció la República española, tras haber «conquistado lo que a ninguna república le falta» (3).

Si fue justo o no animar a los españoles a seguir luchando cuando ya no podían vencer, como hicieron todos los izquierdistas extranjeros, es una pregunta que no tiene fácil respuesta. Incluso yo pensaba que era justo, porque creía que es mejor, incluso desde el punto de vista de la supervivencia, luchar y ser conquistado que rendirse sin luchar. No podemos juzgar todavía los resultados de la magna estrategia de la lucha contra el fascismo. Los ejércitos andrajosos y desarmados de la II República resistieron durante dos años y medio, mucho más, indudablemente, de lo que esperaban sus enemigos. Pero no sabemos aún si de ese modo alteraron los planes fascistas o si, por el contrario, se limitaron a posponer la gran guerra y a dar a los nazis más tiempo para calentar los motores de su maquinaria bélica.

(3) Robert Browning, //Dramatis personae// (1864).

VII.
Nunca pienso en la guerra civil española sin que me vengan dos recuerdos. Uno es del hospital del Lérida y de las tristes voces de los milicianos heridos que cantaban una canción cuyo estribillo decía:

¡Una revolución,
luchar hasta el fin!

Pues bien, lucharon hasta el mismísimo fin. Durante los últimos dieciocho meses de la contienda, los ejércitos republicanos lucharon casi sin tabaco y con muy poca comida. Ya a mediados de 1937, cuando me fui de España, escaseaban la carne y el pan, el tabaco era una rareza, y era dificilísimo encontrar café y azúcar.

El otro recuerdo es del miliciano italiano que me estrechó la mano en la sala de guardia el día que me alisté en las milicias. Hablé de este hombre al comienzo de mi libro sobre la guerra española (4) y no quiero repetir lo que dije allí. Cuando recuerdo -y con qué viveza- su uniforme raído y su cara feroz, conmovedora e inocente, parecen desvanecerse los complejos temas secundarios de la guerra y veo con claridad que al menos no había ninguna duda en cuanto a quién estaba en el lado de la razón.

Al margen de la política de las potencias y de las mentiras periodísticas, el objetivo principal de la guerra era que las personas como aquel miliciano conquistaran la vida digna a la que sabían que tenían derecho por naturaleza. Me cuesta pensar en el probable fin de aquel hombre en particular sin sentir una gama de resentimientos. Puesto que lo conocí en el Cuartel Lenin, es probable que fuera troskista o anarquista, y en las extrañas condiciones de los tiempos que corren, si a alguien así no lo mata la Gestapo, suele matarlo la GPU. Pero ese detalle no afecta a los objetivos a largo plazo. El rostro de aquel hombre, que sólo vi un par de minutos, sigue vivo en mi recuerdo como un aviso gráfico de lo que en verdad fue aquella guerra. Representa para mí a la flor y nata de la clase obrera europea, perseguida por la policía de todos los países, a la gente que llena las fosas comunes de los campos de batalla españoles, a los millones que hoy se pudren en los campos de trabajo.

Cuando pienso en quienes apoyan o han apoyado al fascismo no deja de sorprenderme su variedad. ¡Menuda tripulación! Imaginaos un programa capaz de meter en el mismo barco, aunque sea por un tiempo, a Hitler, a Petain, a Montagu Norman, a Pavelitch, a William Randolph Hearst, a Streicher, a Buchman, a Ezra Pound, a Juan March, a Cocteau, a Thyssen, al padre Coughlin, al muftí de Jerusalén, a a Arnold Lunn, a Antonescu, a Spengler, a Beverly Nichols, a lady Houston y a Marinetti. Pero la clave es muy sencilla. Todos los mencionados son personas con algo que perder, o personas que suspiran por una sociedad jerárquica y que temen la perspectiva de un mundo poblado por seres humanos libres e iguales.

