Poderes de las mujeres y cómo combatir sus brujerías. Episodio I.

Advertencia previa: Queda totalmente prohibido que lean esta entrada las personas del sexo femenino, incluidas niñas.

Si vamos a manejar antídotos contra la brujería (el ser normal de una mujer) lo que menos nos interesa es que ellas sepan que sabemos.

El hombre se encerró en el baño de la cafetería, sacó el teléfono móvil, marcó el número de casa y llamó. Descolgó su mujer:

- Cariño, verás, ha surgido un contratiempo al final en el proyecto que llevaba y llegaré tarde. Ufff, qué agobio de trabajo.

- Ya. ¿Y además quieres que me lo crea, no? ¿En qué tabernucha estás con tus amigotes?

"Pero ¿cómo lo ha podido saber? La entonación era perfecta, llevo una temporada hablándole del proyecto y las dificultades... ¿Cómo demonios siempre sabe cuándo le miento?", piensa el fulano embustero sin acertar a comprender.

Todo empezó hace mucho tiempo...

Los datos que voy a dar, aunque nos riamos con el tema, son científicos. En la actualidad y en la dictadura de lo políticamente correcto estas cosas no se deben decir, porque contradicen esa estupidez igualitarista del "género", en la cual uno puede ser, según lo desee, hombre, mujer, ornitorrinco, o unicornio, sin que los condicionantes biológicos pinten nada en toda esa fantasía. Asimismo, hombres y mujeres somos iguales por decreto y ay de quien ose ciscarse en tamaña gilipollez. Ah, sí, y "toa la curpa e de la educasión".

Igualmente aclaro que no queda más remedio que generalizar; no vamos a hablar de Juanita, ni de Victoria Fernanda, ni de la Llésica, vamos a hablar del conjunto de las mujeres. Así que no se esfuercen en venirme luego con reclamaciones tipo: "como yo no soy así, las mujeres no somos así". La tendencia de las mujeres a considerarse ombligo del mundo no tiene cabida en esta entrada, ¿estamos?
Además, qué coño, las mujeres tienen prohibido leer esta entrada; no se puede dar ni el caso de que reclamen.

Dicho esto, retrocedamos unos miles de años...

Hace unos 200.000 años, mes arriba mes abajo, usted, camarada masculino, y yo, como que nos salimos de África, aquello estaba lleno de negros, y nos vinimos a Europa.
Sí, claro, las mujeres se nos vinieron detrás, como siempre: "¿Que te vas a Europa con tus amigotes? ¿Y de verdad te has creído que yo no voy a ir? ¿Y cuándo salimos? Tendré que comprarme ropa para ir allí..." Ustedes ya conocen esto, no hace falta que me extienda.
En aquellos viejos buenos tiempos nos dedicábamos a cazar mamuts y otros bichos comestibles. Eramos el macho proveedor, cazador y guerrero, admirado y respetado como el que trae sustento a la tribu y la defiende de las agresiones de fieras y otras tribus enemigas. Las feministas aún tardarían miles de años en aparecer e inventarse las patrañas de que siempre fueron oprimidas y tal, cuando siempre fueron protegidas por ser biológicamente muy valiosas: las continuadoras de la especie.
Buena vida aquella. Sí. Cazar, guerrear, comer como vikingos, beber, follar, y ser admirado y respetado por ello. Se me salta hasta la lágrima pensando en aquellos viejos buenos tiempos.
Además íbamos vestidos como perroflautas. Esto, por ejemplo, era el traje para ir a una boda:

Informal a la par que elegante.

Miles y miles de años de especialización biológica nos conformaron unas percepciones sensoriales diseñadas para nuestros menesteres: cazar, guerrear, mirarle el culo a las trogloditas, etc.

Se especializó nuestra visión, adaptándose a nuestras tareas, conformándose como una "visión túnel".

¿Qué quiere decir esto? Pues que el ángulo de visión masculino rara vez sobrepasa los 30 grados. Una visión adaptada para focalizar la pieza a abatir, o el culo o las tetas de la troglodita, que no permite que nada la distraiga del objetivo. Una visión centrada que no ve más que el objetivo. 

Y mientras nosotros disfrutábamos en sana camaradería del noble deporte de la caza, ¿qué hacían nuestras brujas? Pues aparte de lo de siempre: cotillear y pelarse unas a otras y a ver quién tiene la cueva más grande y mejor decorada, también, como siempre, se dedicaban a cuidar de los niños. Y los niños se mueven mucho. Y también vigilaban que las fieras no acechasen la cueva. Al tiempo, no le perdían ojo a la vecina, la muy lagartona, a ver si les levantaba a su macho. O a ver qué llevaba puesto ese día, qué mal gusto tiene la hija de puta.

E igualmente esto produjo una especialización biológica. Para entenderlo fácil: mientras el hombre tuvo que centrar su visión, las mujeres tuvieron que tener "mil ojos".

El resultado fue que las mujeres tienen un ángulo de visión, por lo general, de ¡cerca de 180º! Escasos hombres alcanzan ese ángulo.

Ángulo de visión del hombre y de la mujer.

Ya sabemos un poder de las brujas: le están viendo a usted aunque no le estén mirando.

