Tengo que hacer una gestión en Alicante, allí voy.
Madrugón. Llego a Alicante: luz, mar, palmeras, gente por la calle, un algo cercano a lo tropical. No consigo aparcar por el centro. Nada, no hay forma, están todos los parquings completos, me doy cuenta cuando bajo por la rampa que entra en uno, la barrera bajada y el tíquet sin salir, aprieto el botón de información, comunico que no sale tíquet y la voz metálica de la caja, habrá un enanito dentro, me contesta: "¿pero no ha visto el cartel de completo? Me cago en la mar: subir marcha atrás, de culo, rampa pronunciada con curva, doy gracias a Dios en estas circunstancias por no haber nacido chica. (Bibiana, lo retiro, ha sido una broma tonta, no me lleves a reeducar, reconozco que las mujeres conducen mil veces mejor, dos mil si hace falta. Y saltan más alto, mean más lejos y todo lo hacen más mejor. No me encierres, te lo suplico, me arrastro). A la fuerza ahorcan y aprendo a mirar el cartel antes de dejarme engullir por la boca del garaje, lo que me sirve para ver que todos están completos. ¿Pero qué pasa en esta bonita ciudad? ¿Siempre es así o me ha tocado el día mágico? Me empiezo a poner nervioso y lo canto conduciendo ojo avizor a posibles sitios:
Me estoy poniendo de los putos nervios,
de los putos nervios,
de los putos nervios.
Me estoy poniendo de los putos nervios
y me voy a cagar en san Dios.
(Letra: Desclasado. Música: desconocida, pero suena a algo familiar).
Pájaro que canta, algo tiene en la garganta.
Hora y cuarto, llevo hora y cuarto intentando aparcar. Le he dado dos vueltas al castillo, he subido y bajado por un número incierto de luminosas avenidas que van a parar al mar, he visto tías feas, guapas, desagradables y morbosas, sin estamparme contra una farola, me estoy poniendo de los putos nervios, de los putos nervios, de los putos nervios y mis oraciones consiguen un hueco para aparcar.
Me atiende una funcionaria fea y desagradable en lo personal, en el trato, pero que combina una tremenda efectividad en lo laboral. Muchas gracias, señora. Me comenta a mi pregunta, que los jueves es no sé qué de día de mercado y se pone imposible aparcar.
Son las 10:30 y tengo el día por delante de gratis para mí, gastos pagados. Me ha agobiado la ciudad y en plan anuncio "¿te gusta conducir?" y conducir me gusta mucho, decido adentrarme en el interior de la provincia. Me gusta la naturaleza toda, pero el rollo playero de camareros folla guiris lo repelo. Me gustan las playas...desiertas. Va, menos excusas, Desclasadín, y vámonos p'al monte. Mapa Michelín en ristre, veo alturas atractivas salpicadas de pequeños pueblos en "Sierra Mariola", al Norte de la provincia. Estuve enamorado de una Mariola blanquita, pecosa y casi pelirroja, cuando tenía 20 años, que no me hizo ni puto caso, bien está que ahora me vengue y penetre hasta el fondo de esta nueva Mariola, remedo subconsciente de aquella. Gano altura rápidamente por carreteras de curvas reviradas. Coche de alquiler, le doy caña en plan macarra veinteañero, como cuando pensaba más con la polla que con la cabeza. Ahora ya soy un tío casi equilibrado: pienso mitad con la polla, mitad con la cabeza. El "casi" viene determinado porque mi cabeza suele consultar con mi polla, pero aquella en cambio no atiende a razones, el pequeño animalillo ese va a su puta bola, yo ya no sé qué hacer con él, me ha salido maleducado y a ese no lo arreglan ni con educación para la ciudadanía. Empieza en las curvas a derrapar el coche, guápamente, me sube la adrenalina, tengo la máquina controlada, no teman. Una furgoneta que aparece en una curva me corta la macarrada. No ha habido