Culpable por haber dejado el blog a media persiana, ¿qué es ser humano sino una eterna contradicción? (y ser humana ni te cuento...), creo que tengo una buena historia para contar. Pues la cuento.
No me gusta el fútbol. No tengo nada contra el deporte; no me gusta el fútbol como espectáculo de consumo de masas. No soy gay, de momento. Soy un tío macho: cuando pasa una pelota por delante de mí, pese a no ser hombre-hombre: vasko o argentino, siento un irrefrenable impulso de pegarle un patadón, un cabezazo, un qué sé yo, un encalarla. Soy un hombre, es indudable, paso la prueba del algodón. Este partido lo vamos a ganar y tal.
Me gusta el cine. No soy gay, de momento. Soy un tío macho: películas de tiros, de puñetazos, nada de mariconadas lacrimógenas de amor, cine iraní (o checoslovaco de entreguerras: nivel de mosesualidad 7,5 sobre 10, o "nouvelle vague francesa": nivel de mosesualidad incurable), ni historias "muy humanas".
Me gusta el cine y, pese a no gustarme el fútbol espectáculo, considero a "Evasión o victoria" ("Victory") una muy buena película.
Huston es mucho Huston.
La película es sobradamente conocida: durante la II Guerra Mundial, un grupo de prisioneros aliados crea un equipo de fútbol. Los nazis, en ese estúpido empeño que llevaban de la superioridad racial - aún me estoy descojonando de cuando el negrata Owens les metió un repaso corriendo a los muy arios alemanes en las olimpiadas de Berlín de 1936; ¿a quién se le ocurre competir contra un negro corriendo, coño?, si esos están asalvajados, todo el día corriendo tras las gacelas o escapando de los leones, que lo vimos en las pelis de Tarzán-, pues decía que los nazis se empeñan en derrotar a lo grande, con un equipo ario, al equipo de futbolistas aliados.
No destapo nada, el título ya lo dice, si cuento que los futbolistas aliados planean escapar durante el partido, contando con la ayuda de la mitificada Resistencia Francesa (del gobierno colaboracionista francés parece que no se acuerda nadie y de las cientos de miles de francesas preñadas de soldaditos alemanes, no contra su voluntad, parece que tampoco nos acordamos).
Trepidante, emocionantísima, con el negro Pelé emulando a Owens, demostrando que un brasileño, negro, sambero, le da mil toreos con una pelota en los pies a un ario cuadriculado.
No hace ninguna falta que les guste el fútbol para disfrutarla. Coño, si es que hasta cae bien el garrulo de Estalón, en su papel de portero. Hale, canten La Marsellesa con el público, que es uno de los himnos más bellos del mundo
Huston es mucho Huston.
Pero Jolibud nos mintió, colegas.
La historia real que inspiró a Huston, desconozco si hay novela previa, es, digamos, "ligeramente diferente".
Exaltados, si vieron el vídeo, contagiados de felicidad victoriosa, les advierto que en esta historia real no habrá final feliz. Es lo que tienen las historias reales. Pero para fastidio de mi amigo David, habrá épica. No soy quien para negar la épica, cuando la "hayla".
En la II Guerra Mundial los que más perdieron fueron los rojos. Fueron los que más carne en el asador pusieron. Ya sé que es terrible hablar de perdidas humanas como "carne en el asador", me salió así, y si lo llego a decir de los judíos, otros que también se llevaron hasta en el carnet, quizás me cae una denuncia por el símil.
No sólo fueron los rojos los que más perdidas humanas tuvieron; es que además, en un mundo polarizado, pareció que la guerra la ganaron los oportunistas gringos, siempre dejando a Europa desangrarse para llegar ellos a rematar mascando chicle, cuando ya los contendientes están agotados. Es de muy valientes dejar caer dos bombas atómicas sobre un país vencido, al que sólo su honor, su orgullo de casta, le impide decir "me rindo". Es de muy canallas, pero esa es otra historia, no nos desviemos.
El llamado "Partido de la muerte" lo protagonizaron los rojos, no los aliados occidentales. Y el nombre ya nos da una orientación de lo que vamos a ver.