Detrás del tono escandalizado con que se habla del «ateísmo» de Rusia y del «materialismo» de la clase obrera sólo está el afán del rico y del privilegiado por conservar lo que tienen. Lo mismo cabe afirmar, aunque contiene una verdad a medias, de todo cuanto se dice sobre la inutilidad de reorganizar la sociedad si no hay al mismo tiempo un «cambio espiritual», mucho más tranquilizador desde su punto de vista que un cambio de sistema económico.

Petain atribuye la caída de Francia al «amor por los placeres» del ciudadano corriente; daremos a esta afirmación el valor que tiene si nos preguntamos cuántos placeres hay en la vida de los obreros y los campesinos corrientes de Francia y cuántos en la de Petain. Menuda impertinencia la de estos politicastros, curas, literatos y demás especímenes que sermonean al socialista de base por su «materialismo». Lo único que el trabajador exige es lo que estos otros considerarían el mínimo imprescindible sin el que la vida humana no se puede vivir de ninguna de las maneras; que haya comida suficiente, que se acabe para siempre la pesadilla del desempleo, que haya igualdad de oportunidades para sus hijos, un baño al día, sábanas limpias con una frecuencia razonable, un techo sin goteras y una jornada laboral lo suficientemente corta para no desfallecer al salir del trabajo.

Ninguno de los que predican contra el «materialismo» pensaría que se puede vivir la vida sin esos requisitos. Y qué fácilmente se obtendría dicho mínimo. Bastaría con mentalizarse durante veinte años. Elevar el nivel de vida mundial a la altura del de Gran Bretaña no sería una empresa más aparatosa que esta guerra que libramos en la actualidad. Yo no digo -no sé si lo dice alguien- que una medida así vaya a solucionar nada por sí sola. Pero es que para abordar los problemas reales de la humanidad, primero hay que abolir las privaciones y las condiciones inhumanas del trabajo. El principal problema de nuestra época es la pérdida de fe en la inmortalidad del alma, y es imposible afrontarlo mientras el ser humano trabaje como un esclavo o tiemble de miedo a la policía secreta. ¡Qué razón tiene el «materialismo» de la clase trabajadora! Qué razón tiene la clase trabajadora al pensar que el estómago viene antes que el alma, no en la escala de valores, sino en el tiempo.

Si entendemos esto, el largo horror que padecemos será al menos inteligible. Todos los argumentos que podrían hacer titubear al trabajador -los cantos de sirena de un Petain o un Gandhi; el hecho impepinable de que para luchar hay que degradarse; la equívoca postura moral de Gran Bretaña, con su fraseología democrática y su imperio de culis; la siniestra evolución de la Rusia soviética; la sórdida farsa de la política izquierdista- pasan a segundo plano y ya no se ve más que la lucha de la gente corriente, que despierta poco a poco contra los amos de la propiedad y los embusteros y lameculos que tienen a sueldo.

La cuestión es muy sencilla: ¿quieren o no quieren las personas como el soldado italiano que se les permita llevar una vida plenamente humana y digna que en la actualidad es técnicamente accesible? ¿Devolverán, o no devolverán a la gente normal al arroyo? Yo, personalmente, aunque no tengo pruebas, creo que el hombre corriente ganará la batalla tarde o temprano, aunque desearía que fuera temprano y no tarde; por ejemplo, antes de que transcurra un siglo y no dentro de diez milenios. Tal fue la verdadera cuestión de la guerra civil española, como lo es de la guerra actual, y tal vez de otras que vendrán.

No volví a ver al italiano ni averigüé cómo se llamaba. Puede darse por hecho que está muerto. Unos dos años después, cuando la guerra ya estaba perdida, escribí estos versos en su memoria:

The italian soldier shook my hand
Beside the guard-room table;
The strong hand and the subtle hand
Whose palms are only able

To meet within the sound of guns,
But oh! What peace I knew then
In gazing on his battered face
Purer than any woman's!

For the fly-blown words that make me spew!
Still in his ears were holy,
And he was born knowing what I learned
Out of books and slowly.
The treacherous guns had told their tale
And we both had bought it,
But my gold brick was made of gold
Oh! Who ever would have thought it?

