Mis problemas (coyunturales) con las mujeres.

Algún día aprenderé... Espero.

Voy a desayunar a la cafetería del hostal de carretera donde desayuno estos días. Sirva en mi descargo que me acabo de despertar y estoy en ayunas. Barra, una camarera de espaldas. Vaya tipo más bonito, pienso. Se da la vuelta y ¡zas! el latigazo. Ya me ha vuelto a pasar. No consigo acostumbrame a la irrupción súbita de la -para mí- belleza femenina en dosis altas. Y creo que empeoro con la edad. Me deja turulato, fuera de juego, atontado. Enormes ojos azules, turbante que le recoge el pelo castaño acabado en coleta, rasgos afilados, escaso pecho, delgada... No sigo que no quiero recordar. Se dirije a mí, claro: - Qué va a tomar.- Seria, educada, acento eslavo que no sé concretar de dónde.

- Ca-ca-fe con -le-leche...

¡Ahí tú, Demóstenes, que el mundo sepa de tus dotes oratorias! Encima se me olvida pedir bollería, o me da miedo pedirla y seguir haciendo el ridículo. Por Dios, quítate esa sonrisa estúpida de la cara, esa expresión corporal laxa, como derretido, esa cara de gilipollas, esa mirada ovejuna... Nada, no hay forma. Mi cerebro sabe lo que debo hacer, pero mi cuerpo no obedece. Estoy bloqueado y abocado a parecer un lelo de barra. Bueno, y eso de que mi cerebro sabe lo que debe hacer... Digamos que está activado el modo ¨sobrevivir¨, pero tampoco parece discurrir a toda velocidad. Me pone el café, pago, se me desliza una moneda por la barra, vuelta a poner sonrisa estúpida, me siento en una mesa de espaldas a ella; no quiero verla, me quiero morir.

Joder, joder, joder, es que siempre igual y no puedo evitarlo. Cuando irrumpe por sorpresa una belleza femenina desconocida hasta entonces en mi espacio vital, se producen dos modalidades según el especimen que lo provoque:

- La modalidad A no me altera apenas. Es algo meramente sexual, un pensar: qué morbazo de polvo tiene esta tía. Pero sigo sereno, impavido si quiero, o puedo hacerme el simpático controladamente. No tartamudeo, mi cuerpo obedece órdenes cerebrales, no se me caen las cosas de las manos...

- La modalidad B, devastación total, es la peligrosa. Pasa de ser algo meramente sexual a ser algo también cerebral y espiritual, algo que me toca el alma. No puedo controlar la sonrisa estúpida y la expresión ovejuna y sé que la estoy poniendo. Mi mente queda bloqueada, sólo el mecanismo de emergencia emite señales histéricas: ¡sal de ahí, sal de ahí! Alteración del pulso y taquicardias leves. Es la que me ha dado hoy, claro.

Salgo de la cafetería con un triste café con leche en el estómago y me compro unos ¨mini bollycaos¨(o como se escriba) en la tienda de la gasolinera. 

Fuera ya de peligro, me sereno. Es que me da una rabia esto... Es que aún en el hipotético caso de querer conquistarla, valiente actitud de baboso inofensivo de barra para querer conquistar a una dama. Uno más de todos los pavos que debe tener babeando. Es que en ningún caso es estrategia adecuada que se te note tanto que te han hechizado de golpe. Es que me cago en la puta.

Algún día aprenderé... Espero.

Al día siguiente compruebo que es cierta la frase: ¨Las mujeres demasiado bellas sorprenden menos el segundo día¨. La frase es de Stendhal y eso tengo yo: Síndrome de Stendhal súbito con las mujeres guapísimas. O puede que sencillamente es que esté gilipollas, ni síndromes ni nada, gilipollez pura y dura.

Seguimos... Dos compañeros me dicen: ¨ven, ha venido una compañera nueva ¡Está buenísima!¨ Voy. Ahí está, pongamos por caso que se llama Merche.