Los nazis tampoco fueron tan malos como nos han contado. Vae victis, que dijo aquel. Con el tema judío empezaron haciendo lo que todos: expulsarlos. Se planeó incluso crearles una especie de patria prisión en Madagascar, intento abortado al no controlar los mares para poder llevarlos hasta allí. Judíos, jesuitas, templarios... Cualquier grupo social organizado, solidarios entre ellos y con afán técnico y cultural, acabará teniendo un papel prominente en la sociedad. Y el resto de la sociedad, celosa, no tardará en darles boleto de salida. O lo que es peor: matarile, y de eso saben templarios y judíos (los cabrones de los jesuitas se escapan siempre). No hay más misterio, no vamos a hacer un antisemitismo de pacotilla.
En su progresivo enloquecimiento los nazis pasaron de darles a los judíos boleto de salida, a darles matarile en uno de los episodios más ignominiosos de la historia.
En el momento en el que nos encontramos el ejército nazi ya ha invadido Ucrania. Ya enloquecidos, los nazis aún no se han encontrado con los problemas que posteriormente tuvieron y dan muerte a los judíos a pie de fosa. Tiro en la nuca y al hoyo. Posteriormente tuvieron que hacer frente a problemas psicológicos graves de los soldados verdugos, e incluso la locura culpable de algún alto mando. ¿Qué coño de guerra es, qué puto honor hay en matar judíos desnudos, indefensos, a pie de hoyo? Los soldados verdugos se rebelaron, acusaron un fuerte desgaste psicológico, lo que demuestra que no todos eran psicópatas, y el delirado mando nazi varió las tácticas e inventó los gaseamientos.
Pero en la época en la que nos encontramos, 1941, aún no se han topado con esa brizna de humanidad en los verdugos, y la fosa en las afueras de Kiev, capital de Ucrania, se llama
Babi Yar. (Maia, no leas ese enlace, coño). Y aquí en Babi Yar es donde acabará esta historia.
Los nazis administran Ucrania siguiendo sus particulares métodos. Han creado entre los países satelizados una especie de liguilla de fútbol no oficial, siempre con sus rollos del deporte y todo eso. El exportero del equipo de fútbol Dinamo de Kiev, Trusevych, anda buscando trabajo en la ocupada y difícil Kiev. En la primavera del 42 encuentra trabajo en una panadería estatal regentada por Kordic, un fanático del Dinamo de Kiev, un júligan. Kordic es de origen alemán y tiene ciertos privilegios. Anima a Trusevych a buscar a sus excompañeros futbolistas y formar equipo de nuevo. Estamos hablando de futbolistas profesionales. Trusevych halla a los compañeros y nace el F.C. Start.
El Start comete un error: jugar al fútbol y ganar a todos sus contendientes, apalizarlos, restregarlos por el fango:
El último equipo, el Flakelf, es el de la Luftwaffe alemana, la aviación.
El mando nazi empieza a pensar que las victorias del Start pueden galvanizar la resistencia ucraniana, subir su orgullo, y decide tomar cartas en el asunto. El Flakelf (¡joder, cómo cuesta escribir estos nombres ucranianos y germanos!) pide revancha. Esta se fija para el 9 de agosto. De arbitro un oficial de las SS; bien, que no se diga que no hay imparcialidad. No hace falta aclarar que son las SS, aunque desconozcan que quieren decir las siglas, ya saben por las películas que son malos remalos. Ya algunas fuentes "anónimas" empieza a advertir al Start que ganar el partido no es buen naipe. Los ucranianos se pasan por el forro de los cojones estas amables, y no equivocadas, advertencias y deciden jugar como siempre.
El estadio a rebosar. Los jugadores alemanes hacen el saludo nazi antes del partido. Los ucranianos también, para gran desencanto de sus seguidores. Pero, de repente, en la posición de saludo nazi, cierran el puño, lo golpean contra su pecho y gritan: "¡Viva la cultura física!", un eslogan soviético, y el estadio empieza a venirse abajo (o arriba, según se mire) ya antes de empezar el partido.
