lunes, 28 de febrero de 2011

Se subasta niño, me parece.

Poco dado al "niñerío", esa afición a estar feliz mirando niños y poner cara de encandilado viéndolos (no, no hablo de pederastia), bromeaba el otro día con India. Puso fotos (bonitas) de sus hijos y como no sé qué decir en estos casos, le dije que cuánto pedía por el pequeño y qué precio me haría si me llevaba a los dos. Bien, hay confianza, se capta por parte de ella mi broma y no hay más problemas que reírse sin más consecuencias. Una vez más me salvé por mis salidas de tono, debo tener un ángel de esos de guarda.
La mayoría de ustedes conocerán "ebay", o les sonará que es una casa de compraventa por internet, que, si no me equivoco, utiliza el método de subasta: usted anuncia algo por un precio, la gente puja y cuando a usted le conviene una puja vende. Hasta aquí todo normal.
Me despierto esta mañana y voy a ver el correo antes de ponerme a trabajar, cualquier excusa es buena para retrasar el trabajo, soy muy español, mucho. Tengo los correos en "Yahoo", no por nada especial, porque vendría así la cosa en su momento cuando me los hice, me resultaron sencillos, por cualquier cosa, no sé ahora...
Le doy a la página para entrar en Yahoo, esa en la que pones tu dirección de correo, la contraseña y dándole al enter entras en el correo.
Y me quedo paralizado:
Imagino que ya han visto lo que anuncian en el babero del tierno infante, digo yo que será chico porque no le veo pendientes, pero no se fíen mucho de mi que para estas cosas no tengo ojo. No, no quiero iniciar ningún debate sobre si está bien o mal perforarle a las niñas las orejas de bebés, o si está bien que se las perforen, junto a las narices y otras partes, las niñas y los niños cuando son más mayorcitos y se vuelven perroflautas o asimilados, me la suda ese debate.
Atención al eslogan, eh: "cualquier cosa que te propongas".
¿Y cuánto pedirán por el chiquillo? Parece estar bien gordito. ¿O será el babero lo que vendan? ¿El trabajo infantil no estaba prohibido? ¿O eso es sólo una hipocresía y poner a niñas menores de 10 años vestidas de putas (finas que es para el Vogue) es fashion?
Donde hay leopardo, si no hay puterio se está en el límite, háganme caso:
Coño, lo del Yahoo, si al menos fuese la morenita de la madre la que llevara la marca del ebay, yo pujar no pujo, pero sabiendo que está abierta a ofertas la invito a cenar, a ver si nos caemos bien.
Todo esto da un poco de asco, por fortuna estoy seguro de que tanto en el caso del bebé gordezuelo que parecen subastar, como de las pobres niñas vestidas de no sé qué, las autoridades pronto pondrán remedio. A ver si acaban sus padres en la cárcel, no me disgustaría eso ¿O acaso creen ustedes que las autoridades callan como putas (estos sí son putas y además no finas) ante todas estas cosas?
Igual me subasto yo también; soy adulto y si me saco un dinerillo... O mejor no, que ya me veo que no puja por mí ninguna mujer, se me llena de maricones viejos la puja y el dinero es muy goloso, no permitas, oh Dios, que me meta de chapero caro a estas alturas. Además esto es como lo de la dronga, que se empieza por el porro y vas a más; se empieza pidiendo mucho de chapero y cuando el hambre aprieta te vendes por 5 euros. Antes morir que perder la vida.
Bueno, va, voy a ver el correo de una puta vez.
Voy a estar muy liado los próximos días, aprovecho para saludarles.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Incorrección política, grado sumo, abstenerse delicados (y delicadas).

La banda baleárica de los de "Como un pato mareado" son extremadamente incorrectos políticamente. Gentuza de esa que en un proceso prerrevolucionario cumple el papel de agitadora de masas, que no despiertan simpatías ni a izquierdas ni a derechas, ni siquiera al centro, pero que la gente lee a escondidas a ver qué salvajadas dicen. Puta carne de cañón, eso lo sabemos todos, hace falta gente así, eso también lo sabemos todos, cuando los fusilen todos miraremos a otro lado, eso no querremos admitirlo nadie en nuestra biografía adornada.
Como voy de culo con mis líos, recurro de nuevo al copiapega. Como supongo que con esto ya leerán a los michel's a escondidas, no copiapegaré más de ellos.
Aparten a los niños:
------------------------------------------------------
TRIPI DICE:
Advertencia de contenido: Si es Vd. detractor de D. Sº Berlusconi, pare aquí. 
Deje de leer. Cásquesela.

Reproduzco fielmente en estas latitudes, en el acogedor lar de Michel, y ajustándome a la más estricta realidad y literalidad, la misiva que en fechas recientes, el pasado miércoles día dieciséis de los corrientes, conseguí, no sin esfuerzo, plasmar sobre un papelucho que a la postre tuve el sublime honor de remitir al ilustrísimo Signore Don Silvio Berlusconi, Honorable Presidente de  italiana, quien a su vez, con igual o mayor gozo que el mío, acogió en su bendito regazo. Reproduzco también, abreviándola un cacho por razones espaciotemporales, la cariñosa contestación que Su Usía, “quello benditto cappocagnonieri di Milano”, tuvo a bien hacerme llegar al poco de despachar con mi arenga, enriqueciendo, aún más si cabe, mi rebelde y errante espíritu.
Quiera Vd. Don Silvio que un servidor pueda, pese a tantas cornadas que le ha dado la vida, expresarle la alegría que le invadió cuando halló su correspondencia en el buzón de la furgo. Sin duda que la popular nomenclatura de Il Cavagliere la ganó Su Usía, tiempo ha y por reiteración, a pulso.
Con todos nuestros respetos, Commendatore, Bacciamo le mani.
Tripi y Yonki.”
Ergo, titulemos a esta cosa algo así como “Lo sé, Don Silvio, lo sé”, en homenaje al mejor Presidente de todos los tiempos. Y a quien no le guste o a quien se la vea venir, ya lo sabe, que pulse el botoncito de Off (la crucecita de la parte superior derecha del monitor) o el 6 de , que más o menos es lo mismo. O que, directamente, se ponga de cuclillas, coja el ordenador y se lo meta de canto por el culo, procurando no sangrar.
Ale pues. Vamos a acortar esto, ostias¡¡¡

Son Banya, a 16 febrero de dos 2011.

Admirado Presidente de  italiana.
Admirado amigo y compañero.
Admirado macho cabrío y, ante todo, admirado “hombre” que Su Usía es. A secas.