Good luck go with you Italian soldier!
But luck is not far for the brave;
What would the world give back to you?
Always less than you gave.

Between the shadow and the ghost,
Between the white and the red,
Between the bullet and the lie,
Where would you hide your head?

For where is Manuel González,
And where is Pedro Aguilar,
And where is Ramón Fenellosa?
The earthworms know where they are.

Your name and your deeds were forgotten
Before your bones were dry,
And the lie that slew you is buried
Under a deeper lie.

But the thing that I saw in your face
No power can disinherit:
No bomb that ever burst
Shatters the crystal spirit.

(4) //Homenaje a Cataluña//.

60 comentarios:

  1. Descla, yo te tengo mucho cariño pero esta entrada la van a leer los que te quieran más que yo jijijii. Es demasiado larga para una persona con ADHD. No, no tengo ADHD pero es una buena excusa.
    Besos si te dejo siempre, pa´que no pienses que me olvido de vos.

    ResponderEliminar
  2. Lo de "ADHD" no lo leí en "Los protocolos de los sabios de Sion", no sé si quiero saber qué es eso...
    Vos te lo perdés, es un texto muy chulo, e, al igual que habla de España, puede hablar de cualquier lugar.
    Un beso, judía errante.

    ResponderEliminar
  3. Bueno, si viene recomendado después lo leo. ADHD¿ hiperactividad.Esos que no se pueden quedar media hora sentados sin hacer nada por ejemplo. De forma muy pero muy burda. Luego lo leo entonces. No te calentés, goichebique (goi es el nombre que se le atribuye en Idish a los gentiles).

    ResponderEliminar
  4. Hostia, perdona, jajaja, pues no tenía ni idea de que esas siglas eran hiperactividad, cosas de no tener hijos y sicólogos plastas inventándose enfermedades.
    Bueno, pues si yo ahora fuese niño, me metían un ADHD seguro. Total, si sólo era travieso.
    Yo leía siempre "goyim", pero lo de goichebique queda bordado. Jajajaja.

    ResponderEliminar
  5. claro, se dice goyim pero no me imaginé que vos estuvieras al tanto y lo simplifiqué. Te imaginé rompiéndote los dientes tratando de imaginar como se pronuncia la "yi": Veo que eres un goy muy culto. Hasta pasarías por judío mira lo que te digo jajajaja. Bueno, cuando lo lea te comento en relación a la entrada. Beso,

    ResponderEliminar
  6. TDAH es "Trastorno de atención e hiperactividad" que empecé un curso hace tres meses pero me lo dejé (por falta de actividad) Maia tiene razón, hay que quererte mucho, y yo acabo de conocerte. Mi amor es sólo pasional, pero lo intentaré. Poco a poco

    ResponderEliminar
  7. La nariz chata tampoco la tengo, jajajajaja. De lo de abajo para pasar por judío no hablo... Me reservo, jajajaja.
    Pues no te creas que es mala opción, hacerme pasar por judío a ver si me escapo de aquí...
    Voy a hacer la comida.

    ResponderEliminar
  8. Dánae, si vemos que lo nuestro caracterialmente no cuaja, basamos nuestra relación en el sexo y estando los dos reventados en ese aspecto seguro que discutimos menos.
    Entonces Maia ¿puso las siglas en inglés?

    ResponderEliminar
  9. חשבתי שזה היה באנגלית

    ResponderEliminar
  10. Y yo sólo vine a ver quién había sido el primer valiente en leer jijijijijiji (el o la,persona valiente,digo)...y ¿qué dices que pasa si no se cuaja caracterialmente?jijiji Bueno,no vamos a tirar por lo fácil...hay que luchar...lo intento y ya te cuento si sí o si te puedes ir desnudando jaaaaaaaaajajaa
    Achuchones!

    ResponderEliminar
  11. jajajaja, me gusta me gusta el acentito que tenés cuando hablás en hebreo.