Hace unos años tuve un rollo raro con la tal Merche. Mejor digamos ¨muy raro¨. Acabó mal con escena pública de gritos y algo de lloros. Sólo tienen mi versión, créanla o no: pensé que estaba loca. No loca de no poder funcionar por el mundo, pero loca. Basaba mi conclusión en que ¨no recibía¨. Sí, me explico: cuando yo emitía un mensaje verbal, ella podía responder algo totalmente diferente de lo que yo había planteado. Eso era lo extremo, lo normal era que modificase mi mensaje de forma que quedase como algo ofensivo para ella. No recibía o recibía el mensaje alterado y para mal. Aquello se acabó.

Voy, ahí está Merche. Sí, está guapísima. Voy hacia ella con aire despistado, no la miro a la cara aún, no la miro hasta después de darle dos besos, entonces nos miramos a los ojos y yo pregunto: - ¿Cómo estás? Cuánto tiempo...-

Puedo oir el chasquido en el aire. Entre sus ojos y los míos, en esa linea imaginaria, algo ha crujido en el aire. No hay buena onda, está claro. Más bien hay muy mala onda. Mis dos compañeros, que aún no se han percatado de esto, vienen a nuestro lado con sonrisa tonta y cara ovejuna. Lo que me faltaba, los tengo encoñados con la novedad... Merche responde: - Bien- Y nos quedamos mirando, silencio tenso. Rompo el silencio: 

- Bueno, te explico cómo funciona esto...

- ¿Quieres decir que no sé hacer mi trabajo?

(Empezamos bien...)

- No, Merche, no estés susceptible. Acostumbro a explicar un poco la marcha cuando alguien llega nuevo.

Merche no responde, pero los payasos de mis compañeros sí: - Desclasado, que yo he trabajado con ella en tal sitio y sabe el trabajo.

Su puta madre, un quijote de opereta al rescate. Pero es que el otro mamón aún me la clava más honda: - No te preocupes Merche, es que se habrá puesto nervioso de verte...

- Dejad de hacer el pavo, joder, nos conocemos hace años.

- Ah, como te has puesto tan serio...- Habla el bufoncillo más bajito y el muy lila se aupa sobre la punta de los pies, supongo que en un patético intento de parecer más alto.

Veo por momentos como Merche se crece, sonríe, se hincha. Puede que no esté muy cuerda, pero sigue reconociendo cuando despierta admiración y pone tontos a los tíos, eso sí lo capta bien.

- Vale, entonces no explico nada. - Y de nuevo Merche: - Insisto en que sé hacer muy bien mi trabajo.

- Muy bien, Merche y corte de honor de Merche, no he dicho nada, no volveré a decir nada. Así se hunda el mundo yo ya no vuelvo a hablar.

- ¿Lo ves, Merche, como se ha puesto nervioso?- Y la muy **** ** **** aprovecha: - Sí, parece que se ha puesto nervioso, jajajaja- Vale, se ha ganado una grosería: - Se ve que debes estar muy guapa para conseguir tantos admiradores nada más llegar. Yo es que, como soy inmune a tus encantos, no me he dado cuenta...

 Se le tuerce algo la cara y dice que se va a lo suyo. Uno de los bufoncillos ha pillado algo y me espeta:

- Tú has tenido algo con esta tía...

- Yo he tenido algo con los cojones de Mahoma de mi puta madre.

- Vaaa, que se notaba, que esa tensión no era normal, que tú has tenido algo...

- Ni aunque hubiese querido: los tríos con tu hermana y tu madre me dejan tan exprimido que no me da para más.

- Jajajajajaja. ¡A Desclasado le gusta Merche, A Desclasado le gusta Merche, A Desclasado le gusta Merche!

Me hacen reír y aún me da para mandarlos a la mierda. En fin... sólo estará unos días.

Y me queda el último problema con la mujer: cuando mi amada lea esto. Ya estoy esperando su llamada que empezará muy simpática, muy cariñosa, y llegado un momento dado tras hablar de trivialidades dirá en un tono casual, un tono demasiado casual:

- Ah, oye, ¿y quién es esa Merche que ahora trabaja contigo? ¿No me habías hablado de ella, no?

Al Desclasado le va a caer una buena.