Vaya por delante, Don Silvio, y para que conste en acta, que cuánto pueda expresar hacia Vd. en este humilde misiva, lo hago traicionando mis principios, inclusive renunciando a mi lenguaje zafio y soez. Verá Vd., Presidente, que en mi perfil advierto que contra esos hijos de puta de la política no va un servidor con milongas. Sinceramente, querría yo ejecutarlos a sangre fría. Quemarlos a lo bonzo, así de claro. A todos, sin excepción: a los de derechas, a los de izquierdas, a los de centro, a los nacionalistas, a los conservadores, a los liberales, a los comunistas, a los republicanos, a los demócratas, a los fachas, a las feministas (a ésas, doble ración de queroseno), a los progresistas (a ésos, triple), a los talibanes, a los independientes, a los estatales, a los autonómicos, a los locales, a los ecologistas, a los tránsfugas... absolutamente a todos. Si por mí fuese, Commendatore, en esa hoguera ardería hasta el mismísimo Pancho Villa. Lo sé y lo siento, Don Silvio, pero es que en ocasiones me caliento y me entran pensamientos homicidas. De hecho, y a sabiendas de qué pie cojeo, los subnormales de Sortu me han enviado ya el carné de socio del partido, con un extra en forma de bono-regalo-bomba-lapa; carné que, por otra parte, tanto me gustaría meterles a ellos mismos por el culo. Suerte tienen Vds. en Italia que desde los tiempos de Cannavaro no han tenido terroristas. Y que desde que expulsaron a la estirpe de los Saboya, el horizonte transalpino reluce limpio y cristalino. Por cierto, ¿quiere Su Usía que le haga una coplilla que rime con Saboya? Dejémoslo para otra ocasión, Don Silvio, que a mí la poesía se me da de pena.
Puede, admirado Presidente, que sea Vd. un notas; casi seguro que lo es, o al menos eso es lo que dicen. Pero quiero yo desde aquí transmitirle mi absoluto respeto y solidaridad, en especial por ese lío de faldas que tantos ríos de tinta y de mala leche ha hecho correr. Y ello porque un servidor piensa que tampoco es plan arrearle, al menos de entrada, un uppercut en su licuante hígado. Como diría mi amigo Michel, “sutilidad”, una bonita palabra cuyo significado, por vacío, no acaba de convencerme. En fin, Ilustrísima, abreviando, que es gerundio.
¿Sabe Vd, Don Silvio, qué es lo que se echa en falta hoy en día, máxime en la política?
Se lo diré: al hombre del anuncio de brandy Soberano, ése de pelo en pecho; o al de electrodomésticos Balay, que contenta a su mujer regalándole una plancha cojonuda para que la muy arpía tenga la boca cerrada de una puta vez y no se vaya al bingo a malgastar los cuartos que su marido, día sí y día también, trae a casa en sobre cerrado, lacrado y humedecido con el sudor de su frente. Dígalo Vd. ahora, Commendatore, y le meterán un paquete de dos a tres años en el trullo. Esto está muy jodido, créalo. En Italia no lo sé, pero hoy en día en España casi todos son maricones. Y ellas, feministas. Y encima, lo que nos faltaba, progres.
Lo sé, Don Silvio, lo sé, pero despierte. Haga Su Usía el favor de espabilar, que esto no es  Darwin que todas esas desviaciones son cosa de la evolución; y que acabar encamado con uno o unos cuantos de su propio género no es más que la lógica consecuencia de alguna extraña regla de la física o de la intrínseca naturaleza humana. Discrepo yo de Darwin, Don Silvio, y mucho; y no es que un servidor sea un pensador, ni un científico, ni un filósofo, ni un homófono, ni nada por el estilo. Creo yo que el tipo ése del Darwin, en su día, además de socialista, no fue más que un zoofílico que se tiraba a los monos, de ahí sus estúpidas conclusiones y teorías evolutivas. De haber nacido en el siglo veintiuno, seguro, hubiese acabado presentando un telenoticias de , junto a todas esas guarras malnacidas que gimen y se corren cuando pronuncian el sacrosanto apellido Berlusconi. Sí, Don Silvio, sí, lo sé. De nuevo lo sé. Cuando tenga Vd. un momento y pueda lanzar una Opa sobre esa cadena de progres, aparte de follarse por el ano a Milikito, no se olvide de fulminar a ese rebaño de golfas, que no hacen más que hincharse a pronunciar su santo nombre en vano. Por cierto, Presidente, piensa quien suscribe que en su propia cadena, en Tele Cinco, hace falta un poco de mano dura, pues la cosa se ha salido de madre y hay mucho maricón. Además, cuando en los noticiarios hablan de su lío de faldas y que la fiscalía le quiere empurar, muestran todos esos locutores una sonrisilla pícara que denota que a Vd. también se la tienen jurada. Lo sé, Don Silvio, lo sé. El que manda no es Su Usía, sino ese Comité de Empresa tan reaccionario que muerde la mano de quien le da de comer.
Discúlpeme el lenguaje, Don Silvio, pero es que hay momentos en los que mi fuego interior se desborda ante la injusticia y el linchamiento al que se está viendo sometido. Vd. me entenderá, ¿verdad? Me caliento y me caliento y cuando me doy cuenta tengo las pulsaciones a más de doscientos. Y estando en reposo canuto en boca.
Pues como le decía, Presidente, sabrá Vd. que en España la cosa está jodida. Desde que llegó el de la ceja, que se parece al primo retrasado de Mr. Bean (a quien, por cierto, se la chupan unos cuantos subnormales que viven en chalets con piscina –todos ilegales- y que de tanto en cuanto se ponen una chaqueta de pana con coderas, prestos para alzar el puño y dar el pego), todo ha ido a la puta. El de antes, el de bigotito, también era trucha, porque se le fue la olla y acabó creyéndose Jesucristo. Es cojonudo, ¿eh?, pero cuanto más largo era el mandato de Chemari, más se le acortaba el mostacho. Empezó éste asomándole por las comisuras de los labios y acabó acotado en un pegote de tres o cuatro centímetros bajo el eje central de su nariz, como el de ese hijo de puta alemán que allá por los años cuarenta montó el pollo en toda Europa. Putadas que pasan. Qué le voy a contar yo ahora, Don Silvio, con lo ocupado que debe de estar Vd. lamiendo el coño de 
Vamos a ver, Presidente ¿Porqué ostias le acusan de violador, incitador a la prostitución y de abuso de poder?
Lo sé, Don Silvio, lo sé.
Por envidia. Y porqué son más putas que las gallinas.
Humildemente, si le parece, le daré mi opinión. Tiene Su Usía setenta y cuatro tacos, si no voy mal. O sea, que aunque se conserve tan bien y tenga esa frondosa cabellera de Tarzán, incluso aunque cante tan estupendamente, nos guste o no, ya no es un chaval. En cambio, la prostituta ésa, la marroquí,  o Destrozapollas, ronda los veinte añitos. En el día de autos, es decir, cuando se la folló, parece ser que esa perra tenía tan solo diecisiete y que, por ende, era menor. Y yo me pregunto: ¿quién se folló a quién? Me refiero, Don Silvio, a que todas esas fulanas vienen ya más espabilaas que el tato y más folladas que la cabra de la legión. En otras palabras, que si alguien violó a alguien fue ésa moraca a Su Usía; conclusión lógica, por otra parte, habida cuenta que la tipa era más alta, más fuerte, más musculosa y mucho más joven que Su Ilustrísima. Luego, de entrada, lo de acusarle de violación suena a chiste. O a pedo. Además, ¿quién nos asegura que la lumi ésa era menor de edad? Verá Vd, Don Silvio, mi amigo Abdul es marroquí, y su N.I.E., en concreto el apartado de la fecha de nacimiento, está en blanco. ¿Sabe Su Usía porqué? Porque estos moros, además de llevar un sistema numérico diametralmente opuesto al nuestro, no tienen puta idea de cuándo nacieron. En el año de las lluvias, o en el año de la gran tormenta. Cosas así, genéricas, indeterminadas, utilizan para cifrar su edad. Por tanto, a mi humilde parecer, , además de veterana, venía tan o más descorchada que el ojete de la mujer de Pipi Estrada, con lo que huelga decir que mal pudo Vd. forzar o prostituir a semejante .
Distinto hubiese sido, por el contrario, si le hubieren pillado sacando el rabo en una guardería o intentando meter mano a un bebé en el taca taca. Otro gallo cantaría, Don Silvio, y mi apoyo, al menos, no sería tan explícito. Pero bueno, son tan solo eso especulaciones en las que no quiere un servidor extenderse, no vaya a dar alguna mala idea a todos esos bastardos cuya cabeza quieren ver reposar en una bandeja de plata.
¿Y lo del abuso de poder?
Lo sé, Don Silvio, lo sé.
Cuando el otro día vi por la tele esa manifestación de feministas, plagada de guarras de ésas que en la vida se han depilado las piernas ni los sobacos, tuve un ataque de gota. “Dignidad” era el lema de la revuelta. ¿Dignidad? Vamos a ver, soputas, Su Usía, tiempo ha, contrajo matrimonio con Doña Verónica Lario, una actriz de medio pelo cuyo mérito principal en su lúgubre existencia ha sido el de pegarse la vida padre a costa de mamar la ubre y la chequera de Don Silvio. Resulta que ahora, cuando la tipa ésta caza a Su Ilustrísima echando una canita al aire, monta en cólera y se larga. O, mejor dicho, intenta largarlo a él. Tras unos tiras y aflojas, ambos pactan los término del divorcio. Y resulta que Su Usía, caballero ahí donde los haya, se compromete, y a la postre cumple escrupulosamente, a entregar a diversos inmuebles por valor aproximado de treinta millones de Euros, aparte de una renta mensual de casi quinientos mil Euracos, lo que en pesetas son unos ochenta y pico millones y, en liras, con tantos ceros, una cantidad ingente de dinero. Y luego piden, o mejor dicho exigen, “dignidad”. ¿Serán putas? Un hombre, un gentleman, que enmienda su pequeño error poniendo por montera una renta desorbitante a su ex concubina, que a buen seguro ésta fundirá a base de comer las pollas de sus mayordomos y chaperos, ¿debe encima soportar que le exijan que se comporte dignamente?
¿Acaso no es ésa la mejor prueba de dignidad?
Lo sé, Don Silvio, lo sé. A mí también me da mucha rabia. Si se lo digo yo, que son unas putas.
¿Qué más quiere que le diga?
En fin, Don Silvio, debería un servidor ir concluyendo, aunque no será por ganas de seguir mostrándole mi apoyo y de jorobar a esas golfas.
Siga Vd. así, Ilustrísima. Fólleselas a todas. No deje pie con bola. Tenga hijos bastardos y procure que las furcias se le amorren al pilón. No baje la guardia. Por cierto, ya que estoy le confesaré un secreto, Commendatore: junto a un póster de windsurf que me regaló Storbo, he colgado en el salón de la autocaravana una gran foto suya, con marco dorado y tallado, de esos tan horteras que los palestinos utilizan para rematar los retratos del moraco de Arafat. ¿Y sabe qué le digo? Que cada vez que por la tele vea que le quieren tocar los cojones, me lanzaré a la calle, cuadro suyo en mano, para seguir mostrándole a nuestra corrupta sociedad mi incondicional apoyo a su noble persona.
Lo sé, Don Silvio, lo sé. No hace falta que me dé las gracias.
Reproduzco seguidamente la breve pero intensa contestación de Su Ilustrísima.
-------------------------


Palazzo Quirinale
Piazza dei Quirinale. Roma
Presidenzia

Citá de Roma, venti da febriaio da dua mila undici.

Tripi:

In la mia vitta, ho visto tantissimi bastardi, ma nessuno come te. Vai a fare il culo, figglio della grandissima puttana que sei.

S.B.
-------------------------
Que, traducido, viene a significar algo así como “gracias por tu solidaridad y apoyo incondicional, Tripi. Considérate en tu casa”.
Jo, menuda ilu me hizo la respuesta del presi¡¡¡
Dedico la rayada de hoy a:

1) Mister Mierdas.- Porque hablando se entiende la gente. Hablando claro, quiero decir. Nada de pene, sino polla. Nada de vagina, sino coño. Nada de hacer el amor, sino follar. Al pan pan, y al vino vino. Marcando paquete.

2) Desclasado.- Porque lleva un ritmo que ni Indurain en sus mejores tiempos. Y también porque Don Silvio le pone, a su manera, pero le pone. Y porque, por suerte, la Pajín no lo hace.

3) EgoitzNostromo.- Porque es un tipo simpático, que escribe de cojones y que cuando le pides algo te da unas explicaciones de puta madre.

4) Sr. Mono.- Porque tiene infinita paciencia al recibir y leer mis escritos, y porque sólo tiene buenas palabras hacia mí.

5) Mi hermano Rabo.- Porque lleva más de veinte años martirizado con una almorrana del tamaño y la forma de una ciruela pasa y el pobre ha tenido que invertir una pasta en tubos de Hemoal.
TRIPI HA DICHO.




martes, 22 de febrero de 2011

Días de mierda y glamour.