    ResponderEliminar
  12. La que se desnuda haciendo poemas es Maia, y después se hace así la remilgada tapándose (simbólicamente) pubis y senos con las manos, en plan "ay, que me siento desnuda".

    ResponderEliminar
  13. Hablo un hebreo demasiado académico, no muy natural. Pero sigo entrenando para pasar por judío.

    ResponderEliminar
  14. Uy, que golpe bajo. Nock out, feo lo tuyo feo. Ahora desnudate.

    ResponderEliminar
  15. No me desconcentréis...que estoy luchando...

    ResponderEliminar
  16. Como se me queme la comida...No me puedo desnudar, Maia, que con el delantal y en pelotas me siento ridículo, como un pornochacho.

    ResponderEliminar
  17. Descla, me encantó el post. Son escritos atemporales, sin duda alguna. Pefectamente podrían ser de hoy cambiando alguna que otra cosa. La foto, hay unas cuantas del soldadito que vuelve y lo espera la chica con un beso, el premio al coraje,la valentía? da para pensar en los mensajes que se han dado y se dan.Un beso

    ResponderEliminar
  18. ¿Cocinas albóndigas en bolas y con el delantal puesto?...jopelines...así no hay quien mantenga la lucha...

    ResponderEliminar
  19. Parece que somos varios los que tenemos la computadora en la cocina...

    ResponderEliminar
  20. Fiorellaaaaaaa, ¡alguien que leyó! ¿A que es muy bueno?

    Foto: en este caso yerra su interpretación: no vuelven: ambos van. No es beso premio, es beso "qué va a pasar".

    ResponderEliminar
  21. Muy, muy bueno. Le iba a decir que también eran de cuando se van a combatir,pero vió...por no hacerlo largo...me sigue siendo lo mismo,o mejor dicho,parte del mismo mensaje.

    ResponderEliminar
  22. Hago uso del punto de lectura virtual y una pausa para comer...
    Buena tarde a todos!

    ResponderEliminar
  23. Me coges en mala hora, queridiño, pero te la iré comentando por partes. De mí no te libras aunque hagas una entrada "gloriosa", ja, ja

    ResponderEliminar
  24. Fio: Sí, si no digo que ese mensaje sea muy icono, el retorno del guerrero y todo eso. Pero en este caso, conozco el contexto de la foto, Barcelona 19 de julio de 1936, ha estallado la revolución anarquista como contra al golpe de estado faccioso, ambos son milicianos y el beso es otra cosa.

    ResponderEliminar
  25. ¿Blue, tú también has leído? Lo que hace el amor...

    ResponderEliminar
  26. Entiendo y ud. me entendió,que m{as se puede pedir un domingo?jajajaja, estaremos a un tris del amor?jajajajaja,vaya y haga el menjungue de comida que tiene planeado.

    ResponderEliminar
  27. Buenos días para todos y buen provecho,bon profit o como se diga donde estén.

    ResponderEliminar
  28. Mi intención era leerla, Descla, pero entenderás que a estas horas, después de una paella de bogavante y tres botellas de vino peleón, no veo ni papa. Jajaja¡¡¡

    Voy ahora a cascármela.

    Saludos, camarada.

    ResponderEliminar
  29. Descla ponte derecho el delantal que te va a salpicar y duele.
    Me quedo demomento en el IV, que hoy no se me quema nada. Pero me gusta. Como Fiorella opino que es completamente atemporal. Luego paso.

    ResponderEliminar
  30. Lo prometido no es duda.
    I: Los olores. Me recuerda a una entrevista que le leí a un médico del 061. Decía que las imágenes que vemos por televisión de los accidentados no son nada. Lo peor es el olor!!!
    II: Solo creemos las atrocidades de enemigo. Aplausos!!!
    III: "Un efecto de la vida civilizada y segura es el desarrollo de una hipersensibilidad que acababa considerando repugnantes todas las emociones primarias". Me rindo
    IV: Eso de que antes había "un acervo de datos neutrales, que nadie ponía en duda" y ahora sí...mmmmm...no sé si creérmelo.
    V: Muy "potito"...y no digo más.
    VI: No comento.
    VII:"el estómago viene antes que el alma, no en la escala de valores, sino en el tiempo.". A mí también me llegan con esos requisitos (+internet ;-)

    Hasta aquí hemos llegado.
    ¿Esto es amor, ja, ja?

