Me van a criticar. Me van a criticar por hacerle contrapublicidad, que al fin y al cabo es publicidad, a la basura de las 50 sombras de Grey y a su puta madre.
Léanla, la novela de Grey, digo, si tanto creen que les va a gustar.
Yo, hijo de los dioses, no dejo de ser un producto de mi tiempo. Un héroe hijo de dios y mortala (no confundir con Mortadelo, el de Filemón). Y como persona de mi tiempo no puedo evadirme al fenómeno Grey.
Les cuento mi versión contable, la incontable no la contaré, de mi grey's experience y eso.
Recuerdo aquel, aquel aquello, que era almenadamente blanco y bello. Recuerdo que éramos jóvenes, muy jóvenes, y nos habíamos ido a vivir juntos, oh, qué escándalo. Recuerdo que la vida era endiabladamente fácil, por comparación con ahora, y recuerdo que sexualmente estábamos muy verdes. Los dos.
Y recuerdo que explorábamos con vergüenza y era una vergüenza muy morbosa. Era un vértigo, un notar que el suelo se movía, un temblor de piernas por adentrarse en lo desconocido. O en lo conocido en lecturas calenturientas, Henry Miller, Anais Nin, No Sé Qué de un escritor, o escritora, que ni recuerdo ni ganas. Pero era adentrarse en lo desconocido, conocido por novelas, no experimentado. Y recuerdo que en aquel, aquel aquello, ya sospechábamos que la tele mentía, que las novelas no reflejaban con exactitud la vida, y que la democracia era... algo "raro".
Y que si te vendo los ojos.
Y que si me los vendas tú a mí.
Y que si qué gracia que no te veo y no sé lo qué me vas a hacer.
Y el vértigo, aquel aquello.
Y que si ¡Ufff!, y la cara de vergüenza pícara. Un pensar que "jo, cómo nos pasamos y cómo mola pasarse".
Aquel aquello.
Y recuerdo que éramos raros y leíamos poesía, hablábamos de política, de sociedad, de... Y nos embrocábamos casi a chillidos. Casi. Un chillido contenido, un expresar que me chillarías y te chillaría, cabrón, hija de puta, pero sin chillar, hablando, hablando tenso.
Y recuerdo que éramos pobres. Pobres porque nos habíamos ido cada uno de su casa sin más futuro que un trabajo precario mientras estudiábamos.
Nos habíamos ido juntos. Qué locos, eh, y tal.
Y si además de vendarse los ojos nos atamos, también se podría probar.
Y las caras de vergüenza, de nuevo. Aquel aquello.
Como éramos anarquistas de la vieja escuela, sin saberlo y sin base doctrinal, teníamos muchos libros. Tener libros nos parecía que era una forma de enfrentarse contra el mundo. Aún no sabíamos que tener libros, y encima, leerlos, era de verdad una forma de enfrentarse contra el mundo. Aquel puto aquello, qué bonito era.
Me venda los ojos.
Y me ata.
Yo estoy tumbado en la cama. Vendado.
Los brazos abiertos, en plan Jesucristo o así.
Y las muñecas vendadas en los extremos de la cama.
Aquel aquello se pone a hacerme cosas. Muy lenta, así como muy de chica.
No hace falta hacer una tesis doctoral de lo que, en estas circunstancias, quiere decir "Ufff, uff, ufff".
Insoportable.
Absolutamente insoportable.
Odioso.
Tengo que tocarla y tengo que quererla. ¡Ah!, y me las va a pagar todas juntas.
No estoy bien vendado. Haciendo así como que frunzo una ceja y hago arrugas en la frente, veo sus tetas. Y veo su coño que no sé muy bien qué, porque me canso de fruncir la ceja y se me mueve la venda. Veo su coño a retazos.
Ufffffffff.
Estoy bien atado. Asquerosamente bien atado con pañuelos suaves, casi transparentes, de ponerse en el cuello. Esos pañuelos, enrollados sobre sí mismos, pueden atarles bien las muñecas, amigos. Desconfíen de su sensación vaporosa de fragilidad.
Estoy atado y quiero tocarla. Hago fuerza para tocarla. No hago fuerza para demostrarme a mí mismo que soy muy fuerte; hago fuerza porque me muero, me muero, me muero, por tocarla.
Me ha puesto muy loco, aquel aquello.
No bromeo.
Hago mucha fuerza. La mierda de estantería, donde estoy atado, donde tenemos todos los putos libros que tenemos, porque nosotros tenemos libros, es una puta mierda de baldas. Es que somos pobres. Y se va abajo la estantería, cargada de libros, sobre nosotros.
¿Cientos? Son demasiados. ¿Decenas? Es posible, es probable. Decenas de libros cayendo sobre nosotros. Después, de redoble, nos acabó de caer encima el armazón de la estantería.
Superexcitante.