La realidad es que este blog lo leen cuatro amigos. Como buenos amigos, practican una compasión sincera y me dicen lo bien que escribo. Como yo soy imbécil y la adulación es la más poderosa de las armas, nadie es totalmente inmune a ella, acabo creyendo que soy un gran escritor, aunque nadie salvo cuatro amigos me lea. Soy un artista, esto queda fuera de toda duda, lo que ocurre es que el pueblo español es analfabeto y no aprecia, no acuden en masa a leer mi arte escrito, mi luz hecha verbo, mi prosa a veces maldita e inquietante, a veces sensual y relajante; mi verso, que a veces de un verde claro como un jazmín encendido y otras veces pretendidamente ácido y rimbaudiano como cuervo mal herido.
Merezco poder vivir dignamente sólo por escribir este blog; soy un artista y yo lo merezco. Que sólo lo lean cuatro amigos no ha de ser impedimento... ¿Desde cuando el arte se ha de someter a la dictadura del mal gusto de las masas?
Se me debe subvencionar por escribir este blog, de lo contrario las letras morirán. Las letras españolas, además. Las apelaciones al patriotismo cuando son "culturales" suelen dar buen resultado.
Además de esta subvención estatal que saldrá de sus impuestos, los españoles deberán pagar un canon al comprar soportes de grabación informáticos, para compensar de alguna manera por cada vez que copien artículos de este blog. ¿O acaso quieren que las letras españolas mueran?
Se me invitará a la fiestas donde irán las muy feministas ministras españolas patéticamente vestidas de cabareteras de alto standing, como esta, (pero sin fumar en público):
Aunque después, tristemente se queden en esto (fumando a escondidas en los retretes):
No nos plantearemos qué coño hacen estas inútiles vestidas de Gilda de barrio de polígono industrial, seguramente el modelito también pagado de nuestros impuestos, porque el apoyo al arte de las letras españolas, bien merece que señoras que nos representan jueguen a princesas horteras de una triste copia de la peor escenificación de la industria cinematográfica norteamericana, que son los Óscar jolibudenses. Cinco millones de parados necesitan circo y estas cosas las agradecen.
Entre la banda de amigos nos premiaremos unos a otros, nos daremos...hummm...pongamos el premio "Blogoya".
Quizás ustedes en breve me vean engolado, altivo, distante, especial... Me seguirán leyendo cuatro amigos y, seguramente, se habrán sumado a leerme cuatro inseguros que creen que deben leerme porque yo soy un artista y hay que presumir de haberme leído, pero eso no importará porque yo ya seré reconocido como un artista de las letras españolas y viviré de lujo a base de sus impuestos y de la estupidez humana. 
¿Seguiré escribiendo la misma mierda? Ejem...las rebeldías están bien para empezar, pero luego la realidad se impone y el beso del poder en forma de billetes marca la hoja de ruta: mejor escribiremos relatos donde el hombre que no sea maricón sea un machista, historias de la guerra civil con buenos y malos absolutos, temas de mujeres emputecidas por culpa de los hombres y mujeres emputecidas porque son muy libres, asuntos de mujeres que son mucho más listas que los hombres, historias de tribus indígenas con un nivel ético muy por encima de los occidentales, no importa que apaleen a sus mujeres; es su cultura y hay que respetarla, cuentos donde todas las abuelas de pueblo son lesbianas y fuman marihuana a diario, rollos donde todos los curas son pederastas, fábulas donde una inmigración descontrolada sin ninguna intención de integrarse, es lo mejor que puede pasarle a un país.
Sí: trabajaremos para el Capital, que es quien paga. Trataremos, en una especie de ingeniería social mediática, de crear un país que no existe más que en reductos marginales, dando la impresión de que mayoritariamente el país es así y lo moderno es ser así, como un modelo a seguir para no estar fuera de juego. Exactamente igual que el modelo social que imponía el "Landismo", pero en progresista. "Atado y bien atado", dejó dicho el poeta.
Quizás dejen de leerme mis cuatro amigos. Que se vayan a la mierda si no comprenden el arte. Las letras españolas necesitan ayuda, no podemos dejarlas morir. Y la farlopa que me meto no la regalan, joder, y la necesito para poder seguir escribiendo, para que ustedes, ignorantes, disfruten de mi arte.
Si el cine español ya cobra 20 millones de euros más en subvenciones que lo que recauda en taquilla, ¿por qué no hacerlo también con mi blog?
Y lo que tendremos que hacer a toda costa es acabar con los disidentes, con los que pretenden ir por libre, los traidores. Como dice ser este tipo: Un director amenazado por hacer cine sin subvención. (1)
Y ya que hemos acabado hablando de cine, un bloguero subvencionado sabe de todo y de todo habla con rotunda seguridad aunque no tenga ni puta idea de nada, como aún mantengo una actitud rebelde me permito recomendarles tres películas que demuestran que el cine español, si le dejan, sabe hacerlo. Tres películas que ustedes seguramente no conocerán, ni creo que "convenga"  que conozcan. Tres malditas:
El corazón del guerrero. Online pinchando el enlace. Enmascarada de fábula al estilo cimeriano de Conan (no de Homero), una sorprendente crítica a la partitocracia con una no menos curiosa historia de amor con una puta que no es maja, ni lista ni sensible; es una pobre desgraciada, qué raro...
Surcos. Online en el enlace. Imprescindible. Cine falangista antifranquista o muy crítico con el régimen. La mejor muestra de muy crudo realismo español. Incomoda, tierna, dura, veraz... Aún hoy no se entiende cómo pasó la censura. Esto no es una fábula y aquí no hay historia de amor (salvo una) y los sucedáneos que hay son sucios, tristes, canallas, por parte de ellos y de ellas. Igualitarismo (del que no gusta) avant la lettre.
Casas Viejas: el grito del Sur. Online en el enlace. Vamos a dejarnos de tonterías sobre la maravillosa República española, vamos a hablar en serio.
Y esta canción la pongo porque voy a ser una blog Star subvencionada, nena, como Dios y el progresismo mandan:

El Desclasado les mirará por encima del hombro porque es un artista, no es nada personal.
(1) He "conseguido" la película "La herencia de Valdemar", según algunos una buena adaptación de Lovecraft. Veremos este muchacho qué ha hecho sin cobrar subvención...

lunes, 21 de febrero de 2011

Lucha de sexos sin cuartel: los machos contratacan.

Del divertido blog de Fiebre, me traigo (robo) esta viñeta que debiera ser asignatura obligatoria escolar para todos los pequeños machos, al objeto de (no) comprender algo de la sicología femenina. (No se entienden ni ellas mismas; no emprendan hazañas condenadas al fracaso de antemano).
Ya saben: pinchen para hacerla gorda, lo de siempre:

Otro claro ejemplo de insensibilidad machista, uno más. Algo que de seguro a ustedes jamás les ha ocurrido, ¿verdad?
A veces digo que las mujeres no quieren hombres: quieren telépatas. Pero eso tampoco se ajusta del todo al detalle: quieren telépatas volubles, amoldables a sus cambios de carácter: lo que ayer "telepatizaste", hoy no sirve porque el tablero, la mujer, de nuevo ha cambiado. Si divertidas son un rato. A veces...
Se admite meterse con los hombres: como hablábamos en la entrada anterior, la guerra a veces es necesaria.
Esto es culpa de Fiebre, a mí no me miren.

domingo, 20 de febrero de 2011

"Memoria histórica" de la que no gusta a casi nadie.


Bueno, a mí esta "memoria histórica" sí me gusta. Entrecomillo lo de "memoria histórica" porque el mismo concepto es una soplapollez como un piano de gorda; algo muy orwelliano en sí, algo como discriminaciones positivas y esos conceptos que una palabra contradice a la anterior y nos quieren meter con calzador como una clara forma de doblepensar relativista, para que nunca sepas qué suelo pisas y tanto valga 8 que 80,  y me llevo 2 si así lo demanda el pogreso y el futuro. La memoria es selectiva, interesada, distorsionadora... humana al cabo. La Historia es otra cosa, debe ser otra cosa, bastante alejada de la tramposa y subjetiva memoria de alguien que "crea recordar" o "políticamente nos interesa recordar", la Historia debe ser objetiva, documentada y lo menos tendenciosa posible. Y eso no interesa a casi nadie porque casi todos tienen mucho que callar. 
Traigo un texto menor de Orwell, corto y asequible para leer en un rato, más corto e igualmente sincero que su "Homenaje a Cataluña".
Orwell hoy es un icono social, pero recordemos que en su época fue repudiado por toda la "intelectualidad" europea, intelectualidad que, mayormente, sólo había visto una trinchera en fotos, intelectualidad que no tuvo que salir por piernas de España perseguido por los de su bando; los estalinistas. "Fuego amigo", que se dice. Intelectualidad que hasta hace 3 días, aún estaban loando las maravillas de esas ciudades balneario de juegos de invierno llamadas gulags. Intelectualidad de chichi y nabo, de sopa boba, de ver si follo haciéndome el progre ya que soy más feo que una mierda, intelectualidad que sirve a sus amos, rara vez a la verdad.
Memoria histórica al fin y al cabo; habla de lo que recuerda, pero me parece que recuerda mejor que muchos otros.
La foto es de Centelles y el texto copiado de internet. Si hay problemas lo borro.
Entrada de la serie "Titanes del copiapega".