peligro cierto, pero el toque de atención ya me sirve. Hale, va, vamos a dejar de hacer el imbécil que si me mato yo aún le tangaré el pasaje en la barca a Caronte, pero si mato a alguien, haciendo el gilipollas, la culpa me comerá. Jódete, polla, que ha dominado la cabeza en este lance. Ahora soy un turista tranquilo, relajado, que disfruta del paisaje, algo que yendo rápido es imposible: la situación requiere toda la atención en el asfalto. Atravieso valles feraces, cultivos de nísperos, entre peñascos de evidente calidad para escalar. Atravieso pequeños pueblos, muy pintorescos, aún con un rollo turístico muy marcado. Callosa, Polop, Guadalest... se van sucediendo los pueblecitos, se respira calidad de vida en ellos, felicidad ambiental. Penetro por fin en Mariola, ahhhhhh (sonido simulando orgasmo, ya sé que es una gracia escasa y garrula, momento zetapé, lo siento), paro y tomo de nuevo la Michelín, veo "Agres", pueblo pequeño con santuario que parece grande, es tan buen sitio como cualquier otro para comer, tal vez mejor que cualquier otro. Aparco, tranquilidad, calor de mediodía, olor a leña y silencio, veo restaurante, "Menú 8 euros", ni de coña voy a pasar tiquet de a tomar por culo de donde se supone que debiera estar, el precio me parece correcto. Entro, sitio limpio, agradable, fresco, conversación de los parroquianos sin tono elevado, televisión igualmente a un volumen discreto, joder, que a gusto voy a comer aquí, me digo, ya llevo unos cientos de kilómetros en el cuerpo, hay hambre. Me atiende un chico moreno de sonrisa franca sin doblez. Me oferta cuatro platos de primero que no recuerdo, salvo el que pido: albóndigas en salsa, me pone previa una ensalada y el agua es de litro y medio. Aliño la ensalada y mojo hasta pan en el aliño. Llegan las albóndigas y tienen regusto, poso, ¡a canela! Madre de Dios qué bueno está esto, yo que no he sido nunca muy albondiguero, santo cielo qué buen gusto para cocinar. Que me toca pedirle más pan al muchacho, que sonríe, supongo que contento por el éxito culinario conmigo.
Entre que llega el segundo, alitas de pollo, miro el móvil: "Sin cobertura, sólo llamadas de emergencia". ¡Redios!, que esto no es Agres, es el puto Shangri-La camuflado. Así ni me llamará María para volverme a decir: "Es que no doy crédito de lo animal que puedes llegar a ser, ¿pero cómo se te ocurre escribir que yo follo creyéndome una cyborg, pero, joder, ¿pero cómo quedo yo?, de loca, quedo de loca...". Bueno, sí me llamará pero le dará sin cobertura, esto es Shangri-La, sí.
Las alitas muy buenas. Las alitas poco misterio tienen para cocinarlas, quiero creer que es pollo de granja, pero no lo sé, la verdad, a mí me están muy ricas. Con las patatas y alcachofas asadas que acompañan las alitas soy inflexible: son de huerta, que está todo el pueblo rodeado de huertas y para qué coño se van a ir hasta el Mercadona a comprar latas de precocinados. Me modero con el pan, me da vergüenza pedir una tercera cesta. Postre tarta de queso igualmente buenísima. De colofón, el cortado va incluido en el precio.
Miren si me ha gustado que le voy a hacer publicidad:
El comentario que he leído lo pone fatal, no es mi caso en absoluto. Desde luego es de menú, no sé sí es a la carta también. Quizás para una ocasión especial se busque algo más sofisticado (y caro), pero para ir viajando y comida de combate, yo encantado.
¿Qué mejor que un paseo después de comer? Veo allí arriba en la montaña, a una altura ya respetable, el santuario. Pues ya está bien de placeres terrenales y vamos a sumergirnos un poco en la espiritualidad.
Foto robada de internet, no es mía.