Las estadísticas demuestran que en 1997 sólo en el Reino Unido se atropelló a 3.952 niños, de entre los cuales 2.460 eran niños y 1.492 eran niñas. En Australia la cifra de niños víctimas de accidentes dobla a la de las niñas. La causa se encuentra en la combinación del mayor riesgo que los niños corren al cruzar carreteras junto con su disminui­da vista periférica, lo que provoca inevitablemente un aumento en el índice de víctimas varones en los accidentes.

Al estar dotadas de mayor visión periférica, a las mujeres casi nunca se las pillainfraganti admirando el cuerpo de un hombre.Casi todos los hombres han sido acusados alguna vez de comerse con los ojos al sexo opuesto, pero pocas mujeres han recibido la misma queja por parte de un hombre. Los investigadores de cuestiones sexuales han informado de que las mujeres admiran el cuerpo masculino tanto, o incluso a veces más, como los hombres el cuerpo femenino. Sin embargo, gracias a su amplia visión periférica, casi nunca se las pilla con las manos en la masa.

Las brujas le ven, amigo, sin necesidad de estar mirándole. Ahora ya sabe cómo es posible que su madre, su mujer, o su jefa, siempre le pillasen con las manos en la masa, "si no me estaba mirando..."

Me dirán ustedes que llevamos unos años sin cazar para comer. Y les diré yo que cientos de miles de años de especialización biológica no se arreglan en dos días, ni  por decreto, ni haciendo manifiestos de la igualdad entre sexos. Y, además; ¿qué era su tatarabuela la que cazaba, iba a la mili y guerreaba, o era su tatarabuelo? O su abuelo, si me apuran.

Volvamos al pardillo del principio, el embusterillo que pretende engañar a su mujer y quedarse de sana francachela con los amigotes mientras quiere hacer creer que está en la oficina trabajando como un cabrón.

Y de nuevo retrocedamos unos miles años.

Estábamos tan a gusto acechando al mamut. En silencio, por supuesto. Cualquier sonido de más alertaría a la manada. La vista bien centrada. Las brujas, mientras tanto, estaban en la cueva a sus cotilleos. Pero mientras cotilleaban tenían que cuidar por la salud de los niños. De nuevo la especialización biológica les hizo desarrollar cualidades. Si los hombres desarrollamos mayor fuerza física, decisión, etc, ellas desarrollaron una percepción igualmente vital para la especie: una extremada sensibilidad para captar en los tonos de los bebés, que aún no sabían hablar, el estado de salud de este. Un bebé no sabe hablar, así que su madre tiene que desarrollar percepción no verbal, "saber" del estado de salud de su descendencia genética sin que esté le pueda decir dónde le duele o qué le duele.

Y usted, camarada masculino, no es más que un pardillo tratando de mentirle a un ente especializado en saber sin necesidad de comunicación verbal:

Cuando llevamos a cabo el experimento con gemelos, descubrimos que la mayoría de los abuelos no sabían distinguir a cada uno de los niños por separado, mientras que los miembros femeninos de la fami­lia acertaban mucho más. Las películas en las que vemos a gemelos que engañan a otros por amor o por dinero en la realidad sólo serían posi­bles si fuesen gemelas. A los hombres se les puede engañar más fácilmente. Ocultamos una cámara en una sala en la que había 50 parejas. En general las mujeres que entraron en la sala en menos de 10 minu­tos habían averiguado la relación entre cada una de las parejas de la habitación. Cuando una mujer entra en una sala, su extrema capaci­dad sensorial le permite identificar casi instantáneamente las parejas que se llevan bien, aquéllas que han tenido una discusión, quién está intentando algo con otra persona o quiénes son las mujeres com­petitivas y quiénes son las simpáticas. Sin embargo, en el caso de los hombres, las cámaras relataron una historia bastante divergente. Los hombres analizaban la sala buscando las entradas y las salidas (su antigua estructura mental les obliga a examinar por dónde podrían ser atacados y las posibles vías escapatorias). Posteriormente, busca caras que le resulten familiares o posibles enemigos y, a continuación, exa­mina la distribución de la sala. Su mente lógica analizará todo lo que esté roto y necesite repararse como alguna ventana rota o una bombilla fundida. Para entonces, la mujer ya habrá analizado cada una de las caras de la sala y sabrá quién es quién y cuáles son sus sentimientos.

Nuestra investigación del lenguaje corporal reveló que en la comuni­cación cara a cara, las señales no verbales eran responsables de entre 50 por ciento al 60 por ciento del efecto del mensaje mientras que los sonidos vocales sólo registraron de un 20 por ciento a un 30 por ciento. Del 7 por ciento al 10 por ciento restante se debe a las palabras. El óptimo equipo sensor de la mujer detecta y analiza la información y, gracias a la extrema rapidez de su cerebro para transmitir información de un hemisferio a otro, es mucho más hábil para integrar y descifrar señales verbales, visuales y de cualquier otro tipo. 

 ¿Cómo se te va quedando el cuerpo, compañero? Las brujas no sólo es que te vean sin mirar, es que te oyen y saben si estás mintiendo.

Para no hacerlo muy largo, continuará en otra entrada.

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