 RECUERDOS DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA.
I.
En primer lugar los recuerdos físicos, los ruidos, los olores, la superficie de los objetos. Es curioso, pero lo que recuerdo más vivamente de la guerra es la semana de supuesta instrucción que recibimos antes de que se nos enviara al frente: el enorme cuartel de caballería de Barcelona, con sus cuadras llenas de corrientes de aire y sus patios adoquinados; el frío glacial de la bomba de agua donde nos lavábamos; la asquerosa comida que tragágamos gracias al vino abundante; las milicianas con pantalones que partían leña y la lista que pasaban al amanecer, en la que mi prosaico nombre inglés era una especie de interludio cómico entre los sonoros nombres españoles: Manuel González, Pedro Aguilar, Ramón Fenellosa, Roque Ballester, Jaime Doménech, Sebastián Viltrón y Ramón Nuvo Bosch, cuyos nombres cito en particular porque recuerdo sus caras. Exceptuando a dos que eran escoria y que sin duda serán ahora buenos falangistas, es probable que todos estén muertos. El más viejo tendría unos veinticinco años; el más joven, dieciséis.
Una experiencia esencial en la guerra es la imposibilidad de librarse en ningún momento de los malos olores de origen humano. Hablar de las letrinas es un lugar común de la literatura bélica, y yo no las mencionaría si no fuera porque las de nuestro cuartel contribuyeron a desinflar el globo de mis fantasías sobre la guerra civil española. La letrina ibérica en la que hay que acuclillarse ya es suficientemente mala en el mejor de los casos, pero las del cuartel estaban hechas con una piedra pulimentada tan resbaladiza que costaba lo suyo no caerse. Además, siempre estaban obstruidas.
En la actualidad recuerdo muchísimos otros pormenores repugnantes, pero creo que fueron aquellas letrinas las que me hicieron pensar por primera vez en una idea sobre la que volvería a menudo: «somos soldados de un ejército revolucionario que va a defender la democracia del fascismo, a librar una guerra por algo concreto, y sin embargo, los detalles de nuestra vida son tan sórdidos y degradantes como podrían serlo en una cárcel, y no digamos en un ejército burgués». Ulteriores experiencias confirmaron esta impresión; por ejemplo, el aburrimiento, el hambre canina de la vida en las trincheras, las vergonzosas intrigas por hacerse con las sobras del rancho, las mezquinas y fastidiosas peleas en las que se enzarzaban hombres muertos de sueño.
El carácter de la guerra en la que se combate afecta muy poco al horror esencial de la vida militar (todo el que haya sido soldado sabrá qué entiendo por el horror esencial de la vida militar). Por ejemplo, la disciplina es idéntica, en última instancia, en todos los ejércitos. Las órdenes se tienen que obedecer y cumplir con castigos si es preciso, y las relaciones entre mandos y tropa han de ser relaciones entre superiores e inferiores. La imagen de la guerra que se presenta en libros como //Sin novedad en el frente// es auténtica en lo fundamental. Las balas duelen, los cadáveres apestan, los hombres expuestos al fuego enemigo suelen estar tan asustados que se mojan los pantalones. Es cierto que el fondo social del que brota un ejército influye en su adiestramiento, en su táctica y en su eficacia general, y también que la conciencia de estar en el bando justo puede elevar la moral, aunque este factor repercute más en la población civil que en los combatientes (la gente olvida que un soldado destacado en el frente o en los alrededores suele estar demasiado hambriento, o asustado, o helado, o -por encima de todo- demasiado cansado para preocuparse por las causas políticas de la guerra). Pero las leyes de la naturaleza son tan implacables para los ejércitos «rojos» como para los «blancos». Un piojo es un piojo y una bomba es una bomba, por muy justa que sea la causa por la que se combate.
¿Por qué vale la pena señalar cosas tan evidentes? Porque la intelectualidad británica y estadounidense no reparaba en ellas entonces, como tampoco lo hace en la actualidad. Nuestra memoria flaquea en los tiempos que corren, pero retrocedamos un poco, excavemos en los archivos del //New Masse// o del //Daily Worker// y echemos un vistazo a la romántica basura belicista que nuestros izquierdistas nos lanzaban antaño. ¡Cuánto tópico! ¡Cuánta insensibilidad y falta de imaginación! ¡Con qué indiferencia afrontó Londres el bombardeo de Madrid!
No me estoy refiriendo a los contrapropagandistas de derecha, los Lunn, Garvin y otras hierbas, que aquí se dan por descontado. Me refiero a las mismísimas personas que durante veinte años habían abucheado y criticado la «gloria» de la guerra, los relatos de atrocidades, el patriotismo, incluso el valor físico, con unos argumentos que habrían podido publicarse en el //Daily Mail// en 1918 cambiando unos cuantos nombres. Si con algo estaba comprometida la intelectualidad británica era con la versión desacreditadora de la guerra, con la teoría de que una contienda se reduce a cadáveres y letrinas y de que nunca conduce a nada bueno. Pues bien, las mismas personas que en 1933 sonreían con desdén cuando se les decía que en determinadas circunstancias había que luchar por la patria, en 1937 lo acusaban públicamente a uno de //trotskifascista// si insinuaba que las anécdotas que publicaba el //New Masse// sobre los recién heridos que pedían a gritos volver al combate quizás fueran exageradas. Y la intelectualidad izquierdista pasó de decir «la guerra es horrible» a decir «la guerra es gloriosa», no sólo sin el menor sentido de la coherencia, sino casi sin transición. Casi todos sus miembros darían después otros golpes de timón igual de bruscos. Porque tuvieron que ser muchos, algo así como el cogollo de la intelectualidad, los que aprobaron la declaración «Por el rey y la patria» de 1935, pidieron a gritos una «política firme» frente a Alemania en 1937, apoyaron a la Convención del Pueblo en 1940 y hoy exigen un «segundo frente».
En las masas, los extraordinarios cambios de opinión que hay en la actualidad, las emociones que se pueden abrir y cerrar como un grifo, son un efecto de la hipnosis que producen la prensa y la radio. En los intelectuales, yo diría que son efecto del dinero y de la seguridad personal pura y simple. En un momento dado pueden ser belicistas o pacifistas, pero en ninguno de los dos casos tienen una idea realista de lo que es la guerra. Cuando se entusiasmaron con la guerra civil española sabían, como es lógico, que había gente que mataba a otra gente y que morir así es desagradable, pero pensaban que la experiencia de la guerra no era en cierto modo humillante para un soldado del ejército republicano español. Las letrinas olían mejor, la disciplina era menos irritante. No hay más que echar un vistazo al //New Statesman// para comprobar que se lo creían: idénticas paparruchas se escriben sobre el Ejército Rojo en la actualidad.

II.
Nos hemos vuelto demasiado civilizados para ver lo evidente. Porque la verdad es muy sencilla: para sobrevivir, a menudo hay que luchar; y para luchar, hay que mancharse las manos. La guerra es mala y es, con frecuencia, el mal menor. Los que tomen la espada, perecerán por la espada; y los que no la tomen, perecerán de enfermedades malolientes. El hecho de que valga la pena recordar aquí este lugar común revela lo que han producido en nosotros estos años de capitalismo de rentistas.

En relación con lo que acabo de decir, una breve nota sobre atrocidades:

Tengo poco conocimiento directo de las atrocidades que se cometieron en la guerra civil española. Sé que los republicanos fueron responsables de algunas y que los fascistas lo fueron de muchas más (y todavía siguen en ello). Pero lo que me llamó mucho la atención por aquellas fechas, y sigue llamándomela desde entonces, es que los individuos se creen las atrocidades o no se las creen basándose única y exclusivamente en sus inclinaciones políticas. Todos se creen las atrocidades del enemigo y no dan crédito a las que se cuentan del bando propio, sin molestarse en analizar las pruebas.

Hace poco, elaboré una lista de atrocidades cometidas entre 1918 y el presente (1); no pasó un año sin que se cometieran en alguna parte y no había prácticamente ningún caso en el que la derecha y la izquierda creyeran las mismas historias al mismo tiempo. Y, lo que es más curioso aún, en cualquier momento se puede revertir la situación de manera radical y hacer posible que la atrocidad totalmente demostrada de ayer mismo se convierta en una mentira absurda, sólo porque haya cambiado el panorama político.

En la guerra actual, estamos en la curiosa situación de que emprendimos nuestra campaña contra las atrocidades mucho antes de que se iniciase el conflicto, y la emprendió sobre todo la izquierda, la gente que acostumbra a enorgullecerse de su incredulidad. En el mismo periodo, la derecha, divulgadora de las atrocidades en 1914-1918, observaba la Alemania nazi y se negaba de plano a ver ningún peligro en ella. Pero cuando la guerra estalló, fueron los pronazis de ayer los que se pusieron a repetir cuentos de miedo, mientras que los antinazis se quedaban de pronto dudando de si la Gestapo existía en realidad. No fue sólo por el pacto germano-soviético. Por un lado, fue porque antes de la guerra la izquierda había confiado erróneamente en que Gran Bretaña y Alemania no llegarían a enfrentarse; por tanto, podía ser antialemana y antibritánica al mismo tiempo. Y por el otro, fue porque la propaganda bélica oficial, con su hipocresía y fariseísmo nauseabundos, siempre consigue que la gente sensata simpatice con el enemigo.

Parte del precio que pagamos por las mentiras sistemáticas de 1914-1918 fue la exagerada reacción germanófila que siguió. Entre 1918 y 1933, a uno lo abucheaban en los círculos izquierdistas si insinuaba que Alemania había tenido siquiera una mínima responsabilidad en el estallido del conflicto. En todas las condenas de Versalles que oí durante aquellos años no recuerdo que nadie preguntara qué habría pasado si Alemania hubiera vencido, y menos aún, que se comentara la posibilidad. Lo mismo cabe decir de las atrocidades. Es sabido que la verdad se vuelve mentira cuando la formula el enemigo. Últimamente he comprobado que las mismas personas que se tragaron todos los cuentos de miedo sobre los japoneses en Nanking, en 1937, se han negado a creer los mismos cuentos en relación con Hong Kong en 1942. Incluso se notaba cierta tendencia a creer que las atrocidades de Nanking se habían vuelto retrospectivamente falsas -por así decirlo- porque el gobierno británico llamaba ahora la atención sobre ellas.

Pero, por desgracia, la verdad sobre las atrocidades es mucho peor que las mentiras que se inventan al respecto y con las que se hace la propaganda. La verdad es que se producen. Lo único que consigue el argumento que se aduce a menudo como motivación para el escepticismo -que en todas las guerras se divulgan las mismas historias- es aumentar las probabilidades de que las historias sean ciertas. Sin duda se trata de fantasías muy extendidas y la guerra proporciona una oportunidad para ponerlas en práctica. Además, aunque ya no esté de moda decirlo, no se puede negar que los que en términos generales llamamos «blancos» cometen muchas más y peores atrocidades que los «rojos».

El comportamiento de los japoneses en China, por ejemplo, constituye una prueba. Tampoco caben muchas dudas sobre la larga lista de barbaridades que han cometido los fascistas en Europa en los últimos diez años. Hay una cantidad enorme de testimonios y una parte respetable de los mismos procede de la prensa y la radio alemanas. Estos hechos ocurrieron realmente, y esto es lo que no hay que perder de vista. Ocurrieron incluso a pesar de que lord Halifax dijera que ocurrían. Violaciones y matanzas en ciudades chinas, torturas en sótanos de la Gestapo, ancianos profesores judíos arrojados a pozos negros, ametrallamiento de refugiados en las carreteras españolas. Todas esas cosas sucedieron y no sucedieron menos porque el //Daily Telegraph// las descubra de pronto con cinco años de retraso.

III.
Dos recuerdos, uno que no demuestra nada en concreto y otro que creo que permite entrever el clima reinante en un periodo revolucionario. Cierta madrugada, uno de mis compañeros y yo habíamos salido a disparar contra los fascistas en las trincheras de las afueras de Huesca. Entre su línea y le nuestra había trescientos metros, una distancia a la que era difícil acertar con nuestros anticuados fusiles; pero si se acercaba uno arrastrándose a un punto situado a unos cien metros de la trinchera fascista, a lo mejor, con un poco de suerte, le daba a alguien por una grieta que había en el parapeto.