    ResponderEliminar
  31. Luego de haber leído el texto y de relacionarlo con todo (pasado, presente y futuro) no sé por dónde empezar y tampoco quiero hacerla demasiado larga. Te cuento nomás que yo tuve un tío (al que no llegué a conocer) que se fue de Polonia como partisano y murió en la Guerra Civil Española luchando contra Franco. Uno de esos judíos a los que tanto odian en la izquierda española de hoy en día según tengo entendido (mirá qué irónica es la vida).Está enterrado allí, en España; Nathan Check era su nombre. También puedo contar que mi abuela no vio a su hermana por 40 años porque le perdió el rastro luego de atravesar las fronteras de Rusia e Italia con un montón de gente muerta de hambre y de frío. Se volvieron a encontrar por una foto que llegó por casualidad a las manos de una amiga de mi abuela cuando fue a visitar a un pariente en Suecia. De mis abuelos ya te imaginás la de pérdidas en cámaras de gas y campos de trabajo. En fin. No sé si la verdad existe pero sí sé que uno debe aspirar siempre a acercarse lo más posible al ideal de igualdad y justicia, y que la guerra es tan odiosa a veces como necesaria. Excelente texto.

    ResponderEliminar
  32. El texto, no se hace tan largo como parecía y me ha gustado. Despues de leer el texto, y de de leer a Maia, me sumo a la última frase-reflexión, excelente de Maia. Tambien me ha llamado la atención, lo que expone el texto sobre la reaparición de la esclavitud, yo solo hubiera dicho Espartaco, A Espicteto no lo conozco. Y el último párrafo del V es muy bueno.

    ResponderEliminar
  33. Ahora estoy haciendo varias cosas a la vez: vuelo de pajaro en el blog, chateando en messenger con una amiga, viendo una peli y haciendo una pasta frola de dulce de leche, imposible leerlo todo, lei la primera parte y prometo terminarlo mas tarde. Ya te dire algo.

    ResponderEliminar
  34. Fio: si no estamos a un tris del amor, es algo parecido.

    Tripi: es bueno el texto, vale la pena echar un cuarto de hora.

    Blue: lo peor es el olor pero si no hay tripas abiertas tarda un rato en hacer aparición, salvo el de la sangre, que es llevadero. Lo peor de repente son los millones de mosquitos muy pequeños que acuden al olor dulzón de la sangre y se te meten por todos los agujeros del cuerpo que lleves al aire.
    El acervo de datos "neutrales"viene dado porque siempre se han tomado crónicas de las dos partes (si ambas sabían escribir) para hacer la crónica general. Ahora ya no, ahora sólo se toman de una parte y se tapan las de la otra.

    Maia: es imposible competir en desventuras con los judíos de a pie de este siglo pasado. Los de las finanzas no pasaban tantas desventuras, igual que los goyim. Creo que cada familia sois una novela, a veces de aventuras y muchas otras de desventuras.
    La izquierda española está directamente gilipollas y así le va. Funciona ideológicamente (por decir algo) en blancos y negros, buenos y malos absolutos. Cristianos= blancos= malos, todos los demás buenos= moros buenos (cuando son peor que el cristianismo light actual). Por lo tanto: judios= blancos = malos = moros buenos. Y no les preguntes más porque si les rompes el dogma, si pierden la fe, ¿qué será de sus vidas, qué dirección tomarán? Curiosamente los amigos de relativizarlo todo son al tiempo los más amigos de los valores absolutos.
    Eso... : así les va, que a una contradicción suman otra.

    Carmela: nadie quiere guerras. Pero cuando los que sí quieren guerra vengan a joderte, les recibes con unos besos y unas pastitas.
    Epicteto creo que me sonaba, pero no lo hubiese ubicado. Venga, va, y la negra "nuestra": Harriet Tubman.