Empieza el partido. El arbitro debe ser tuerto: no ve las constantes faltas de los alemanes y ve de más en los ucranianos. La primera hostia gorda parece que se la lleva el portero, nuestro ya conocido Trusevych, un patadón en la chola que lo deja desmayado, momento en el cual los alemanes marcan el primer tanto. No mucho más tarde va y a un ucraniano se le rompe la pierna sola, también es mala suerte, y el equipo queda con 10 jugadores, en aquella época no hay sustituciones.
El Start decide no rendirse y sorteando patadas consigue empatar. Tensión, mucha en el estadio. Antes de la media parte el Start marca el segundo. 2-1 ganan los buenos. El estadio que se sale.
En el descanso, el general alemán, superintendente de Kiev, Ebherdartdt (¿no se podría llamar Martínez?), les echa un discurso. La transcripción que tengo del discurso es la siguiente:
Bravo, habéis practicado un juego excelente y a todos nos ha gustado mucho. Pero ocurre que ahora, durante el segundo tiempo, tenéis que perder. ¡Debéis hacerlo! El equipo de la Luftwaffe no ha perdido jamás, sobre todo en territorios ocupados. ¡Es una orden! Si no perdéis, seréis ejecutados.
No se puede acusar al Martínez este teutón de no hablar claro.
¿Decidieron algo los ucranianos o les salió de natural? No lo sé, pero el caso es que como el Martínez hablaba alemán, quizás no le entendieron, vaya usted a saber, y los ucranianos salen a ganar. Salen a suicidarse.
En la segunda parte la atmósfera se puede cortar con un cuchillo en el estadio. Las hostias, como panes, van que vuelan y siempre se las llevan los de la estepa. Cada equipo marca dos goles, lo que sigue dejando al Start triunfante por 5-3. El final del partido se acerca. Los ucranianos saben que están muertos, deben saberlo, no se entiende, de no ser así, la increíble vacilada final: el defensa Klimenko toma la pelota, sortea a todos los alemanes que le salen al paso, cruza el campo, el portero alemán se ha adelantado, viéndose solo, para atajarle, Klimenko regatea igualmente al portero y queda solo ante la portería. Y entonces lo hace: se da la vuelta lentamente, deja a su espalda la vacía portería, y da un puntapié burlón al balón lanzándolo hacía el medio del campo, perdona un gol a la raza chuperió.
El arbitro de las SS, ciego de ira, pita el final del partido faltando tiempo para este.
Y esta vez el estadio se viene literalmente abajo: se tiran al campo, la masa arrolla a los guardias que, temerosos de un linchamiento, disparan al aire para tratar de detenerla.
Tres jugadores ucranianos van a tener suerte: en la confusión conseguirán escapar y sobrevivirán a la guerra, entrarán en la leyenda.
Pocos días más tarde el capitán y guardameta Trusevych, de rodillas frente a la fosa de Babi Yar, recibirá un tiro en la nuca. Ese balón no pudo pararlo. Antes de morir cuentan que le dio tiempo a gritar: "¡El deporte rojo jamás morirá!". Le acompañan otros 4 ó 5 jugadores más, según versiones. Ellos también entraron en la leyenda: hay una estatua de ellos frente al estadio Dinamo de Kiev. Pero es mejor entrar en la leyenda muriendo de viejo, luce más, dónde va a a parar.
No me pidan que les ponga nombre a las caras, que les diga quién es Trusevych; no tengo ni puta idea, dudo incluso de que sea el Start de la leyenda.
Fuentes: una historia como está tiene múltiples versiones. A mí me la ha descubierto el gabacho Laurent Binet en el excelente ensayo novelado
HHhH. Según palabras del gabacho: "Existe un increíble número de versiones de ese legendario partido de la muerte". De entre todas las versiones, él escogió esta como la más
verosímil. Yo, sin tiempo ni medios para investigar, y sabiendo que los soviéticos en plan propaganda, cuando no directamente mentiras, no se quedaban mancos, me fío del gabacho y les he contado la misma versión. Pero si van a la Wikipedia buscando "partido de la muerte", se encontrarán ya otra versión diferente.Qué más da, es una buena historia y es indudable que ganaron el partido, que 3 consiguieron escapar y que al resto le dieron matarile.