Por desgracia, el terreno que nos separaba de allí era un campo de remolachas llano y sin más protección que unas cuantas zanjas, y había que salir cuando todavía estaba oscuro y volver justo después del alba, antes de que hubiera buena luz. Aquella vez no vimos a ningún fascista; nos quedamos demasiado tiempo y nos sorprendió el amanecer. Estábamos en una zanja, pero detrás de nosotros había doscientos metros de terreno llano donde difícilmente se habría podido esconder un conejo. Todavía andábamos infundiéndonos ánimos para echar una carrera cuando oímos mucho alboroto y silbatos en la trinchera fascista: se acercaban aviones nuestros. De pronto, un hombre, al parecer con un mensaje para un oficial, salió de un salto de la trinchera y corrió por encima del parapeto, a plena luz. Iba vestido a medias y mientras corría se sujetaba los pantalones con ambas manos. Contuve el impulso de dispararle. Es cierto que soy mal tirador y que es muy difícil dar a un hombre que corre a cien metros de distancia, y además yo estaba pensando sobre todo en volver a nuestra trinchera aprovechando que los fascistas estaban pendientes de los aviones. Sin embargo, si no le disparé fue por el detalle de los pantalones. Yo había ido allí a pegar tiros contra los «fascistas», pero un hombre al que se le caen los pantalones no es un «fascista»; es, a todas luces, otro animal humano, un semejante, y se le quitan a uno las ganas de dispararle.

¿Qué demuestra este episodio? Poca cosa, porque estos incidentes se producen continuamente en todas las guerras. El que viene ahora es distinto. Supongo que contándolo no conmoveré a los lectores, pero pido que se me crea si digo que me conmovió a mí, ya que fue un incidente característico del clima moral de un periodo concreto.

Un recluta que se incorporó a nuestra unidad mientras estábamos en el cuartel era un joven de los suburbios de Barcelona, de aspecto salvaje. Iba descalzo y vestido con andrajos. Era muy moreno -sangre árabe, me atrevería a decir- hacía gestos que no suelen hacer los europeos; uno en concreto (el brazo estirado, la palma vertical) era típico de los hindúes. Un día me robaron de la litera un haz de puros de los que todavía se podían comprar muy baratos. Con no poca imprudencia, di parte al oficial y uno de los granujas a los que ya me he referido se apresuró a adelantarse y dijo que a él le habían robado veinticinco pesetas, cosa completamente falsa. Por la razón que fuera, el oficial llegó a la conclusión de que el ladrón había sido el joven de tez morena. El robo era un delito grave en las milicias y en teoría se podía fusilar a un ladrón.

El pobre muchacho se dejó conducir al cuerpo de guardia para ser registrado. Lo que más me llamó la atención fue que apenas se quejó. En el fatalismo de su actitud se percibía la terrible pobreza en que se había criado. El oficial le ordenó que se desnudara. Con una humildad que me resultó insoportable, se quitó la ropa, que fue registrada. En ella no estaban ni los puros ni el dinero; la verdad es que el muchacho no los había robado. Lo más doloroso fue que parecía igual de avergonzado incluso después de haberse demostrado su inocencia. Aquella noche lo invité al cine y le di brandy y chocolate, pero la operación no fue menos horrible; me refiero a pretender borrar una ofensa con dinero. Durante unos minutos yo había creído a medias que era un ladrón y esa mancha no se podía borrar.

Pues bien, unas semanas después, estando en el frente, tuve un altercado con un hombre de mi sección. Yo era cabo por entonces y tenía doce hombres a mi mando. Estábamos en un periodo de inactividad, hacía un frío espantoso, y mi principal cometido era que los centinelas estuvieran despiertos y en sus puestos. Cierto día, un hombre se negó a ir a determinado puesto, que según él estaba demasiado expuesto al fuego enemigo, cosa que era cierta. Era un individuo débil, así que lo cogí del brazo y tiré de él. El gesto despertó la indignación de los demás, porque me da la sensación de que los españoles toleran menos que nosotros que les pongan las manos encima. Al instante me vi rodeado de hombres que me gritaban: «¡Fascista! ¡Fascista! ¡Déjalo en paz! Esto no es un ejército burgués. ¡Fascista!», etcétera. En mi mal español, les expliqué lo mejor que pude que las órdenes estaban para cumpirlas. La polémica se convirtió en una de esas discusiones tremendas mediante las que se negocia poco a poco la disciplina en los ejércitos revolucionarios. Unos decían que yo tenía razón; otros, que no. La cuestión es que el que se puso de mi parte de forma más incondicional fue el joven de tez morena. En cuanto vio lo que pasaba, se plantó en medio del corro y se puso a defenderme con vehemencia. Haciendo aquel extraño e intempestivo gesto hindú, repetía sin parar: «¡No hay un cabo como él!». Más tarde solicitó un permiso para pasarse a mi sección.

¿Por qué me resulta conmovedor ese incidente? Porque en circunstancias normales habría sido imposible que se restablecieran las buenas relaciones entre nosotros (2). Con mi afán por reparar la ofensa no sólo no habría mitigado la acusación tácita de ladrón, sino que a buen seguro la habría agravado. Un efecto de la vida civilizada y segura es el desarrollo de una hipersensibilidad que acababa considerando repugnantes todas las emociones primarias. La generosidad es tan ofensiva como la tacañería; la gratitud, tan odiosa como la ingratitud. Pero quien estaba en la España de 1936 no vivía en una época normal, sino en una época en la que los sentimientos y detalles generosos surgían con mayor espontaneidad.

Podría contar una docena de episodios parecidos, en apariencia insignificantes pero vinculados en mi recuerdo con el clima especial de la época, con la ropa raída y los carteles revolucionarios de colores alegres, con el empleo general de la palabra «camarada», con las canciones antifascistas impresas en un papel pésimo, que se vendían por un penique, con expresiones como «solidaridad proletaria internacional», repetidas conmovedoramente por analfabetos que creían que significaba algo.

¿Sentiríamos simpatía por otro y nos pondríamos de su parte en una pelea después de haber sido ignominiosamente registrados en su presencia, en busca de objetos que se sospechaba que le habíamos robado? No, desde luego que no; sin embargo, podríamos sentir y obrar de este modo si los dos hubiéramos pasado una experiencia emocionalmente enriquecedora. Es una de las consecuencias de la revolución, aunque en este caso sólo había un barrunto de revolución y estaba a todas luces condenado, de antemano, al fracaso.

(2) El autor es británico.

IV.
La lucha por el poder entre los partidos políticos de la España republicana es un episodio desdichado y lejano que no tengo ningún deseo de revivir en estos momentos. Lo menciono sólo para decir a continuación: no creáis nada, o casi nada, de lo que leáis sobre los asuntos internos en el bando republicano. Sea cual fuera el origen de la información, todo es propaganda de partido, es decir, mentira. La verdad desnuda sobre la guerra es muy simple. La burguesía española vio la ocasión de aplastar la revolución obrera y la aprovechó, con ayuda de los nazis y de las fuerzas reaccionarias de todo el mundo. Aparte de eso, es dudoso que pueda demostrarse nada.

Recuerdo que en cierta ocasión le dije a Arthur Koetsler: «La historia se detuvo en 1936». Él lo comprendió de inmediato y asintió con la cabeza. Los dos pensábamos en el totalitarismo en general, pero más concretamente en la guerra civil española. Ya de joven me había fijado en que ningún periódico cuenta nunca con fidelidad cómo suceden las cosas, pero en España vi por primera vez noticias de prensa que no tenían ninguna relación con los hechos, ni siquiera la relación que se presupone en una mentira corriente. Vi informar sobre grandiosas batallas cuando apenas se había producido una refriega, y silencio absoluto cuando habían caído cientos de hombres. Vi que se calificaba de cobardes y traidores a soldados que habían combatido con valentía, mientras que a otros que no habían visto disparar un fusil en su vida se los tenía por héroes de victorias inexistentes; y en Londres, vi periódicos que repetían estas mentiras e intelectuales entusiastas que articulaban superestructuras sentimentales sobre acontecimientos que jamás habían tenido lugar.

En realidad vi que la historia se estaba escribiendo no desde el punto de vista de lo que había ocurrido, sino desde el punto de vista de lo que tenía que haber ocurrido según las distintas «líneas de partido». Sin embargo, y por horrible que fuera, hasta cierto punto no importaba demasiado. Afectaba a asuntos secundarios, a saber: a la lucha por el poder entre la III Internacional y los partidos izquierdistas españoles, y a los esfuerzos del gobierno ruso por impedir la revolución en España. Pero la imagen general de la guerra que daba el gobierno de la República al mundo no era falsa. Los asuntos principales eran y como los explicaban sus portavoces. En cambio, los fascistas y sus partidarios no podían ni por asomo ser tan veraces. ¿Cómo iban a confesar sus verdaderos objetivos? Su versión de la guerra era pura fantasía, y en aquellas circunstancias no habría podido ser otra cosa.

El único recurso propagandístico que tenían los nazis y fascistas era presentarse como patriotas cristianos que querían salvar a España de la dictadura rusa. Para ello, había que fingir que en la vida en la España republicana era una incesante escabechina (véanse el //Catholic Herald// o el //Daily Mail//, que no obstante, resultaban un juego de niños en comparación con la prensa fascista de la Europa continental) y había que exagerar la magnitud de la intervención rusa.

Fijémonos en un solo detalle de la ingente montaña de mentiras que acumuló la prensa católica y reaccionaria del mundo entero: la supuesta presencia de un ejército ruso en España. Todos los fervientes partidarios de Franco estaban convencidos de ello, y calculaban que podía constar de medio millón de soldados. Ahora bien, no hubo ningún ejército ruso en España. Puede que hubiera algunos pilotos y técnicos, unos centenares a lo sumo, pero de ningún modo un ejército. Varios millares de combatientes extranjeros, por no hablar de millones de españoles, fueron testigos de lo que digo; sin embargo, sus declaraciones no hicieron mella alguna en los partidarios de Franco, que por otro lado no estaban en la España republicana. Al mismo tiempo, estos últimos se negaban categóricamente a admitir la intervención alemana e italiana mientras la prensa alemana e italiana proclamaba a los cuatro vientos las hazañas de sus «legionarios». He preferido hablar sólo de un detalle, pero la verdad es que toda la propaganda fascista sobre la contienda era de ese nivel.