    Cheli: si fueses un hombre te habría reventado el celebro. Seguro. Jajajaja

    Me voy a tomar algo.
    Chaooo.

    ResponderEliminar
  35. PASTA FROLA CON DULCE DE LECHE!!!!!!!
    Ay que me muero, Cheli, mandá mandá !!!! te lo ruego, se me caen las lágrimas mirá lo que te digo. Y unos churros con dulce de leche, y banana con dulce de leche, y helado de dulce de leche con dulce de leche encima y flan con dulce de leche. Ay por diós que me da algo...pasta frola con dulce de lecheeeeeeeeeeeeeeeeee

    ResponderEliminar
  36. Descla, luego del corte del dulce de leche que definitivamente me puede (hay sólo una forma en la que no me gusta comerlo y solamente porque se te pega todo a los pelos). Vuelvo a lo que estábamos tratando. Me niego a vivir como si fuésemos los más sufridos del planeta o volverme paranoica. Existieron y siguen habiendo genicidios. Distintos, genocidios al fin. No tiene sentido ennumerarlos, los que quieren saber saben de qué países hablo. Eso nomás respecto a tu comentario de que no se puede competir con nosotros. Si es por competir tengo un dato más interesante: Fijate en la cantidad de premios nóbel en proporción que fueron otorgados a judíos. Y eso no se debe a que seamos más inteligentes. Se debe a que cuando uno lo único que se puede llevar consigo es lo que tenga dentro de la cabeza, algo cambia para siempre en la forma de aprehener las cosas. Y listo, que no quiero que esto se convierta en un discurso del judaísmo y sus no-sé-qué-cosa. Besos miles,

    ResponderEliminar
  37. Para, Maia. Usé "competir" no en sentido estricto, sino como forma de decir que (las desventuras) han sido muchas y variadas. Eso es innegable.
    Sin darle más importancia: no te vuelvas paranoica, jajajajaja.

    Y ahora sí: me tira mi novia de la chaqueta para salir ("¡Estás enganchado al ordenador!")

    ResponderEliminar
  38. Ya te he contado en alguna ocasión que mi abuelo estaba allí,que no fueron ni una ni dos las veces que pasó horas hablándonos de ello,me gusta leer ahora algo que siempre decía él...aquello de que la guerra narrada por quienes ni la pisaron no era la guerra que se vivió,en uno y otro bando...Mi abuelo lloraba,Descla,tanto por lo sufrido como por las cosas que se hicieron y de las que no podía sentirse orgulloso...y luego pertenecer al bando de los que perdieron,el exilio,la necesidad de regresar,hacerlo a una tierra en la que algunos de sus hermanos eran ahora sus jueces,siempre bajo el peso de la arrogancia del falso perdonavidas,y que ese perdonavidas sea tu sangre...
    En fin,Descla...muy bueno el post.Me deja muchas notas cerebrales,pero sobre todo muchos recuerdos emotivos.
    Achuchones...ya se me quitaron las ganas de despelotarte...;P