La secuencia es, desde mi perspectiva, así: empiezan a caer libros pesados y yo estoy vendado. Sé que caen libros porque noto que al tirón de mis muñecas, algo cede. Me estoy cargando a la cultura o algo. Y los libros gordos duelen cuando te dan en, el muslo por ejemplo. Después ya es un cotocroc y caen muchos, todos los medianos, de golpe. Después los perdigoncillos de los pequeños, te acaban de explicar lo qué es la cultura. Y todo eso en unos pocos segundos mientras su servidor estaba pegando el polvo más excitante de su vida. Ah, y por último, el armazón de las putas baldas, de la estantería esa de la puta mierda de la madre que la parió, el diablo la maldiga.
Mi aquel aquello y yo aplastados por una montaña de libros -muchos de ellos absurdos- mientras ella me hacía lo más excitante que yo había vivido. Hasta entonces, que conste en acta.
Risas. Muchas risas. Risas sinceras hasta extenuarse.
Y después, mi aquel aquello y yo, pegamos un polvo mirándonos las caras -ya casi sin vergüenza, pero también- y riéndonos.
Y agradezco a la basura de Grey que me haya hecho recordar aquel, aquel aquello.
Fuentes: Es mío. Pero le he robado colateralmente a mi maestro Miguelillo:
Poema ¿recuerdas Aquel Cuello, Haces Memoria de Miguel Hernandez
¿Recuerdas aquel cuello, haces memoria
del privilegio aquel, de aquel aquello
que era, almenadamente blanco y bello,
una almena de nata giratoria?
del privilegio aquel, de aquel aquello
que era, almenadamente blanco y bello,
una almena de nata giratoria?
Recuerdo y no recuerdo aquella historia
de marfil expirado en un cabello,
donde aprendió a ceñir el cisne cuello
y a vocear la nieve transitoria.
de marfil expirado en un cabello,
donde aprendió a ceñir el cisne cuello
y a vocear la nieve transitoria.
Recuerdo y no recuerdo aquel cogollo
de estrangulable hielo femenino
como una lacteada y breve vía.
de estrangulable hielo femenino
como una lacteada y breve vía.
Y recuerdo aquel beso sin apoyo
que quedó entre mi boca y el camino
de aquel cuello, aquel beso y aquel día.
que quedó entre mi boca y el camino
de aquel cuello, aquel beso y aquel día.
Pues mira, no hay mal que por bien no venga si te ha hecho recordar esa historia tan tierna. Esas risas no tienen precio
ResponderEliminarNo, no pienso leer todas esas sombras de gris, a pesar de esa publicidad que le haces. Pero tienes razón, es imposible evadirse, te iba a comentar en la entrada anterior con un correo que me ha llegado con más historias graciosas del grey, pero he visto que tenías una nueva.
Me pareció ver a un lindo gatito...
ResponderEliminarXD
Aaaaaauuu...doliooó, jajaja.
ResponderEliminarClaro, a Grey, como es rico, esas cosas no le pasan. Dejé el libro en el momento en que llamó su madre a la puerta porque ya no aguantaba más (yo); y no sé si después se enrolló o no, pero casi es más apetecible que caiga un estante encima, aunque sea con toda la cultura dentro, jaja.
Bicos denait.
Te comento aquí la entrada anterior... Alguien acabará haciendo una parodia de este libro, y se forrará. Ése sí lo leeré. Éstas son otras cositas que circulan en emails, me imagino que el estilo narrativo está calcado:
ResponderEliminar- Soy una chica muy mala, -dijo ella, mordiéndose el labio-. Merezco un castigo.
Y entonces invité a mi madre a pasar el fin de semana con nosotros.
- ¿Estás seguro de que podrás soportar el dolor? -preguntó ella, luciendo unos nuevos zapatos con tacón de aguja-.
- Creo que sí, -dije yo, tragando saliva.
- Bien, pues allá vamos -dijo ella, y me enseñó el ticket de compra.
Besos
No tengo ni idea de qué libro habláis. Ya sé, ya sé que hiciste otra entrada del asunto... y creo haber leído comentarios por ahí... pero no conseguís que me entre curiosidad :P jijijijiji
ResponderEliminarY visto lo visto, me voy a conformar con tu versión, que te va a dar menos petrodólares que a quien sea que haya escrito la otra, pero te tengo más cerca jejeje
Achuchones
Lejas, en mi pueblo llamamos lejas a las baldas. Y un verso, uno sólo, de Miguel Hernández, vale lo que no podrían 50 millones de millones de sombras, aunque eso ya lo sabes. Que sabes escribir bonito más allá de de tanto cascarrabismo también lo sabes. Un abrazo, Desclasado.
ResponderEliminarA eso se le llama copular como leones, terror de las estanterías, jajajajaja. No he leído ni leeré (ni se me ocurrirá, claro) las sombras esas. Antes me hago una tortilla de fenobarbitales.
ResponderEliminarNo he leído nada del libro ese, pero vosotros...¿Pa haberos matado!
ResponderEliminarYa decía la Santa Madre Iglesia que los libros, los había muy peligrosos, no se si se referiría a vuestro percance, aunque no creo...
Besos y salud
No sé si hay parodia pero ya hay pelicula: de medio rombo y XXX, a escoger, jajaja.
ResponderEliminarComo era...aparten a los niños ¿no?
Bicos.
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