Estas cosas me parecen aterradoras, porque me hacen creer que incluso la idea de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. A fin de cuentas, es muy probable que estas mentiras, o en cualquier caso otras equivalentes, pasen a la historia. ¿Cómo se escribirá la historia de la guerra civil española? Si Franco se mantiene en el poder, los libros de historia los escribirán sus prebendados y -por ceñirme al detalle de antes- el ejército ruso que nunca existió se convertirá en hecho histórico que estudiarán los escolares de las generaciones venideras. Pero supongamos que dentro de poco cae el fascismo y se restablece en España un gobierno más o menos democrático; incluso así, ¿cómo se escribirá la historia? ¿qué archivos habrá dejado Franco intactos? Y aún suponiendo que se pudieran recuperar los archivos relacionados con el bando republicano, ¿cómo se podrá escribir una historia fidedigna de la guerra? Porque, como ya he señalado, en el bando republicano también hubo mentiras a espuertas. Desde el punto de vista antifascista se podría escribir una historia de la guerra que sería fiel a la verdad en términos generales, pero sería una historia partidista que no merecería ninguna confianza en lo que se refiere a los detalles de poca monta. Sin embargo, es evidente que se escribirá una historia, la que sea, y cuando hayan muerto los que recuerden la guerra, se aceptará universalmente. Así que, a todos los efectos prácticos, la mentira se habrá convertido en verdad.

Sé que está de moda decir que casi toda la historia escrita es una sarta de mentiras. Estoy dispuesto a creer que la mayor parte de la historia es tendenciosa y poco sólida, pero lo que es característico de nuestro tiempo es la renuncia a la idea de que la historia se podría escribir con veracidad. En el pasado se mentía a sabiendas, o se maquillaba de forma inconsciente lo que se escribía, o se buscaba denodadamente la verdad, sabiendo muy bien que los errores eran inevitables; pero en cualquier caso se creía que «los hechos» habían existido y que eran más o menos susceptibles de descubrirse. Y en la práctica, había siempre un consideraba caudal de datos que casi todos admitían. Si consultamos la historia de la última guerra [la I Guerra Mundial], por ejemplo, en la //Enciclopedia Británica//, veremos que una parte considerable del material procede de fuentes alemanas. Un historiador británico y otro alemán podrían disentir en muchas cosas, incluso en las fundamentales, pero sigue habiendo un acervo de datos neutrales, por llamarlos de algún modo, que ninguno de los dos se atrevería a poner en duda. Es esta convención de base, que presupone que todos los seres humanos pertenecemos a una misma especie, lo que destruye el totalitarismo. La teoría nazi niega en concreto que exista nada llamado «la verdad». Tampoco, por ejemplo, existe «la ciencia»: lo único que hay es «ciencia alemana», «ciencia judía», etcétera. El objetivo tácito de esa argumentación es un mundo de pesadilla en el que el jefe, o la camarilla gobernante, controla no sólo el futuro sino también el pasado. Si el jefe dice de tal o cual acontecimiento que no ha sucedido, pues no ha sucedido; si dice que dos y dos son cinco, dos y dos serán cinco. Esta perspectiva me asusta mucho más que las bombas, y después de las experiencias de los últimos años no es una conjetura hecha a tontas y a locas.

Pero, ¿es infantil o quizás morboso asustarse con imágenes de un futuro totalitario? Antes de descartar el mundo totalitario como pesadilla que no puede hacerse realidad, recordemos que en 1925 el mundo actual habría parecido una pesadilla que no podía hacerse realidad. Contra ese mundo cambiante y fantasmagórico, un mundo en el que lo negro puede ser blanco mañana, en el que las condiciones climatológicas de ayer se pueden cambiar por decreto, sólo hay dos garantías: Una es que, por mucho que neguemos la verdad, la verdad sigue existiendo, por así decirlo, sin nuestro consentimiento, y en consecuencia no podemos tergiversarla de manera que lesione la eficacia militar. La otra es que mientras quede parte de la tierra sin conquistar, la tradición liberal seguirá viva.

Si el fascismo, o tal vez una combinación de fascismos, se adueña del mundo entero, las dos garantías dejarán de existir. En Inglaterra infravaloramos esos peligros porque, provistos de una fe sentimental por nuestras tradiciones y nuestra seguridad pasada, creemos que al final todo se arregla y nunca pasa lo que más tememos. Educados durante cientos de años por una literadura en la que la Justicia triunfa invariablemente en el último capítulo, creemos casi por instinto que el mal siempre se despeña solo a la larga. El pacifismo, por ejemplo, se basa en buena medida en esa convicción: no te opongas al mal, pues ya se destruirá él solo. Pero, ¿por qué ha de destruirse? ¿Y qué pruebas hay de que lo hace? ¿Cuántos casos hay de modernos estados industrializados que se hayan hundido sin que los haya conquistado un ejército extranjero?

Pensemos por ejemplo en la reimplantación de la esclavitud. ¿Quién habría imaginado hace veinte años que volvería a haber esclavitud en Europa? Pues bien, la esclavitud ha reaparecido ante nuestras propias narices. Los polacos, rusos, judíos y presos políticos de todas las nacionalidades que construyen carreteras o desecan pantanos a cambio de una ración mínima de comida en los campos de trabajo que pueblan toda Europa y el norte de África son simples siervos de la gleba. Lo más que se puede decir es que todavía no está permitido que un individuo compre y venda esclavos; por lo demás -la separación forzosa de las familias, pongamos por caso-, las condiciones son probablemente peores que en las antiguas plantaciones de algodón de Estados Unidos. No hay razón para creer que esta situación vaya a cambiar mientras dure el dominio totalitario. No comprendemos todas sus consecuencias porque, con nuestra misma actitud, creemos que un régimen basado en la esclavitud por fuerza ha de venirse abajo. Sin embargo, vale la pena comparar la duración de los imperios esclavistas de la antigüedad con la de cualquier Estado moderno. Las civilizaciones basadas en la esclavitud han durado, en total, alrededor de cuatro mil años.

Cuando pienso en la antigüedad, el detalle que me asusta es que aquellos centenares de millones de esclavos en cuyas espaldas se apoyaba la civilización, generación tras generación, no han dejado ningún testimonio de su existencia. Ni siquiera conocemos sus nombres. ¿Cuántos nombres de esclavos conocemos en toda la historia de Grecia y Roma? Se me ocurren dos, quizá tres. Uno es Espartaco; el otro, Epicteto. Y en la sala romana del Museo Británico hay un vaso de cristal con el nombre de un artífice grabado en el fondo, «Félix fecit». Tengo una vívida imagen mental del pobre Félix (un galo pelirrojo con un collar metálico en el cuello), pero cabe la posibilidad de que no fuera esclavo, así que sólo conozco con seguridad el nombre de dos esclavos y creo que pocas personas conocerán más. El resto duerme en el más profundo silencio.

V.
La columna vertebral de la resistencia antifranquista fue la clase obrera española, sobre todo los trabajadores urbanos afiliados a los sindicatos. A largo plazo -y es importante recordar que sólo a largo plazo-, la clase obrera sigue siendo el enemigo más encarnizado del fascismo, por la sencilla razón de que es la que más ganaría con una reorganización decente de la sociedad. A diferencias de otras clases o estamentos, no se la puede sobornar eternamente.

Decir esto no es idealizar la clase obrera. En la larga lucha que siguió a la Revolución Rusa, los derrotados han sido los trabajadores manuales y es imposible no creer que la culpa fue de ellos. Los obreros organizados han sido aplastados una y otra vez, en un país tras otro, con métodos violentos manifiestamente ilegales, y sus compañeros extranjeros, con los que estaban unidos por un sentimiento de teórica solidaridad, se han limitado a mirar, sin mover un dedo. ¿Quién puede creer ya en el proletariado internacional con conciencia de clase después de los sucesos de los diez últimos años? Las matanzas de trabajadores en Viena, Berlín, Madrid o donde fuera, parecían tener menor interés e importancia para sus camaradas británicos que el partido de fútbol del día anterior.

Con todo, eso no altera el hecho de que la clase obrera seguirá luchando contra el fascismo aunque los demás cedan. Un rasgo sorprendente de la conquista nazi de Francia ha sido la cantidad de defecciones que ha habido entre los intelectuales, incluso entre la intelectualidad política de izquierdas. Los intelectuales son los que más gritan contra el fascismo, pero un respetable porcentaje se hunde en el derrotismo cuando llega el momento. Saben ver de lejos las probabilidades que tienen en contra, y además, se los puede sobornar, pues es evidente que los nazis piensan que vale la pena sobornar a los intelectuales. Con los trabajadores sucede al revés: demasiado ignorantes para ver las trampas que les tienden, creen con facilidad en las promesas del fascismo, pero tarde o temprano siempre reanudan la lucha; y así debe ser, porque siempre descubren en sus propias carnes que las promesas del fascismo no se pueden cumplir. Para amordazar de una vez por todas a la clase trabajadora, los fascistas tendrían que subir el nivel de vida general, cosa que ni pueden ni probablemente quieren hacer.

La lucha de la clase obrera es como una planta que crece. La planta es ciega y sin seso, pero sabe lo suficiente para estirarse sin parar y ascender hacia la luz, y no cejará por muchos obstáculos que encuentre. ¿Cuál es el objetivo por el que luchan los trabajadores? Esa vida digna que, de manera creciente, saben que ya es técnicamente posible. La conciencia de este objetivo tiene flujos y reflujos. En España, durante un tiempo, las masas obraron conscientemente, avanzaron hacia una meta que querían alcanzar y que creían que podían alcanzar. Esto explica el curioso optimismo que impregnó la vida en la España republicana durante los primeros meses de la contienda. La gente sencilla sentía en sus propias entrañas que la República estaba con ellos y que Franco era el enemigo; sabía que la razón estaba de su lado, porque luchaba por algo que el mundo le debía y estaba en condiciones de darle.