    ResponderEliminar
  39. De la Guerra Civil de España se pueden decir muchas cosas, unas ciertas, otras interpretadas y otras torticeras.
    La guerra civil se perdió, por falta de organización en el bando republicano, por falta de apoyo en muchos casos de la población civil (no hay que olvidarse el contexto donde se produjo el golpe de estado, no lo justifico).
    Poco tiempo antes del golpe de estado la derecha había ganado unas elecciones democráticas (para la época) y la izquierda boicoteo los resultados.
    Respecto a la publicidad "corporativa" todos los ejércitos tienen la suya, todos exageran u ocultan atrocidades según sus intereses, pero la guerra en si ya es una atrocidad donde salen a relucir los instintos más básicos. Un empleado de fundición, puede convertirse en un asesino o un heroe (depende de quien cuente la historia). las guerras las acaban escribiendo los vencedores y los malos son los perdedores ¿quien se extraña de esto?, es lo normal, es lo que haríamos todos al acabar una contienda, decir que eramos los buenos y el contrario un asesino despiadado.Que se lo digan a las victimas de Dresde bombardeadas sin piedad por las fuerzas aliadas o a los japoneses de Hirosima.
    Alemania conquisto Francia muy rápido ¿porque? por apoyo y falta de oposición de la población francesa, aunque esto se les olvida en los discursos patrióticos franceses.
    Había muchos parlamentarios ingleses filo-nazis, ¿donde se metieron?.
    La guerra debe ser muy cruel, pero hay situaciones que la justifican, pero siempre como último recurso.
    Los niños de pequeños queríamos ser americanos, ningún niño quería ser alemán.. películas de Holywood, a todos nos gusta ganar.
    Respecto al monstruosismo para adoctrinar a las masas, de pequeño decían que si te masturbabas perdías vista... algunos debieran o debiéramos vender cupones...
    Quedarse con una parte por un todo, no es muy inteligente, digo yo...

    ResponderEliminar
  40. India, te abrazo fuerte. Un entrada muy emotiva sin duda.

    Temujin, muchas veces me pregunto acerca de la cantidad de cosas que no nos cuentan, esa manera de adoctrinarnos, domesticarnos; y me gustaría pensar que existe una forma de saber a ciencia cierta qué es cierto, conocer el todo. Lamentablemente con la cantidad de intereses creados que existe en los medios de comunicación y la dificultad para mantenerse al tanto de lo que ocurre a través de diversas fuentes(y opuestas en lo posible), creo que me quedaré toda la vida con la duda. Siempre pienso que veo solo una parte del todo. No sé si existe una forma de evitarlo.

    ResponderEliminar
  41. Maia en el tema histórico, para la guerra civil hay un libro de Juan Eslava Galan que se titula "Una historia de la Guerra Civil, que no va a gustar a nadie...".
    En temas históricos es bueno (por aficcion) verla la Historia desde diferentes prismas.
    ¿Quien tiene la verdad? supongo que una parte todos y entera ninguno.
    Los medios de comunicacion han pasado de ser el cuarto poder a ser "El poder". Esto viene a través de cosechar mentes sin cultura, donde se prima la doctrina sobre la sabiduría y no es lo mismo. Yo soy ignorante, pero lo se, eso me da ventaja en algunas ocasiones. Los "adoctrinaos" se creen sabios y eso les convierte en seres maleables...

    ResponderEliminar
  42. Perdon por la redaccion estoy... "espeso"...

    ResponderEliminar
  43. Yo soy ignorante, pero lo se, eso me da ventaja en algunas ocasiones. Los "adoctrinaos" se creen sabios y eso les convierte en seres maleables...
    Eso no es espesura,Temujin...ese es que estás escribiendo en una de esas ocasiones aventajadas!tío grande!
    Aplauso!
    Maia...tomo el abrazo y aprieto fuerrrrrte ;)

    ResponderEliminar
  44. A mí no me pareces espeso, Temujín. Y también me parece muy sabia tu frase sobre los hombres maleables. Dice mucho. Un abrazo,

    ResponderEliminar
  45. Abro,con permiso del novio tirado de la chaqueta por su novia,un inciso DULCE DE LECHE.
    Acaba de salir, con motivo del Carnaval, una edición especial de helado de Conaprole de Crema de Dulce de Leche veteado con Dulce de Leche Conaprole,pienso probarlo hoy mismo.Hay que endulzarse despúes de ponerse a hablar de guerras y despropósitos varios.

    ResponderEliminar
  46. India y Maia, simplemente pienso que la gente que se cree que lo sabe todo y no tiene dudas...es que nunca ha pensado seriamente en nada.
    El dia 18 de Febrero hice veinte años en mi profesión y he llegado a la conclusión de que todavía me faltan muchas cosas que aprender y lo digo en serio...