Tomo las indicaciones que señalan "Santuario" e inicio una áspera subida por las calles del pueblo. Me hace gracia un retablo de cerámica, motivo religioso, en la fachada de una casa con la siguiente leyenda: "Asise acabo de construir esta casa en el mes de octubre de 1773" ¿Se escribía antes "asise" todo junto o es burrera del autor? Misterios... De las cartas y escritos más antiguos que he leído, no recuerdo esa peculiaridad. La gente que me cruzo me saluda arrastrando tranquilo el hola: "holaaaa", son simpáticos por aquí. Ya llegando a la salida del pueblo empiezan a aparecer "estaciones". No sé cómo se llamarán, creo que así: estaciones, lo mío con la religión es de hace ya tiempo un mutuo desconocimiento, la religión me respeta a mí y yo hago lo mismo con ella, son monolitos de piedra numerados, vaciados a cierta altura y en el hueco hay una escena pintada en cerámica de la caminata del calvario de Cristo. Llegando al final del pueblo un señor sentado a la sombra en la terraza de -supongo- su casa, tras el hola cortés me pregunta: "¿Una promesa?". Me deja totalmente descolocado. Las opciones que me pasan a vuelamente por la cabeza, me parecen groseras. "No, una venganza", "¿Qué cojones es eso de una promesa?" y así de fino es mi chico, finalmente respondo: "Excursión de sobremesa" y asiente afable. Acabo de sobrepasar la cuarta estación, hay una pareja que aparentan novios pelando la pava, sentados en la barandilla de piedra del borde del camino. El chico me pregunta: "¿Una promesa?" y ya no puedo contenerme: "No, excursión, ¿pero tanta gente hace promesas por aquí? ¿Y es eso de la promesa, algo que se pide y si se concede te pegas el pateo hasta el santuario en agradecimiento, se promete eso, el pateo?". Sin perder la sonrisa responde que sí, que viene mucha gente, y que las promesas son variadas y de previo o posterior pago, según el acuerdo que hayas hecho con el Altísimo y el pago es el pateo, eso está claro. Han creído promesa porque pegarse esa subida a las 3 de la tarde no les parece a ellos algo que hacer de gratis. Pardiez, qué cosas, la de pactos que podría haber hecho con Dios, siempre subiendo montaña arriba y abajo. Bueno es saberlo: la próxima ruta por montaña creo que entablaré negociaciones primero, a ver si cae algo. Hay un montón de fuentes por el camino. Al ganar altura suena el móvil, es María, ya decía yo que esto era una venganza, más que una promesa. Da igual, la escasa rayita de cobertura no da para hablar. Llego a la explanada antesala del santuario, sitio sombreado con fuentes y bancos de piedra vieja, la hiedra cubre una de las altas paredes del santuario. La entrada al santuario vedada por verja imponente de hierro forjado. He sudado algo, tras serenarme llegó el momento mágico de cigarrito vicioso en entorno bonito. Se está de puta madre aquí. Pienso, y no sé si tengo razón, que los sinvergonzones de los monjes suelen elegir para estas cosas de santuarios, cartujas y monasterios, sitios bastante mágicos, mientras las monjas son más urbanitas para sus conventos. Pienso que esas paredes habrán visto mucho darse por culo. Normal: la homosexualidad se dispara por lo tremendo en ese tipo de circunstancias, está bastante comprobado. Parece que al final todo el mundo busca el cariño, aunque venga por el roce y cuando no hay lomo de todo como. De todas formas, si estos sitios de encierro fuesen del ying y el yang de machos y hembras juntos, el putiferio que se montaría de líos, celos, enredos, persecuciones, lloros y peleas, sería más digno de un mal culebrón caribeño que de la paz que se respira aquí. Déjate estar: mejor que algunos se enculen a que tengamos sexo y pasión desbordada en la sierra. Dejo tan profundos pensamientos y me relajo un rato oyendo el agua de la fuente caer, los pájaros trinar, el viento mecer las hojas de los árboles y todo eso que se dice para expresar bucolismo campero. Suenan las campanas, no en el santuario, las del pueblo. Recuerdo una carencia que quiero remediar: quiero saber a qué doblan las campanas, el código para mí secreto que expresan con los distintos tonos musicales, no quiero saber por quién doblan, quiero saber a qué, qué dicen: si es a muerto, si es alerta, si es llamada...
Me voy teniendo que ir, me faltan otros cientos de kilómetros aún para volver a mi mundo habitual. Bajando, ya en el pueblo, escucho curioso el peculiar acento catalán, o valenciano-alicantino, que por eso no me pillarán discutiendo, de la gente del pueblo. Dicen "Mariola" y la "a" final no es ni a, ni e, ni o y es todas esas letras a la vez. Joder, qué riqueza en el matiz. El vocabulario es más rico que el alfabeto. Suena como "Mariolaoe" pero comprimiendo en una letra las tres últimas. Subo al coche ya para irme, vuelven a sonar las campanas y no sé qué dicen, ¿se estarán despidiendo de mí?.
Ya se me ha vuelto a ir la pinza y entrada kilométrica que me casco, joder, no tengo remedio. Marcela no me riñas.
El Desclasado ha hablado.