Hay que recordar esto si se quiere enfocar con objetividad la guerra civil española. Cuando se piensa en la crueldad, miseria e inutilidad de la guerra -y en este caso concreto, en las intrigas, las persecuciones, las mentiras y los malentendidos- siempre es una tentación decir: «Los dos bandos son igual de malos; me declaro neutral». En la práctica, sin embargo, no se puede ser neutral, y difícilmente se encontrará una guerra en la que carezca de importancia quién resulte vencedor, pues un bando casi siempre tiende a apostar por el progreso, mientras que el otro es más o menos reaccionario. El odio que la República española suscitó en los millonarios, los duques, los cardenales, los señoritos, los espadones y demás bastaría por sí solo para saber lo que se cocía. En esencia fue una guerra de clases. Si se hubiera ganado, se habría fortalecido la causa de la gente corriente del mundo entero; pero se perdió y los inversores de todo el mundo se frotaron las manos. Esto fue lo que sucedió en el fondo. Lo demás no fue más que espuma de superficie.

VI.
El resultado de la guerra civil española se determinó en Londres, en París, en Roma, en Berlín, pero no en España. Después del verano de 1937, los que veían las cosas tal y como eran se dieron cuenta de que el gobierno no podría ganar la guerra si no se producía un cambio radical en el escenario internacional. Si Negrín y los demás decidieron proseguir la lucha se debió en parte a que esperaban que la guerra mundial que estalló en 1939 lo hubiera hecho en 1938.

La desunión del bando republicano, de la que tanto se habló, no estuvo entre las causas fundamentales de la derrota. Las milicias populares se organizaron deprisa y corriendo, estaban mal armadas y hubo falta de imaginación en sus planteamientos militares, pera nada habría sido diferente si se hubiera alcanzado un acuerdo político global desde el principio. Cuando estalló la guerra, el trabajador industrial medio no sabía disparar un arma y el pacifismo tradicional de la izquierda constituía un gran obstáculo. Los miles de extranjeros que combatieron en España eran buenos como soldados de infantería, pero entre ellos había poquísimos que estuvieran especializados en algo. La tesis troskista de que la guerra se habría ganado si no se hubiera saboteado la revolución es probablemente falsa. Nacionalizar fábricas, demoler iglesias y publicar manifiestos revolucionarios no habría aumentado la eficacia de los ejércitos. Los fascistas vencieron porque eran más fuertes: tenían armas modernas y los otros carecían de ellas. Ninguna estrategia política habría compensado ese factor.

Lo más desconcertante de la guerra civil española fue la actitud de las grandes potencias. La guerra la ganaron en realidad los alemanes y los italianos, cuyos motivos saltaban a la vista. Los motivos de Francia y Gran Bretaña son menos comprensibles. Todos sabían en 1936 que si Gran Bretaña hubiera ayudado a la II República, aunque sólo hubiera sido con unos cuantos millones de libras esterlinas en armas, Franco habría sucumbido y la estrategia alemana habría sufrido un serio revés. Por entonces no hacía falta ser adivino para prever la inminencia de un conflicto entre Gran Bretaña y Alemania; incluso se habría podido predecir el momento, año más o menos.

Pero la clase gobernante británica, del modo más mezquino, cobarde e hipócrita, hizo cuanto pudo por entregar España a Franco y a los nazis. ¿Por qué? La respuesta más evidente es que era protofascista. Indiscutiblemente lo era, pero cuando llegó la confrontación final, optó por oponerse a Alemania. Siguen sin conocerse las intenciones que sustentaban su apoyo a Franco, y es posible que en realidad no hubiera ninguna intención clara. Si la clase gobernante británica es abyecta o solamente idiota es una de las incógnitas más intrincadas de nuestro tiempo, y en determinados momentos, una incógnita de importancia capital.

En cuanto a los rusos, sus motivos en relación con la guerra española son completamente inescrutables. ¿Intervinieron en ella, como creían los izquierdosos, para defender la democracia y frustrar los planes nazis? En ese caso, ¿por qué intervinieron a una escala tan ridícula y al final dejaron a España en la estacada? ¿O intervinieron, como sostenían los católicos, para promover la revolución? En ese caso, ¿por qué hicieron todo lo posible por abortar todos los movimientos revolucionarios, por defender la propiedad privada y por ceder el poder a la clase media y no a la clase trabajadora? ¿O intervinieron, como sugerían los troskistas, únicamente con intención de impedir una revolución en España? En ese caso, ¿por qué no apoyaron a Franco? La verdad es que la conducta de los rusos se explica fácilmente si se parte de la base de que obedecía a principios contradictorios. Creo que en el futuro acabaremos por pensar que la política exterior de Stalin, lejos de ser una astucia diabólica -como se ha afirmado-, ha sido sólo oportunista y torpe.

De todos modos, la guerra civil española puso de manifiesto que los nazis, a diferencia de sus oponentes, sabían lo que se traían entre manos. La guerra se libró a un nivel tecnológico bajo y su estrategia fundamental fue muy sencilla: el bando que tuviera armas, vencería. Los nazis y los italianos dieron armas a sus aliados españoles, mientras que las democracias occidentales y los rusos no hicieron lo propio con los que deberían haber sido sus aliados. Así pereció la República española, tras haber «conquistado lo que a ninguna república le falta» (3).

Si fue justo o no animar a los españoles a seguir luchando cuando ya no podían vencer, como hicieron todos los izquierdistas extranjeros, es una pregunta que no tiene fácil respuesta. Incluso yo pensaba que era justo, porque creía que es mejor, incluso desde el punto de vista de la supervivencia, luchar y ser conquistado que rendirse sin luchar. No podemos juzgar todavía los resultados de la magna estrategia de la lucha contra el fascismo. Los ejércitos andrajosos y desarmados de la II República resistieron durante dos años y medio, mucho más, indudablemente, de lo que esperaban sus enemigos. Pero no sabemos aún si de ese modo alteraron los planes fascistas o si, por el contrario, se limitaron a posponer la gran guerra y a dar a los nazis más tiempo para calentar los motores de su maquinaria bélica.

(3) Robert Browning, //Dramatis personae// (1864).

VII.
Nunca pienso en la guerra civil española sin que me vengan dos recuerdos. Uno es del hospital del Lérida y de las tristes voces de los milicianos heridos que cantaban una canción cuyo estribillo decía:

¡Una revolución,
luchar hasta el fin!

Pues bien, lucharon hasta el mismísimo fin. Durante los últimos dieciocho meses de la contienda, los ejércitos republicanos lucharon casi sin tabaco y con muy poca comida. Ya a mediados de 1937, cuando me fui de España, escaseaban la carne y el pan, el tabaco era una rareza, y era dificilísimo encontrar café y azúcar.

El otro recuerdo es del miliciano italiano que me estrechó la mano en la sala de guardia el día que me alisté en las milicias. Hablé de este hombre al comienzo de mi libro sobre la guerra española (4) y no quiero repetir lo que dije allí. Cuando recuerdo -y con qué viveza- su uniforme raído y su cara feroz, conmovedora e inocente, parecen desvanecerse los complejos temas secundarios de la guerra y veo con claridad que al menos no había ninguna duda en cuanto a quién estaba en el lado de la razón.

Al margen de la política de las potencias y de las mentiras periodísticas, el objetivo principal de la guerra era que las personas como aquel miliciano conquistaran la vida digna a la que sabían que tenían derecho por naturaleza. Me cuesta pensar en el probable fin de aquel hombre en particular sin sentir una gama de resentimientos. Puesto que lo conocí en el Cuartel Lenin, es probable que fuera troskista o anarquista, y en las extrañas condiciones de los tiempos que corren, si a alguien así no lo mata la Gestapo, suele matarlo la GPU. Pero ese detalle no afecta a los objetivos a largo plazo. El rostro de aquel hombre, que sólo vi un par de minutos, sigue vivo en mi recuerdo como un aviso gráfico de lo que en verdad fue aquella guerra. Representa para mí a la flor y nata de la clase obrera europea, perseguida por la policía de todos los países, a la gente que llena las fosas comunes de los campos de batalla españoles, a los millones que hoy se pudren en los campos de trabajo.

Cuando pienso en quienes apoyan o han apoyado al fascismo no deja de sorprenderme su variedad. ¡Menuda tripulación! Imaginaos un programa capaz de meter en el mismo barco, aunque sea por un tiempo, a Hitler, a Petain, a Montagu Norman, a Pavelitch, a William Randolph Hearst, a Streicher, a Buchman, a Ezra Pound, a Juan March, a Cocteau, a Thyssen, al padre Coughlin, al muftí de Jerusalén, a a Arnold Lunn, a Antonescu, a Spengler, a Beverly Nichols, a lady Houston y a Marinetti. Pero la clave es muy sencilla. Todos los mencionados son personas con algo que perder, o personas que suspiran por una sociedad jerárquica y que temen la perspectiva de un mundo poblado por seres humanos libres e iguales.

Detrás del tono escandalizado con que se habla del «ateísmo» de Rusia y del «materialismo» de la clase obrera sólo está el afán del rico y del privilegiado por conservar lo que tienen. Lo mismo cabe afirmar, aunque contiene una verdad a medias, de todo cuanto se dice sobre la inutilidad de reorganizar la sociedad si no hay al mismo tiempo un «cambio espiritual», mucho más tranquilizador desde su punto de vista que un cambio de sistema económico.

Petain atribuye la caída de Francia al «amor por los placeres» del ciudadano corriente; daremos a esta afirmación el valor que tiene si nos preguntamos cuántos placeres hay en la vida de los obreros y los campesinos corrientes de Francia y cuántos en la de Petain. Menuda impertinencia la de estos politicastros, curas, literatos y demás especímenes que sermonean al socialista de base por su «materialismo». Lo único que el trabajador exige es lo que estos otros considerarían el mínimo imprescindible sin el que la vida humana no se puede vivir de ninguna de las maneras; que haya comida suficiente, que se acabe para siempre la pesadilla del desempleo, que haya igualdad de oportunidades para sus hijos, un baño al día, sábanas limpias con una frecuencia razonable, un techo sin goteras y una jornada laboral lo suficientemente corta para no desfallecer al salir del trabajo.