    ResponderEliminar
  47. Temujín, yo dudo y la duda es lo que me mueve a querer saber, aprender y no dar todo por dicho y menos que menos cuando huelo doctrina.
    Maia, dulce veneno,jajajajaja.Despúes te cuento, por que ultimamente los helados no me parecen lo mismo.

    ResponderEliminar
  48. Vd. Se nos pone taannnn serio que no nos queda más remedio que recomendarle, para comparar dos visiones, y confrontadas, "bristhis" del "asunto" que esto:

    http://editorialakron.es/cms/index.php?page=dos-ingleses-frente-a-frente

    Que desglosado levemente es esto:

    http://editorialakron.es/cms/uploads/File/FICHA%20%20EA0055%20UN%20CAPITAN%20INGLES[1].pdf

    http://editorialakron.es/cms/uploads/File/FICHA%20%20EA0054%20MIS%20REFLEXIONES%20SOBRE%20EL%20CONFLICTO[1].pdf

    ResponderEliminar
  49. Leí el l y el ll, luego vengo.
    Mi abuelo, estuvo en la guerra de Cuba, mi padre en la civil, hermanos contra hermanos.
    No me gusta lo que pasa en Israel-Palestina.
    Odio lo que los nazis hicieron con los judíos.
    Odio lo que los judios hacen con los palestinos.
    Odio lo que los palestinos hacen con los judíos.
    Odio la guerra.
    Odio la injusticia.
    Me jode la demagogia.
    Me gusta tu entrada.
    Salud

    ResponderEliminar
  50. Odio el fanatismo en cualquiera de sus formas y bajo cualquier nombre o pretexto. Odio la ceguera de espíritu.
    ¿Cómo saber cuando uno es fanático o no? Si cuando ves a un hombre corriendo por el campo de batalla con los pantalones bajos no sos capaz de pegarle un tiro entonces supongo que no sos fanático. Esta imagen fue la más simbólica para mí de todo el texto. Cuando uno deja de ver al enemigo como enemigo y vé al hombre.

    ResponderEliminar
  51. Vale. Un post de los tuyos de los que me suelen gustar... Pero más largo que... Luego me lo leo cuando pueda.
    Un saludito.

    ResponderEliminar
  52. Temujin, India, Fiorella: efectivamente: el que cree saber, ya no deja hueco en su cabezota para que le entren otros saberes. Me habéis recordado la frase: "desconfiad de las personas de un solo libro".

    Babu: joooo, creía que me iba a encontrar el texto completo ya en PDF. Parece interesante y no lo conocía ni de oídas. Intentaré hacerme con él.

    Maia, Genín: me gustaría saber cuántas guerras son necesarias y cuántas no responden más que a intereses muy concretos de unos pocos y usan el pueblo como carne de cañón.

    David: esta vez el mérito o el demérito es de Orwell, un chavalote que sin alcanzar mis cotas de calidad literaria, no escribe mal del todo.
    (JAJAJAJA).

    ResponderEliminar
  53. La guerra como defensa. Esa es la necesaria.

    ResponderEliminar
  54. Si yo no digo que no, Maia, ni yo ni Orwell. Huyo tanto de cobardes pacifismos como de estúpidos belicismos.

    ResponderEliminar
  55. El problema es que hay guerras en las que ya es muy dificil saber quién ataca a quién. Es como un perro mordiéndose la cola.

    ResponderEliminar
  56. Se suele decir: "se sabe cómo empezó, pero no cuándo acabará". Y hay guerras que ya ni eso: "ni se sabe quién ni cómo empezó, ni cuándo acabará".

    Me voy a currar. Besos guerreros.

    ResponderEliminar
  57. Descla creo que en inglés si los podrá encontrar "by the face"...

    En inglés se titulan respectivamente:

    "Mine Were of Trouble" P. Kemp

    y

    English Captain. Reminiscences of service in the International Brigade in the Spanish Civil War. T. Wintringham.

    ResponderEliminar

Caminante que por aquí recalas: si me comentas en una entrada antigua es probable que no te conteste por no ver tu comentario. Pero no por ello te prives.