Ninguno de los que predican contra el «materialismo» pensaría que se puede vivir la vida sin esos requisitos. Y qué fácilmente se obtendría dicho mínimo. Bastaría con mentalizarse durante veinte años. Elevar el nivel de vida mundial a la altura del de Gran Bretaña no sería una empresa más aparatosa que esta guerra que libramos en la actualidad. Yo no digo -no sé si lo dice alguien- que una medida así vaya a solucionar nada por sí sola. Pero es que para abordar los problemas reales de la humanidad, primero hay que abolir las privaciones y las condiciones inhumanas del trabajo. El principal problema de nuestra época es la pérdida de fe en la inmortalidad del alma, y es imposible afrontarlo mientras el ser humano trabaje como un esclavo o tiemble de miedo a la policía secreta. ¡Qué razón tiene el «materialismo» de la clase trabajadora! Qué razón tiene la clase trabajadora al pensar que el estómago viene antes que el alma, no en la escala de valores, sino en el tiempo.

Si entendemos esto, el largo horror que padecemos será al menos inteligible. Todos los argumentos que podrían hacer titubear al trabajador -los cantos de sirena de un Petain o un Gandhi; el hecho impepinable de que para luchar hay que degradarse; la equívoca postura moral de Gran Bretaña, con su fraseología democrática y su imperio de culis; la siniestra evolución de la Rusia soviética; la sórdida farsa de la política izquierdista- pasan a segundo plano y ya no se ve más que la lucha de la gente corriente, que despierta poco a poco contra los amos de la propiedad y los embusteros y lameculos que tienen a sueldo.

La cuestión es muy sencilla: ¿quieren o no quieren las personas como el soldado italiano que se les permita llevar una vida plenamente humana y digna que en la actualidad es técnicamente accesible? ¿Devolverán, o no devolverán a la gente normal al arroyo? Yo, personalmente, aunque no tengo pruebas, creo que el hombre corriente ganará la batalla tarde o temprano, aunque desearía que fuera temprano y no tarde; por ejemplo, antes de que transcurra un siglo y no dentro de diez milenios. Tal fue la verdadera cuestión de la guerra civil española, como lo es de la guerra actual, y tal vez de otras que vendrán.

No volví a ver al italiano ni averigüé cómo se llamaba. Puede darse por hecho que está muerto. Unos dos años después, cuando la guerra ya estaba perdida, escribí estos versos en su memoria:

The italian soldier shook my hand
Beside the guard-room table;
The strong hand and the subtle hand
Whose palms are only able

To meet within the sound of guns,
But oh! What peace I knew then
In gazing on his battered face
Purer than any woman's!

For the fly-blown words that make me spew!
Still in his ears were holy,
And he was born knowing what I learned
Out of books and slowly.
The treacherous guns had told their tale
And we both had bought it,
But my gold brick was made of gold
Oh! Who ever would have thought it?

Good luck go with you Italian soldier!
But luck is not far for the brave;
What would the world give back to you?
Always less than you gave.

Between the shadow and the ghost,
Between the white and the red,
Between the bullet and the lie,
Where would you hide your head?

For where is Manuel González,
And where is Pedro Aguilar,
And where is Ramón Fenellosa?
The earthworms know where they are.

Your name and your deeds were forgotten
Before your bones were dry,
And the lie that slew you is buried
Under a deeper lie.

But the thing that I saw in your face
No power can disinherit:
No bomb that ever burst
Shatters the crystal spirit.

(4) //Homenaje a Cataluña//.

sábado, 19 de febrero de 2011

Cosas del feisbuc. (Borrado)

Entrada borrada, estaba demasiado recargada de imágenes y no rulaba la página. Lo he mandado a las direcciones de correo que tengo.
Tampoco era nada excepcional; un listado de grupos graciosos del feisbuc.
Ya pueden comentar lo que les dé la gana. Vamos, lo que hacen siempre.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Mondo cane.

Berlusconi, "el caballero", se ha saltado a la torera todas las leyes habidas y por haber. Ha reformado leyes para que no se le pudiera procesar. Le han reído las gracias presidentes de gobiernos de todo el mundo. En la misma España es amo y señor de medios de comunicación que más vergüenza debiera dar a quien los ve, que a los pobres desgraciados que muestran sus miseria y se emputecen en ellos, por un poquito de dinero, un poquito de gloria y un poquito de cariño de su público. Delito tras delito, Berlusconi ha ido consiguiendo "democráticamente" una amplia e imbatible mayoría en Italia.
Y ahora, parece ser, va a tener problemas de verdad por un caso de "prostitución de menores". 
Ya, claro.
La menor supongo que la conocen: no sé si serán sus padres las que la visten como puta, pero de puta parece de aquí a Lima.
Quizás alguien se ofenda y crea que estoy hablando de una niña inocente... Ahí la tienen:
Y ya mayor de edad con cara al descubierto:
Pobre víctima...
Sigamos...
Berlusconi parece que va a tener problemas por prostitución de menores y porque "las mujeres" en Italia se han levantado contra él.
¿Las mujeres que le votaban también? ¿Todas las mujeres? ¿O algunas mujeres? ¿Todas las aspirantes a ir a las fiestas de Berlusconi como fueron a la de Gaddafi, a "hacer lo que sea" para ser modelo, presentadora de televisión, actriz de cine... también? Bien, pongamos por caso que a muchas mujeres les ofende Berlusconi; yo soy un hombre y me ofenden estos espantajos sean del sexo que sean. Quizás Italia sea de los pocos países donde las mujeres son más de izquierdas, menos conservadoras en general que los hombres y no han votado más mujeres que hombres a la derecha de Berlusconi.  Eso se me escapa.
Y a Berlusconi lo juzgarán "tres mujeres". Esto se resalta mucho en prensa.
¿Qué quieren decir? ¿Qué harán más justicia que si fuesen 2 mujeres y un hombre, 2 hombres y una mujer o 3 hombres? ¿Quieren decir que la Justicia tiene sexo?
Resumiendo, mensaje mediático: puede usted robar durante años, estafar, incumplir promesas electorales, emitir pornografía emocional, ruin y baja en televisiones en horario infantil... Usted puede hacer todo eso que le chuparemos la polla. Y después de haberlo tenido así años, pasándose por la piedra a infinidad de putas voluntarias buscando dinero, relaciones, o su huequito de fama para contarlo luego, cuando nos lo queramos cargar apelaremos al comodín del machismo utilizando a una putilla menor de edad, que no de zorrería. Y se creerán algunas mujeres que derrocan gobiernos... Son tan ingenuas algunas.
Me alegrará que caiga Berlusconi. ¿Pero así? No por robar, no por estafar, no por mentir, no por cambiar leyes a su conveniencia... Por todo eso, no. ¿Así caerá, utilizando a una tipa de seguro no mucho mejor que él?
Pues vaya mierda de caída. Como cuando cayó Al Capone, lo mismo. 
Creo que ha quedado claro que por robar no pasa nada. Que son... otras cosas las que hacen caer a un representante de la patria. Si es que cae y todo esto no es más que otro circo.
Pero mientras, nos siguen enfrentando con el machismo, el feminazismo y toda esa mierda, como si las políticas, los políticos y las putas y los putos de ellos y de ellas no fueran la misma basura.
--------------------------------------------
África.
Menudo mercado en África. Un mercado virgen, con todo por hacer, analfabetos políticos, con un "terrorismo" islámico ya bien asentado (no hace falta crear otro) con el que juguemos a desestabilizar, lleno de gente joven a la que no hay que pagar pensiones y está dispuesta a trabajar... 
Si un capitalista del sistema fuese por el espacio buscando donde asentarse para empezar de nuevo, África sería el paraíso.
En Túnez y en Egipto había dictaduras malignas. ¿Ustedes lo sabían? ¿No?¿No recuerdan que nos bombardeaban día sí día también durante años en todos los medios de comunicación con las infames dictaduras tunecina y egipcia? 
Yo tampoco lo recuerdo. Se ve que tengo mala memoria.
A ver, pensemos... Población china 1.300 millones, India 1.100 millones, África 1000 millones... Total sin contar Indonesia, Vietnam, etc, vamos a poner 3.500 millones de personas de las cuales la mitad están listas para empezar a consumir y aún no reclaman apenas derechos. 
Tenemos por otra parte la población "occidental", Europa, Usa, parte de países de Sudamérica y parte de Oceanía. No llegan a 1.500 millones de habitantes. En el caso de Europa de una población mayormente envejecida, maleada, pusilánime, acomodada, una sociedad sin nervio, envuelta en múltiples contradicciones ideológicas y ya parcialmente invadida por otras culturas que no se integran.
Bye, bye, Europe, ya no nos haces falta. Tenemos recambio. 
La duda de "nos tendrán que mantener para que sigamos consumiendo", me parece que no tiene mucho sentido ante el cuadro general.
No se preocupen por los islamistas en Túnez, Egipto, etc, son parte del decorado y además ya nos los mandan a Europa para desestabilizarnos socialmente mientras los progres babean de placer de ser tan multiculturales. 
No quieren más islamismo en África que el necesario para tener un fantasmal enemigo perenne que sirva para  canjear represión por seguridad. Quieren, y pronto veremos si me equivoco, una transición que los convierta en una democracia tan falsa como la nuestra. Mercados vírgenes, ingenuos, llenos de gente joven, no de abuelos improductivos, sin derechos históricos laborales adquiridos... El chollo. Y mientras se montan el chollo aplaudiremos aquí el advenimiento de "las democracias" en el Magreb, como si no supiésemos ya lo que son "las democracias de mercado".
Y empezar de nuevo... A vender de todo: electrodomésticos, coches, prestamos, hipotecas, tangas, cursos de diseño, academias de modelos, fútbol espectáculo. Ohhhh, si fuera un capitalista babearía de gusto. Y a eso le llamarían "tener libertad". Vaya plazo más majo de 100/150 años hasta que se pongan en plan tonto como los europeos con sus derechos, abandonen la religión, dejen de parir y pretendan vivir subvencionados del honesto trabajo de los banqueros.
El corazón de Europa resistirá más y quizá se convierta en un islote, España parece claro su futuro: el pequeño y mediano comercio en manos chinas, la población joven preparada emigrando, el funcionariado, que aún se siente seguro, cada vez más asfixiado y al remanente de islamistas de los moros nos lo mandarán acá para que inicien su reconquista, mientras aquí discutimos de si quitar crucifijos para no ofenderlos o subvencionarles cursos de sardanas para integrarlos.
¿Exageración? Bueno, por si no lo fuera, a tiempo estamos de evitarlo. No pregunten cómo: hagámoslo.